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Coordinado por Lola Huete Machado

Nigeria: Las elecciones de 2023 y el camino menos transitado

El país africano es un hervidero de rabia reprimida alimentada por una injusticia patente, y que para mantenerla unida tenemos que prestar oído a los bramidos de la orquesta de las minorías, opina el intelectual Chido Onumah en este artículo

Elecciones Nigeria 2023
Los partidarios del abanderado presidencial del partido gobernante de Nigeria (All Progressive Congress), Bola Tinubu, se regocijan después de haber sido elegido como ganador de sus primarias presidenciales para las elecciones de 2023 en la Plaza del Águila en Abuja, Nigeria, 8 de junio de 2022.KOLA SULAIMON (AFP)

A finales de mayo, los principales partidos políticos de Nigeria ‒el Congreso de Todos los Progresistas (APC), actualmente en el Gobierno, y el Partido Democrático Popular (PDP), en la oposición‒ eligieron a sus candidatos a la presidencia para las elecciones generales de febrero de 2023. Uno de los dos será el que se convertirá en presidente el próximo año.

Pretender que la clase política dominante de Nigeria piense un poco en el país sería mucho pedir. Pero tenemos del deber de pedirlo, no porque creamos que estén dispuestos a cambiar nada o tengan la capacidad de hacerlo, sino porque el huevo nigeriano, en sentido figurado, está a punto de romperse, según Tim Akano. Nuestro interés propio ilustrado exige que no forcemos esa rotura desde fuera.

Dos sucesos trágicos, entre tantos otros, acaecidos en el último mes ‒la decapitación de una pareja de militares y la inmolación de Deborah Samuel‒, sumados a la muda indiferencia de aquellos cuyo deber constitucional es proteger la vida y la propiedad, así como mantener la ley el orden, y de quienes hacen cola para sustituirlos, constituyen un cruel recordatorio de que, ni en el mejor de los casos, los resultados de 2023 podrán arañar la superficie de la crisis existencial a la que se enfrenta Nigeria ni llegarán a hacerlo.

Es una desgracia que los nigerianos tengan que soportar estas tragedias, que se han convertido en rasgos habituales de nuestra existencia nacional. Por supuesto, nada puede justificar la reprobable práctica de que un país abuse de sus ciudadanos. Cuando esto ocurre, pone en tela de juicio los cimientos y el futuro de esa nación, y muestra hasta qué punto este es imperfecto.

Por ello, uno se pregunta por qué la clase política tiene puesta la vista exclusivamente en 2023 y por qué quienes aspiran a dirigir el país no se posicionan con respecto a esta cuestión crucial. Su actitud indica no solo lo poco preparados que están, sino también su falta de sinceridad y la superficialidad de sus ideas; no se han formado una imagen de la clase de país que quieren dirigir ni tienen fe en él. La fe en Nigeria ‒a pesar de que nuestro lema sea “unidad y fe, paz y progreso”‒ es un bien escaso en nuestra clase política.

Siempre que hablo de nuestras dificultades como país con compatriotas más jóvenes, me gusta hacer referencia a un ensayo de 2004 titulado El camino hacia la grandeza de Nigeria: entre el excepcionalismo y el tipismo, de Ali Mazrui, uno de los politólogos más importantes de África. En él, Mazrui realizaba la siguiente memorable observación con motivo del 90º aniversario de la unificación: “Hay, en efecto, ciertos atributos que hacen que Nigeria sea sorprendentemente única en África y la distinguen en su configuración de todos los demás países del continente”. Brevemente, estos atributos incluyen su tamaño, sus recursos humanos y naturales, y por supuesto, lo que parece ser un equilibrio de fuerzas en su configuración geopolítica y religiosa. Nigeria no se parece a ningún otro país; ningún otro país se parece a Nigeria.

Entonces, ¿por qué esta oportuna excepcionalidad no la ha funcionado? Quizá la respuesta esté en su tipismo. “Puede que algunos de sus altibajos particulares sean típicos de todo el continente”, afirmaba Mazrui de Nigeria. “Entender a Nigeria es comprender esta dialéctica entre su excepcionalidad en la configuración africana y su tipismo como espejo del continente... Nigeria es típicamente africana, también por los vaivenes entre la tiranía (exceso de gobierno) y la anarquía (déficit de gobierno). Cuando está gobernada por militares, tiende a la tiranía (exceso de gobierno); cuando está bajo una administración civil, tiende a la anarquía (déficit de gobierno)”.

Ampliaré la tesis de Mazrui para afirmar que hay algo funesto en el tipismo de Nigeria que forma el sustrato del miedo y el odio mutuos y explica la actual anarquía. La idea de Nigeria se basa en la conquista ‒conquista de personas y de recursos‒, y se ha sustentado en nuevas formas de dominación y opresión. Durante demasiado tiempo nos hemos negado a mirar de frente a este tipismo amenazador. No sé cuánto tiempo más podremos ignorarlo. Parece que hemos llegado a la encrucijada de lo que los politólogos denominan anocracia, un estado que no es autocrático ni democrático, y un lugar peligroso para un país. Cada tragedia refuerza la necesidad de dar un paso atrás y ofrecer una respuesta adecuada a la cuestión esencial de nuestra condición de nación, que tiene su origen hace más de seis décadas.

Desde el terrorismo hasta el bandolerismo, pasando por las incontables refriegas subnacionales, étnicas, políticas, religiosas, culturales y medioambientales, hemos llegado a la “Puerta de No Retorno”, ese punto infame a través del cual millones de africanos fueron embarcados a la fuerza en barcos de esclavos con destino al Nuevo Mundo. ¿Qué nos dicen esos fenómenos sociales y políticos de nuestro país? Nos dicen que Nigeria es un hervidero de rabia reprimida alimentada por una injusticia patente, y que para mantenerla unida tenemos que prestar oído a los bramidos de la orquesta de las minorías (ya sean étnicas, políticas, económicas, religiosas o sociales), por tomar prestado el título de la aclamada novela de Chigozie Obioma.

Tal vez 2023 nos brinde una oportunidad única de volver a plantear las controvertidas cuestiones de la pertenencia, la inclusividad, la igualdad y la justicia que en gran medida alimentan el descontento y la inquietud en todo el país. Una de las declaraciones más profundas de un político nigeriano a este respecto es la atribuida a Bola Ige, gobernador del estado de Oyo en la Segunda República y ministro de Minas y Energía, y luego de Justicia, durante la Cuarta República, que fue asesinado (siendo ministro en activo) el 23 de diciembre de 2001. Según Ige, “hay dos preguntas básicas que deben ser respondidas por todos los nigerianos. La primera es si queremos seguir siendo un solo país; la segunda, en caso de que la respuesta sea sí, es en qué condiciones”.

En pocas palabras, debemos renegociar Nigeria mediante una nueva constitución que recree el país a imagen de los nigerianos del siglo XXI. Ese proceso no es una fórmula peligrosa. De hecho, podría desembocar en la descomposición de Nigeria, tal como la conocemos actualmente. Pero lo más importante es que el desmoronamiento no costaría la sangre de millones de ciudadanos. El experimento de construir una nación es duro, pero gratificante, al menos para aquellos que están sinceramente comprometidos con el proceso.

Debemos renegociar Nigeria mediante una nueva constitución que recree el país a imagen de los nigerianos del siglo XXI

Tanto si se trata de compartir el poder como de ratificar la laicidad o la pluralidad religiosa, proteger a las minorías, o cualquier otra cuestión, debemos adherirnos invariablemente a la posición por defecto de que Nigeria es un país formado por diversas nacionalidades con peculiaridades religiosas y socioculturales, negociado como federación en el momento de su independencia en 1960.

Cada decisión que tomemos debe reflejar ampliamente esta diversidad. Lo contrario traería consigo el desastre. La cuestión central de la transición de 1999 fue el retorno a un gobierno civil. La cuestión central en 2015, cuando la monstruosidad actual llegó al poder, era la perspectiva de una transición de un partido a otro tras 16 años de desgobierno del PDP. Parece que hemos cerrado el círculo. La cuestión central en 2023 será (re)negociar la unidad de Nigeria. Olvidémonos de toda la palabrería sobre la resolución de los problemas económicos, el PIB y la lucha contra la inseguridad. Sin un país no podemos hacer nada. No repitamos los errores de nuestro trágico pasado.

No deberíamos esperar a estar ante el precipicio para sentarnos a la mesa de negociación. Por eso, cuando se oye a la clase dirigente pronunciar palabras huecas como “la unidad de Nigeria no es negociable”, es importante preguntarle cuál es la naturaleza y el propósito de esa “unidad”. La unidad de Nigeria no es un problema. El reto es su naturaleza y su propósito. ¿Es una unidad basada en la confianza, la igualdad y el respeto, o condicionada por viejas creencias desdeñosas de conquista y dominación?

A medida que se acerca 2023, la clase política va de acá para allá como pollos sin cabeza, proclamando que tiene la varita mágica para “arreglar Nigeria”. Su filosofía de gestores y su visión de la crisis nigeriana, que es una crisis fundacional, nos dicen que están en esto por lo que pueden sacar.

Mi consejo es que, como país, no debería darnos miedo tomar el camino menos transitado. Parafraseando la famosa cita sobre el miedo del primer discurso de toma de posesión de Franklin Roosevelt, 32º presidente de Estados Unidos, a lo único a lo que hay que tener miedo es al miedo mismo, el miedo irracional e injustificado que paraliza los esfuerzos inaplazables por consolidar la unidad de Nigeria.

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