Predicar en el desierto
En los tiempos que corren, nadie parece dispuesto a dar un trago de agua a López para que construya, por fin, un liderazgo que se le resiste
A dos meses vista de unas elecciones generales, la celebración de un pleno de política general puede convertirse en un diálogo de sordos por los lógicos intereses partidistas. El lehendakari, Patxi López, lo acaba de sufrir en carne propia. Sus llamamientos a la búsqueda de nuevos nichos de empleo, la apelación al consenso institucional para diseñar una nueva política fiscal e incluso la novedosa política de reinserción de presos de ETA apenas merecieron reproches desde la oposición. Fue predicar en un desierto inhóspito para sus intereses.
En los tiempos que corren, nadie parece dispuesto a dar un trago de agua a López para que construya, por fin, un liderazgo que se le resiste en exceso. El lehendakari, ninguneado de salida por el pacto Zapatero-PNV y luego prisionero de la crisis, está tardando demasiado en aposentarse dentro del complejo entramado institucional del País Vasco. Y, por si fuera poco, cuando lo intenta, como ahora, con sus apelaciones al diálogo con partidos y diputaciones, escucha el silencio como respuesta.
López, eso sí, aportó en su discurso un intencionado matiz ideológico, que guardó íntimas similitudes con las proclamas socioeconómicas que su candidato Rubalcaba viene desgranando. Pero fue incapaz de concretar las propuestas, y sus adversarios tardaron apenas el primer receso del pleno en restregárselo. No fue una excepción. Ni siquiera el PP, su socio de referencia y llamado a gobernar España, le ofreció el hombro para apoyarse.
Pendiente ahora el cuerpo a cuerpo entre los portavoces, y donde el lehendakari siempre ha ofrecido mayor versatilidad, es muy posible que este escáner anual a la realidad vasca corra el riesgo de verse reducido al último folio y medio del discurso, el dedicado a la obligación de construir un relato descarnado por real de cómo Euskadi tiene que prepararse para un futuro de convivencia. López, temeroso con razón de que la ansiedad por la paz haga olvidar el sufrimiento vivido, delimitó con nitidez quién es la víctima y quién su agresor. Lo hizo con la misma convicción utilizada para demandar que la política penitenciaria debe entender el momento político que se ha abierto y facilitar la reinserción. Ni siquiera aquí aunó voluntades.
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