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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Moisés

Mientras Rajoy prepara su inminente Plan de Estabilización, el PSOE vive una lucha por el poder

Enrique Gil Calvo

Mientras el flamante presidente Rajoy prepara su inminente Plan de Estabilización, el partido socialista se debate en una impaciente lucha por el poder, tratando de decidir quién se queda con las riendas de su maquinaria organizativa. Aquí aparecen dos bandos enfrentados que lideran los cabezas de lista electos por las circunscripciones de Madrid y de Barcelona, igualados ambos por la original característica de haber sufrido la derrota más estrepitosa de su historia pero a la vez presuntamente diferenciados por representar el primero a la cúpula del partido, en cuyos aledaños anida desde hace un cuarto de siglo, y la segunda a los sedicentes militantes de base, pese a que solo le debe su cargo al marketing mediático del anterior secretario general, que fue su padrino. ¡Qué cosa más triste si no resultase tan patética!

Parece que en el PSOE nadie está dispuesto a rendir cuentas asumiendo responsabilidades por tan descomunal fracaso: ni la cúpula del partido, que consintió y respaldó las fallidas políticas de Zapatero, ni las organizaciones territoriales de base, cuyo divorcio de la ciudadanía mientras se dedicaban tan solo a defender sus intereses corporativos y clientelares (por no hablar de la vergonzosa corrupción política) les ha hecho perder por completo la confianza de sus electores. Convendría recordarles a unos y a otros que mucho antes de la llegada de la crisis las encuestas ya demostraban la caída en picado de la fidelidad de sus votantes. Y de esta desconfianza ciudadana deben responsabilizarse tanto la cúpula del partido como sus militantes de a pie.

No, lo que ahora se precisa no es un nuevo candidato al liderazgo del partido previamente desautorizado por la soberanía popular sino una especie de nuevo Moisés: un profeta que les ayude a recorrer su travesía del desierto (despoblado tanto por la falta de cargos que ocupar como por la ausencia de ciudadanos dispuestos a prestar crédito a sus siglas), pero que sin embargo no llegue a contemplar en activo la llegada a la tierra prometida de la recuperación del poder. Estoy pensando en alguien con el perfil de Javier Solana, por ejemplo, que nunca llegase a ser candidato electoral pero que sin embargo, y quizá por eso mismo, podría estar en condiciones de reorganizar el partido y de dirigir la recuperación de su credibilidad, coordinando las deliberaciones para diseñar un nuevo programa que sirva metafóricamente como futuro código de mandamientos de la ley: no prevaricarás, no te corromperás, no defraudarás a tus electores, no desearás el poder de tu prójimo… Y aparte de esas prohibiciones de conductas impropias, ¿qué prescripciones positivas debería imponer ese hipotético Moisés socialista? Dos en especial, a modo de haz y envés de un mismo programa estratégico: hacer una profunda autocrítica, evaluando para ello las razones del fracaso de las políticas aplicadas, y repensar a partir de ahí una estrategia socialdemócrata reformista e innovadora.

¿Por qué se saldaron los mandatos de Zapatero con un fracaso tan sonoro? De poco sirve echar las culpas a la crisis financiera, que desde luego no se supo prevenir ni abordar con un mínimo de sensatez, pero en la que también tropezaron los demás Gobiernos europeos. Y sirve de poco porque, para cuando la crisis por fin advino de forma oficial (otoño de 2008), ya era de dominio público que la ejecutoria del Gobierno socialista había resultado fallida en lo esencial. Sobre todo a partir de dos fracasos tan notorios como la reforma del Estatuto catalán y la negociación con ETA, que revelaron una ceguera política descomunal. Pero con ser tan graves estos dos lamentables errores, lo peor fue que bajo su fallido intento subyacía una manera de enfocar el ejercicio del poder que revelaba un profundo desacierto básico, sobre todo para un planteamiento que se pretendiera de izquierda progresista. Me refiero al hecho de renunciar a la política del cambio social para sustituirla por una política de marketing mediático.

En lugar de favorecer las oportunidades materiales de emancipación de jóvenes y mujeres mediante las políticas de empleo y de vivienda, se prefirió invertir todos los esfuerzos en meros gestos simbólicos de cara a la galería, con un pretendido republicanismo cívico que no obtuvo ningún resultado práctico. Es lo que ocurrió con la ley de dependencia, el único intento serio de abordar una política de auténtica transformación social (aunque sin planificar su financiación con un mínimo de rigor). Pero en lugar de crear una buena red de servicios sociales como se pretendía, lo más que se logró (al igual que con el reaccionario cheque bebé) fue subvencionar a las cuidadoras familiares para retenerlas en la dependencia doméstica. Con estrategias tan fallidas, ¿cómo no iba a sentirse defraudada la ciudadanía?

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