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ESTADOS DE ÁNIMO

“La crisis deja en la sociedad una sensación de desconfianza”

“La corrupción crea la sensación de que los políticos ‘no nos representan” “El Estado de bienestar es una conquista irrenunciable”

Juan Cruz
La catedrática Adela Cortina, en su domicilio.
La catedrática Adela Cortina, en su domicilio.MÓNICA TORRES

Adela Cortina. Catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia. Su último libro es Neuroética y neuropolítica. En esta entrevista explica su manera de ver la situación española, atravesada por una crisis cuyo ecuador pasa por las elecciones generales de este domingo.

Pregunta. ¿Qué huellas está dejando en la sociedad esta crisis que vamos pasando, desde el punto de vista ético, pero también desde el punto de vista político?

Respuesta. Una sensación de desconfianza, de que han fallado en la vida pública valores como la transparencia, la responsabilidad, la sana costumbre de rendir cuentas, los mecanismos de control de la economía y la política, la buena administración de los recursos públicos, la preocupación por los peor situados. Andamos por todo ello bajos de moral y eso es perverso. Como bien decía Ortega, quien está desmoralizado no se encuentra en su pleno quicio y vital eficacia, está “desquiciado”, no tiene arrestos para enfrentar el futuro con sentido de la justicia y abordar los retos vitales con altura humana. Urge, creo yo, levantar la moral, salir de esta situación de desconfianza en instituciones tan vitales como los representantes políticos, las entidades financieras, los informes de los controladores, el trabajo de los jueces o el de los abogados que gestionan los concursos de acreedores. Pero la confianza no se improvisa, hay que ganarla día a día con el ejercicio de la responsabilidad, una actitud en franco declive.

P. Es evidente que la política está lesionada, que los mercados han mostrado su supremacía. ¿Este es el mayor desastre o la máxima amenaza?

R. Existe una vieja costumbre de cargar responsabilidades a otros, a poder ser, a fuerzas oscuras a las que no se puede pedir cuentas. He contado en ocasiones que cuando iba al colegio, un colegio religioso, la culpa de todo lo malo la tenía el demonio; cuando estudiaba la carrera, la tenía el sistema; después la tuvieron la globalización, de nuevo el sistema y los mercados sucesivamente. ¿Es que nunca nadie tiene responsabilidades en todo esto? ¿Es que no hay gentes con nombres y apellidos que toman decisiones desastrosas para la sociedad en el mundo económico y en el político?

Tal vez la política esté lesionada porque muchos de los políticos no se interesan por los problemas de los ciudadanos, sino por maximizar su beneficio personal y grupal. Los repartos de prebendas, las tramas de corrupción despiertan la sensación de que “no nos representan”, la sensación de que no existe una real democracia representativa, menos aún deliberativa. Que cunda la desafección hacia lo político no es entonces extraño.

Pero tampoco la economía puede situarse más allá del bien y el mal moral, porque no solo la compone el mercado, sino sobre todo entidades financieras, empresas nacionales y transnacionales, analistas, auditores, instrumentos políticos de control, es decir, todo un conjunto de organizaciones con nombres y apellidos que han de ganarse la legitimidad social generando bienes. En caso contrario, ciudadanos y políticos en solitario tienen imposible crear buenas sociedades, es necesario el concurso de los tres sectores.

P. En la última parte de este periodo electoral se están poniendo de manifiesto las amenazas sobre más recortes en servicios sociales, y en concreto, en educación. ¿Cómo vive este hecho?

R. Con indignación y con estupor. Con indignación, porque recortar en prestaciones a los más débiles es radicalmente injusto, no digamos en educación y en sanidad, que son vitales para las gentes y para las sociedades. Con estupor, porque los recortes sociales quiebran la cohesión social indispensable para llevar un país adelante. Quien lleve a cabo esos recortes camina hacia el suicidio por falta de justicia y por falta de prudencia. El Estado de bienestar o, como creo que es mejor decir, el Estado de justicia, es una conquista a la que no podemos renunciar. El problema no es entonces “Estado de justicia, sí o no”, sino cómo hacerlo en este tiempo.

P. ¿Cómo ha vivido la campaña en concreto?

R. Con un aburrimiento infinito. Las campañas deberían servir para informar a los ciudadanos sobre los programas de los candidatos y para discutir sobre ellos, ayudando a formar “pueblo”, y no “masa”. Pero se han convertido en un juego de efectos especiales para dar en la diana de las emociones de los votantes potenciales, en un ejercicio de neuromarketing electoral que dirigen los asesores de imagen hacia los marcos de valores de los ciudadanos con el fin exclusivo de recabar votos. Cuando las leyendas sustituyen a los programas, los asesores a los políticos y la manipulación de emociones a la argumentación, no puedo evitar un enorme desinterés.

P. La política es una medida de la actitud de la sociedad. En ese sentido, ¿cuál sería el estado de nuestra sociedad?

R. En algunos sectores, de desesperanza y de impotencia; en otros, de indignación. Estábamos acostumbrados a la “movilidad psíquica”, a pensar que los hijos vivirían mejor que los padres, y ahora esa esperanza se ha quebrado y se abre un periodo de incertidumbre con malos presagios. Los jóvenes más cualificados emigran, el desempleo aumenta, las tramas de corrupción y el exceso de incompetencia provocan desánimo, no faltaba sino esa Unión Europea, que quiso construir la Europa económica sin contar con la Europa social y la política, y eso es imposible. Faltan voces que propongan caminos ilusionantes y viables.

P. ¿Qué estado de ánimo deja en usted todo lo que está pasando?

R. El inconformismo. La convicción de que es necesario tomar las riendas del futuro, sabiendo que no se ganó Zamora en una hora, pero tampoco se hubiera tomado sin empezar el asedio. En España contamos ya con recursos humanos suficientes como para crear una buena sociedad democrática, si estamos de acuerdo en que eso es lo que queremos y educamos en una cultura de la responsabilidad, del trabajo bien hecho y de esa excelencia que consiste en poner lo mejor de sí mismo para beneficio compartido.

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