La cultura y sus herramientas para pensar el espacio público
La plataforma 21 Distritos de Madrid promueve debates sobre cómo las prácticas artísticas y ciudadanas pueden incorporarse a la Agenda 2030
Que se valore la cultura como eje vertebrador del espacio público es el desvelo de un grupo de investigadores sociales, activistas y artistas que en Madrid se reúnen bajo la cobertura institucional de 21 Distritos, impulsada desde el ayuntamiento de Madrid, con la colaboración de la Plataforma Cultura Sostenible. Así, la Mesa Cultura 2030 –que promueve la incorporación de los ODS, Objetivos de Desarrollo Sostenible, a las acciones artísticas y comunitarias– se despidió de 2021 en un encuentro en la Casa de Vacas del Retiro de Madrid, con la promesa de convocar nuevas reuniones durante el año 2022.
¿Qué puede hacer la cultura por la Agenda 2030? Es la pregunta que guía los encuentros, abiertos a ciudadanos y ciudadanas que quieran aportar experiencias, discutir enfoques y/o reclamar políticas de compromiso con la sostenibilidad ambiental, económica y social de todo cuanto se haga desde las instituciones en el espacio público y aquello que involucre, también, a las propuestas empresariales en materia de cine y otras intervenciones artísticas, desde lo asociativo.
La cultura es transformadora y, aunque no figure de forma explícita en un objetivo de desarrollo sostenible en particular, los atraviesa todos, fue una de las conclusiones del encuentro en el parque de El Retiro. De ahí que, en la mesa La cultura comunitaria en los espacios públicos como motor e impulso para el cambio necesario, se asimilara la dimensión cultural a un conjunto de herramientas para pensar las cosas. De este acuerdo partieron los ponentes Emilio Luque –sociólogo y politólogo–, Juan Merín –de la Fundación Voces–, Eva Barbero –de la Red de Espacios y Agentes de Cultura Comunitaria REACC–, María Guerrero –directora de Acción por la Música– y el artista Javier Cruz.
Por supuesto, también lo público y la democracia estuvieron presentes en las reflexiones de esa misma mesa, toda vez que lo público es aquel lugar que constituyen quienes se reconocen afectados por un mismo problema, o una misma solución. Ese es, justamente, el proceso que articula la democracia, ya que ambos términos –espacio y público– se crean recíprocamente a sí mismos: un espacio común genera un público. Por el contrario, un espacio para el lujo privado resta posibilidades al disfrute público. Lo que sin dudas sí debería defenderse es el lujo público, para el que siempre hay espacio suficiente, asintieron los panelistas.
Entre las primeras infraestructuras de lujo público destacan, sin dudas, las bibliotecas. Otras, los parques, cuya cercanía de las personas determina la calidad de vida, e incluso la esperanza de vida, según las estadísticas de muertes tempranas en las grandes ciudades. Esto se constató durante los confinamientos debidos a la pandemia, en los que surgieron necesidades de ocupación diferente del espacio público, así como prioridades de encuentro y diálogos como los promovidos por la REACC, a través de las ‘anticonvocatorias’ a ciudadanos, asociaciones y gestores culturales, y que actualmente reúne a unos 300 agentes sociales.
Generar cosas en común fue, efectivamente, una de las consecuencias de esa imperiosa necesidad de socializar, tras el aislamiento. Habitar el espacio público e imaginar el espacio desde el arte fueron otras máximas que comenzaron a cumplirse en proyectos que demostraron que las prácticas artísticas generan emoción, y pueden curar, tanto como el contacto renovado con la naturaleza. La otra constatación, en este caso aportada por la cineasta cubana Bebé Pérez (de BesaFilms y #Túencenslacultura en Valencia), es que cuando se volvió a consumir cultura después de los meses duros de clausura, se empezó por lo local. Lo cercano, lo pequeño y lo sostenible se impuso, entonces, también en el terreno cultural.
Por su parte, Javier Cruz explicó las prácticas artísticas que vienen construyendo el Bosque Real, el nombre bajo el que se agrupan unas intervenciones colectivas que se desarrollan desde 2019 en los parques públicos que algún día fueron propiedad de la realeza y la nobleza. El primer paso del proyecto consistió en rememorar, con nuevos festejos, la celebración del 1 de mayo de 1931 en la Casa de Campo, cuando por fin se abrió al público la Puerta del Rey, que había estado cerrada durante cuatro siglos para preservar el coto de caza que un día disfrutara solamente Felipe II y su corte. Trescientas mil personas entraron ese día a su parque, aunque de aquellas horas festivas han quedado tan pocos registros que actualmente todavía restan enigmas por dilucidar. Lo que sí está claro es que aquella expropiación de la República abrió otro capítulo en la historia de ese gran parque urbano madrileño, cuyos misterios e historias escondidas hoy animan a los ciudadanos y las ciudadanas curiosas.
Tras proyecciones de cine en el cerro de Garabitas (un nombre propio en la Guerra Civil) y visitas al taller de cantería –donde se tallan y almacenan todos los ornamentos de piedra de la ciudad de Madrid–, el colectivo de artistas que lleva adelante las acciones de Bosque Real pretende extender sus búsquedas participativas a otros espacios, como el de El Retiro, por ejemplo.
En la última Mesa Cultura 2030 hubo, por fin, una buena tarde dedicada a las discusiones abiertas entre agentes comunitarios institucionales y participantes espontáneos, para establecer vínculos, pensar colaboraciones y ponerse a la ciudad, entre todas.
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