Misión imposible
Los comportamientos electorales de la ciudadanía son mucho más conservadores de lo que parecen. La primera razón del voto de la mayoría de los ciudadanos es la adscripción ideológica en el eje derecha e izquierda (con los matices que introduce la variante patriótica en las naciones periféricas), que, por lo general, equivale a votar siempre lo mismo. Por eso es difícil, y a veces necesita de un aparcamiento previo en la abstención, el trasvase de un partido a otro. A menudo la decisión de quedarse en casa por parte de unos votantes desencantados es la que desaloja a los gobernantes del poder. Hay, sin embargo, un grupo minoritario de electrones libres, acostumbrado a viajar de un lado a otro del espectro político, que es el que al final decide las elecciones.
Todo el mundo sabe que el PSOE lo tiene extremadamente difícil. Carga con el castigo que todo partido gobernante sufre por la crisis, carga con la desconcertante gestión que hizo de ella un presidente que nunca tuvo una política económica propia y carga con el malestar de una ciudadanía que solo ve cómo la situación social empeora, sin ninguna señal esperanzadora en el horizonte. Pero lo que convierte la remontada en misión imposible, es la dificultad de diferenciarse del PP en los dos temas principales de estas elecciones: la crisis y el futuro del Estado de las autonomías.
Es cierto que el PP y el PSOE no son lo mismo. Es cierto que el PSOE ha hecho una reforma profunda de los derechos de las personas, que ha ampliado enormemente las opciones en materia de moral y costumbres, y que en cambio sobre el Partido Popular pesa un discurso regresivo aupado por una jerarquía eclesiástica profundamente reaccionaria y por unos pseudo liberales con cultura de Tea Party. Es cierto que el PP representa intereses corporativos mucho más cerrados que el PSOE y que sus vínculos con el capital son, para decirlo así, mucho más orgánicos.
Pero si bajamos a las opciones concretas en política económica, Zapatero ha alineado al PSOE con la ortodoxia alemana, y por mucho que se esforzara Rubalcaba no podría salirse de este guion, por lo menos hasta que fracase definitivamente y nos impongan un giro. No hay margen porque no hay una alternativa europea consolidada que se reconozca en un proyecto verdaderamente reformista, es decir, que, en palabras de Flores d’Arcais, “transforme las relaciones de poder y de riqueza”. Y esto no puede hacerlo un partido solo, ni que quisiera. Con lo cual da la impresión de que en política económica la diferencia estará en que el PP desplegará la doctrina de la austeridad con entusiasmo y con el aplauso del capital, para el que ya ha anunciado atenciones especiales, mientras que Rubalcaba lo hará con pocas ganas y quizás un algo de mala conciencia, intentado maquillarlas como pueda con señales sociales. No hay más margen con las relaciones de fuerza actuales.
Después de las elecciones, el PP anunciará la quiebra económica del Estado de las autonomías y buscará su reforma. En un contexto complicado porque el fin de la violencia en el País Vasco abre allí una nueva dimensión. El exabrupto de Peces-Barba que tanto ruido ha levantado tiene el valor sintomático de confirmar que el pacto constitucional realmente está agotado. Si uno de los hacedores de aquel consenso reacciona así es que algo falla. Es cierto que la respuesta de los medios políticos y periodísticos catalanes da alas a los que creen que Cataluña siempre juega de farol, porque en su mayoría han preferido hacerse los ofendidos que expresar su satisfacción y decir que si entonces España se equivocó quedándose con Cataluña estamos perfectamente dispuestos a resolver este error ahora con un divorcio pactado. Pero la crisis del consenso constitucional tendrá que afrontarse en la próxima legislatura. Y no bastará la coartada económica para legitimar la regresión. Después de que Zapatero enterrara la España plural, el margen que separa al PP y al PSOE es limitado. Los socialistas no han resuelto siquiera su ecuación federal. Y las palabras de Peces-Barba confirman que la visión de Cataluña como nación sometida no les es ajena.
¿Hay un giro a la derecha? Que España era un país de izquierdas siempre me ha parecido un mito. Pero ni una victoria del PP aquí, ni una victoria de la izquierda en Francia o Italia me parecerían significativas de cambios de signo ideológico. El voto lo determina la crisis. La hegemonía conservadora en el primer mundo es un hecho desde hace más de 20 años, gobierne quien gobierne en cada país.
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