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Cruzando fronteras con refugiados ucranianos

Un directivo de la ONG World Vision escribe esta reflexión tras unirse a un grupo de personas que huían del conflicto en su país con destino a Polonia

Un niño intenta protegerse del frío en la frontera de Vama Siret, entre Ucrania y Rumanía.
Un niño intenta protegerse del frío en la frontera de Vama Siret, entre Ucrania y Rumanía.WV Romania Staff

Mientras continúa el conflicto armado en Ucrania, más de la mitad de los niños del país, y casi 12 millones de personas en total, se han visto obligados a huir de sus hogares y buscar seguridad dentro y fuera del país. Al comienzo de este conflicto, a principios de marzo, visité la ciudad ucraniana de Lviv como parte de mi trabajo con el equipo de respuesta de World Vision. Fui a evaluar la situación de los desplazamientos en curso y a reunirme con posibles socios con los que podríamos trabajar en respuesta a esta enorme crisis humanitaria. Aunque todavía no se había producido ningún bombardeo en Lviv, la sensación de miedo era generalizada, con los ciudadanos locales preparados para huir en caso de ataque.

Cuando terminamos nuestras evaluaciones y nos dirigimos a Polonia, de repente y de forma abrupta, formamos parte de un flujo de unos 200 refugiados ucranianos. Intentaban desesperadamente llegar a este país después de dejar atrás sus casas, negocios, familiares y pertenencias para escapar de la guerra. Había visto muchas veces en la televisión y en los periódicos imágenes de largas colas de refugiados cruzando las fronteras para huir de la agitación en Irak o Siria, pero estar atrapado en una de ellas era absolutamente surrealista. Estaba cruzando junto con los refugiados, paso a paso, respiración a respiración, mientras la fila se acercaba a la frontera polaca.

Alyona y su hija Bella, de tres años, juegan en el refugio de Romexpo, en Bucarest, capital e Rumanía.
Alyona y su hija Bella, de tres años, juegan en el refugio de Romexpo, en Bucarest, capital e Rumanía.Brianna Piazza

Fue una experiencia extremadamente emotiva y dolorosa. Podía sentir la agonía, la angustia, los miedos y también una especie de esperanza a lo largo de los 300 metros que separan las fronteras. Casi todos los refugiados que cruzaban con nosotros eran mujeres, niños y ancianos; salvo algunas excepciones, los hombres tienen prohibido salir de Ucrania. Se me rompió el corazón al ver a muchos niños y niñas con la mirada desorientada, sin comprender del todo cómo sus vidas habían cambiado tan drásticamente en tan solo unos días. Las madres intentaban recomponerse mientras consolaban a sus hijos, enterrando sus lágrimas y su desesperación en lo más profundo, diciendo adiós a sus raíces y caminando hacia un futuro incierto. Los ancianos que no podían caminar bien se apoyaban unos a otros y llevaban bolsas de plástico que contenían únicamente las cosas que podían manejar.

Era visible el dolor y el luto que todos y cada uno llevaban sobre sus hombros. Mientras me despertaba junto a ellos, sentí lo totalmente injusta que era la vida: estábamos cruzando la misma frontera, pero mi situación era muy diferente. Yo tenía un pasaporte que me permitía viajar a casi todas partes, tenía una reserva de hotel esperándome en Polonia y, una vez que terminara mi despliegue, volaría con seguridad de vuelta a mi hogar. Ellos marchaban hacia lo desconocido y se enfrentaban a tener que procesar profundos sentimientos de pérdida, ya sea de un ser querido, de una patria, de un estatus social, de un bienestar, de un futuro.

Se me rompió el corazón al ver a muchos niños y niñas con la mirada desorientada, sin comprender cómo sus vidas habían cambiado tan drásticamente en solo unos días

Estos refugiados están en un viaje que no han elegido, la mayoría de ellos no tienen recursos económicos suficientes para pagar un lugar donde alojarse o comer. Sobre todo, lo han perdido casi todo en su país de origen. La mayoría se pregunta: ¿a dónde ir?, ¿dónde empezar una vida?, ¿cuándo podremos volver a nuestro pueblo?, ¿cuántos de nuestros parientes que se quedaron atrás sobrevivirán?

Todos hemos experimentado el dolor en nuestras vidas y, muy probablemente, lo hemos superado gradualmente. Sin embargo, cuando la situación que nos causó el dolor no se resuelve o se prolonga, como una guerra, es un reto llegar a la última etapa del duelo, cuando podemos seguir adelante y construir una nueva vida sin el profundo sentimiento de pérdida.

Cuando las organizaciones humanitarias respondemos a las crisis de los refugiados, no nos limitamos a atender sus necesidades básicas. Es fundamental examinar la intersección entre el daño psicosocial producido por la guerra, la herida palpitante del proceso de migración o evacuación, y sus luchas para adaptarse a una nueva vida en la comunidad de acogida. Muchos desplazados habrán experimentado directamente la persecución, el hambre y la pobreza; habrán sido testigos de la violencia o víctimas directas de ella, así como de abusos. Muchos de los niños y niñas que vi viajaban sin parientes que pudieran protegerlos o, en algunos casos, tenían cuidadores adultos con ellos, pero estaban tan traumatizados que eran incapaces de cuidar de sí mismos.

Una trabajadora humanitaria de World Vision, Catalin Romanescu, juega con Dima, de dos años, en un centro de acogida de refugiados en la frontera.
Una trabajadora humanitaria de World Vision, Catalin Romanescu, juega con Dima, de dos años, en un centro de acogida de refugiados en la frontera.Laura Reinhardt

La salud mental y el apoyo psicosocial deben considerarse un componente básico de todas las intervenciones humanitarias, especialmente en los puestos fronterizos, los espacios de acogida para desplazados internos y los centros de recepción. Aunque la mayoría de los refugiados pueden alcanzar la seguridad en las comunidades de llegada, el impacto psicológico de la guerra, la violencia y la separación de los seres queridos puede continuar durante mucho tiempo. Los niños y los jóvenes deben recibir apoyo con las herramientas necesarias para entender y lidiar con estas dolorosas experiencias. Esto va acompañado de estrategias de educación, sustento, protección y salud.

Como profesional y como persona, todavía estoy procesando este viaje insoportable que compartí con aquellas personas. Ya estoy de vuelta en mi casa y en mi oficina, pero no puedo olvidar cada rostro y los sentimientos que percibí ese día. Ahora que el número de refugiados alcanza casi los siete millones, no debemos olvidar nunca la dimensión humana de esta catástrofe humanitaria, especialmente la de los más vulnerables.

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