Un punto y seguido en la economía
Quien esperase del discurso de investidura de Mariano Rajoy un golpe de timón en la dirección de la economía española, puede sentirse decepcionado. El candidato a presidente ha dicho que los ciudadanos han pedido “un punto y aparte, una página nueva”, pero en materia económica lo anunciado hoy parece más bien un punto y seguido.
Es verdad que cabe contar con que el Gobierno del PP realice una reforma laboral más profunda y con que seguramente dé un nuevo paso en la reestructuración del sector financiero, pero es más cuestión de intensidad que de dirección, pues en ambos casos sigue el camino marcado por el Gobierno saliente. La política económica de Rajoy, según lo que se deduce de su discurso de investidura, será en lo esencial muy similar a la del último año y medio de Gobierno de Zapatero. Con la prima de riesgo en más de 300 puntos básicos y la vigilancia constante de Bruselas, era difícil esperar otra cosa.
En teoría, el gran objetivo proclamado por Rajoy es “estimular el crecimiento y potenciar la creación de empleo”, pero en la práctica, la gran receta va en sentido contrario: la austeridad en el gasto. Pero eso, los recortes, es lo que venía haciendo en la última etapa el Gobierno socialista, incluyendo medidas más agresivas que las enunciadas hoy por el futuro presidente, como la rebaja del 5% en el sueldo de los funcionarios o la congelación de las pensiones durante un año. Es verdad que el Ejecutivo de Zapatero cometió enormes errores de diagnóstico con la llegada de la crisis y que, en medio de la negación, la emprendió a bandazos en la política fiscal con lo que contribuyó a agravar la situación, pero en los últimos dos años, especialmente desde mayo de 2010, su prioridad real ha sido la misma que la del Gobierno entrante: cumplir las metas de déficit. Rajoy dice que va a llamar “al pan, pan y al vino, vino”, pero no cabe esperar que eso genere mucho empleo.
Curiosamente, aunque la prima de riesgo pudiera hacer pensar lo contrario, ningún Gobierno ha recibido la deuda a un coste medio menor que el que se va a encontrar ahora el PP, ligeramente por encima del 4%. El problema para Rajoy es que el volumen de deuda se sitúa en niveles récord y eso va a drenar recursos y obligar a hacer mayores recortes. Del discurso de investidura no se deduce dónde se van a producir esos recortes ni en qué medida la reducción del déficit se va a producir mediante subidas de impuestos. Habrá que esperar, una vez más, a que se nombre ministro de Economía, y a que este empiece a concretar sus planes, en primera instancia con el decreto de prórroga de los Presupuestos. Luego el Gobierno aprobará unas nuevas cuentas para 2012.
Lo anunciado hoy no pasa de planteamientos generales, de fuegos de artificio y de objetivos para los que no se detallan las medidas correspondientes. Las rebajas del impuesto de sociedades para emprendedores, que los autónomos y pymes no tengan que pagar el IVA hasta cobrar las facturas o los retoques en el impuesto de sociedades son medidas de pequeño calado.
En cuanto a la reforma laboral, el Gobierno socialista abrió la vía a la reducción del coste del despido y ha permitido encadenar contratos temporales sin límite. Donde su reforma ha sido más tímida es en materia de negociación colectiva, y eso sí puede marcar alguna diferencia, pero no es algo que dé frutos a corto plazo. Pero hoy, lo más concreto que ha dicho Rajoy es que se trasladarán al lunes algunas fiestas para evitar puentes.
En materia financiera, la reestructuración en curso ha reducido a una tercera parte el número de cajas y ha propiciado unos saneamientos y recapitalizaciones como nunca antes se habían visto, pero sigue habiendo entidades zombis, con activos tóxicos del ladrillo en sus balances y el crédito no fluye. Con banco malo o sin banco malo, con más fusiones o no, tampoco en esto la política del PP es rupturista, aunque pretende acelerar la venta de los inmuebles terminados en manos de las entidades financieras y propiciar una valoración muy prudente de los activos menos líquidos (como solares y promociones sin terminar). Rajoy ha aprovechado su discurso, eso sí, para lanzar una andanada al gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, al decir que realizará un “cambio del sistema de supervisión y regulación del Banco de España, que lo agilice y tecnifique, evitando las indecisiones y bloqueos que lo han caracterizado”. Rajoy no ha dejado claro si habrá banco malo o no, pero se ha propuesto “la culminación del proceso de reestructuración del sector financiero en los primeros seis meses del año”. Es un objetivo ambicioso.
El discurso de Rajoy en materia energética está plagado de lugares comunes: España tiene un problema energético importante, el problema es complejo, la solución no puede ser simplista y hacen falta reformas (pero no dice cuáles). Su objetivo es “aplicar una política basada en frenar y reducir los costes medios del sistema, en la que se tomen las decisiones sin demagogia, utilizando todas las tecnologías disponibles, sin excepciones, y se regule teniendo como objetivo primordial la competitividad de nuestra economía”. Puede deducirse que habrá energía nuclear y que se reducirá el peso de las renovables, pero el líder del PP ha evitado mojarse más de la cuenta. Lo mismo en Agricultura, donde “uno de los principales objetivos es elaborar una estrategia nacional” para defender sus intereses o en tantos otros capítulos.
En lo relativo a las pensiones, el programa de Rajoy sigue también las líneas marcadas por el anterior Gobierno: acercar la edad de jubilación efectiva a la real, dificultar las prejubilaciones, incentivar la prolongación de la vida laboral y hacer que las pensiones guarden mayor relación con las cotizaciones, pero sin detallar ninguna medida nueva al respecto.
En general, el discurso presentado por Rajoy en materia económica podría haber sido asumido casi por completo por el Gobierno socialista saliente. Las diferencias son de matiz, de intensidad y de velocidad, al menos en lo anunciado hoy. Cabe contar, eso sí, con que Rajoy haya preferido hoy no concretar aún demasiado (en especial las medidas impopulares), y que el Gobierno llegue con un impulso reformista renovado que acabe marcando diferencias palpables. Hoy no lo ha hecho.
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