Cabalgar el tigre
El PP yerra como tantas veces, acumulando condenas anticipadas sin pruebas de Rubalcaba
Érase una joven dama de Riga, cuenta Kipling, que salió de paseo sobre un tigre, y el paseo terminó, con la dama dentro, y una sonrisa en el rostro del tigre.
En la historia de ETA hubo varios intentos de cabalgar el tigre. El más prolongado fue sin duda el de Xabier Arzalluz, desde los días de la transición democrática hasta el pacto de Lizarra, solo que la psicología del exjesuita guipuzcoano tenía más de ave rapaz que de joven dama, y por ello supo levantar el vuelo a tiempo cada vez que estuvo a punto de ser devorado, desde las conversaciones de Chiberta a la propia tregua de Lizarra. Así que al hacer balance puede decirse que se sirvió de ETA, como palanca para impulsar su propia política, tanto como la sirvió, impidiendo su aislamiento en momentos decisivos, a lo largo de los años 90. A fin de cuentas, ambos coincidían en el instinto depredador y en la identidad del enemigo.
El segundo intento correspondió al presidente Zapatero cuando responde a la tregua de ETA de marzo de 2006 con un sincero empeño de poner todos los medios a su alcance, y algunos que legalmente no lo estaban, para consumar el proceso de paz. Dijo que la paz no tendría precio político y puso en marcha una negociación política, declaró respetar “los valores” de la Constitución y no dudó en admitir “las decisiones de los ciudadanos vascos que adopten libremente” sin límites constitucionales precisos, proclamó en falso que el “incidente” (sic) de la T-4 era el fin de las negociaciones. Dispuesto a todo con tal de alcanzar su bienintencionado objetivo, ignoró elocuentes señales emitidas por ETA. Menos mal que el tigre interrumpió el paseo queriendo tragarse a Navarra demasiado pronto. De ahí una interpretación plausible del episodio Faisán de confirmarse el relato judicial: el vértice político no estaba dispuesto a que el proceso apenas iniciado se interrumpiera por la detención de unos etarras, aun tratándose del impuesto revolucionario, y ante el supuesto interés de Estado unos policías leales verosímilmente dieron el chivatazo. No estamos ante nuevos Amedo y Domínguez, sino ante excelentes profesionales que solo cometerían tal infracción ateniéndose a directrices superiores justificadas. Frente a la visión apocalíptica del PP, nada que ver con los GAL, aunque sí con la posterior chapuza de la hospitalización para De Juana Chaos, decisión bien aderezada pero alegal, y para el mismo fin: salvar hasta en la agonía el proceso de paz.
El PP yerra como tantas veces. Busca sangre, no justicia. Y así, acumulando condenas anticipadas sin pruebas del candidato Rubalcaba, lo que hace es blindarle. El verdadero problema es político y concierne a la posible repetición de esa estrategia temeraria en la actualidad. En contra de lo que Rubalcaba pueda creer, cada suceso y cada silencio suyo incrementan las suposiciones pesimistas, especialmente cuando tras el último juego de comunicados ETA-Bildu resulta probado que estamos desde enero ante un ejercicio de natación sincronizada; en vez de los rechazos que exige la ley, felicitaciones recíprocas.
Por su parte, Rubalcaba silencia el tema vasco en su brillante discurso de presentación. Como si estuviera feliz ante lo sucedido en y después de una legalización que pareció atender al mismo propósito: sacar al tigre de la jaula para que pasee y se amanse solo. Única muestra de energía: fin abrupto de las protestas de Belloch y Aguilar sobre la capitalidad europea donostiarra, como si hubieran sido abroncados por el sargento de hierro.
Ninguna reflexión sobre lo que allí puede pasar con una euskerización forzosa y la previsible imposición de la cultura de la txalaparta. O con la erradicación de los símbolos del Estado. Tampoco ante tantas referencias en el lenguaje de Batasuna/Bildu, e incluso de Otegi, expresivas de que las verdaderas víctimas a reconocer son los terroristas encarcelados, los suyos, mientras para las de verdad “aún no toca”.
Rubalcaba sabe leer y sabría perfectamente abordar este problema. Si juega con silencios y perogrulladas (“ETA y Bildu no son exactamente la misma cosa”) es porque quiere, y aquí entra en juego la verdadera sombra del Faisán: que la opción de Rubalcaba sea cabalgar la fiera, manteniendo la presión policial, pero dejando abierta la vía política, cueste lo que cueste, en espera de una declaración futura que la opinión pública interprete como el fin de ETA. Cosecha electoral asegurada: todos queremos paz.
Solo que si bien el tigre está hoy ahíto, queda en condiciones de volver a atacar. Sobran indicios, zulos, robos, de que no duerme.
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