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Sudán se enfrenta a una ola de epidemias en medio de la guerra: “Sin una vacunación inmediata, el brote no se puede contener”

La aparición simultánea de enfermedades como el cólera, el dengue o la hepatitis exponen la magnitud del colapso sanitario, en un país en el que el 70% de los hospitales en zonas afectadas por la guerra están inoperativos por saqueos y bombardeos y gran parte de los profesionales han huido o han sido atacados

Epidemia en Sudán
Marc Español

Cada mañana, la doctora Athar Abdalla se reúne con su equipo, compuesto por una decena de profesionales sanitarios, sube a una clínica móvil instalada sobre un remolque de camión y recorre unos 30 kilómetros hasta llegar a zonas de Jartum, la capital de Sudán, que han permanecido desatendidas desde el inicio de la guerra en el país hace dos años y medio. Desde que arrancaron el proyecto, a principios de septiembre, sus esfuerzos se han centrado en Sharg El Nil, un extenso distrito al este de la ciudad duramente afectado por el conflicto.

La iniciativa de las clínicas móviles, impulsada por el Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD) y el Fondo Global, busca ampliar la atención médica en un país cuyo sistema de salud ha colapsado. En torno al 70% de los hospitales en zonas afectadas por la guerra están inoperativos por los saqueos, bombardeos y su militarización. Gran parte de los profesionales han huido o han sido atacados. La escasez de suministros es crítica. Y la ayuda apenas llega.

“La idea es abordar el problema de las personas que no pueden acceder a servicios de salud”, explica Abdalla por teléfono. “Algunas de las personas que tratamos no han visto un médico en casi dos años. Pueden imaginarse lo difícil que es”, señala.

En estas condiciones, profesionales como Abdalla están teniendo que afrontar en los últimos meses una nueva emergencia de salud pública: una oleada de epidemias que incluye malaria, cólera, dengue, sarampión y, más recientemente, hepatitis. La crisis se ha convertido en un duro reflejo de un país en ruinas, donde la infraestructura más básica –desde el acceso al agua y los alimentos hasta la atención médica y la vivienda– está devastada por la guerra, a lo que se suma la falta de fondos y de acción en medio de la mayor crisis de desplazados del mundo. Según Unicef, la infancia además está pagando el precio más alto con 15 millones de niñas y niños que cada día no saben de dónde vendrá su próxima comida. En Sudán, más de la mitad de la población pasa hambre y cerca de 640.000 personas están en situación de hambruna, según la agencia de la ONU.

Durante los primeros nueves meses del año, se registraron además en todo Sudán más de 1,5 millones de casos de malaria y más de 120.000 de cólera que causaron más de 3.000 muertos, según un documento del Ministerio de Salud federal visto por EL PAÍS. Solo desde finales de julio, se han detectado casi 25.000 casos de dengue y, en apenas dos semanas, 2.300 de hepatitis E. Las cifras reales, sin embargo, se consideran muy superiores a las que se pueden registrar.

Durante la primera mitad de octubre, el centro de operaciones de emergencia del ministerio de Salud federal anunció todavía un nuevo brote, esta vez de hepatitis viral, causada por un virus que se transmite a través de alimentos, agua o sangre contaminados. En apenas una semana, detectaron más de un centenar de casos y la primera muerte en el céntrico estado de Jazira, al sur de Jartum, otro de los más devastados del país y al que más gente ha retornado

Infraestructura en ruinas

Aunque se trata de una crisis de alcance nacional, la situación varía mucho según la zona. En Zalingei, capital de Darfur Centro, en el oeste del país y bajo control paramilitar, la situación ha alcanzado un nivel crítico, sostiene por correo Reyes Rodríguez, de Médicos Sin Fronteras (MSF). “Niños y familias se enfrentan a crisis superpuestas de desnutrición, enfermedades y falta de agua potable, agravadas por el conflicto y los desplazamientos”, comenta.

En el hospital de referencia de la ciudad, la malaria es la principal causa de ingresos, pero el brote de sarampión se ha convertido en el más preocupante. “Los casos fluctúan, pero siguen siendo elevados. La sala de aislamiento está desbordada, con 29 pacientes en 13 camas, lo que obliga a dos o a tres niños a compartir una”, constataba Rodríguez a mediados de octubre.

Muchos de los casos de malaria que reciben se presentan con neumonía grave y desnutrición, que debilita el sistema inmunitario, especialmente en los niños, haciéndoles más vulnerables a contraer enfermedades y aumentando considerablemente el riesgo de muerte. El problema en el caso del sarampión, agrega Rodríguez, es que el suministro de vacunas en la región se ha interrumpido. “Sin una vacunación inmediata, el brote no se puede contener”, advierte.

El cólera se ha propagado con rapidez debido a las precarias condiciones de saneamiento y al limitado acceso al agua, sobre todo en las zonas rurales de Darfur, donde en muchos casos no hay agua potable y la población bebe directamente de ríos y cauces. “[Hay] que aumentar la inversión en agua potable para garantizar [su disponibilidad] cerca de donde vive la gente; para que no tengan que elegir entre agua insalubre y no disponer de agua”, alude Rodríguez.

La sala de aislamiento está desbordada con 29 pacientes en 13 camas, lo que obliga a dos o a tres niños a compartir una
Reyes Rodríguez, Médicos Sin Fronteras (MSF)

En Zalingei, MSF intenta hacer frente a estas crisis aumentando la capacidad del hospital de referencia, suministrando medicamentos a centros de atención primaria, abriendo puntos de rehidratación en zonas vulnerables, distribuyendo cloro, y trabajando a nivel comunitario para concienciar a la población y poder identificar casos de forma temprana. Pero Rodríguez lamenta que “la magnitud de las necesidades supera con creces los recursos disponibles.”

Regreso al vacío

El estado de Nilo Blanco, en el centro de Sudán, enfrenta tres grandes brotes, según María Buero, de MSF. La malaria, aunque estacional, está resultando más difícil de controlar de lo habitual debido al constante desplazamiento de la población, que obstaculiza las campañas de vacunación y control. El cólera empezó a propagarse el año pasado tras la destrucción de una planta eléctrica que provocó escasez de agua, y desde entonces no se ha logrado contener.

El tercer brote, de dengue, es inusual en la región, pero empezaron a registrarse los primeros casos en agosto, todos ellos vinculados inicialmente a personas que llegaban del estado de Jartum, limítrofe con Nilo Blanco por el norte y donde la enfermedad se está propagando. Buero apunta que controlar el dengue requiere medidas preventivas, como la desinfección de viviendas, pero advierte de que son métodos “extremadamente difíciles de implementar”.

La ola de epidemias en el centro de Sudán se ha agravado en los últimos meses por la época de lluvias, que deja aisladas algunas zonas del país en un momento crítico de propagación de enfermedades. “Se espera que el final de la temporada de lluvias alivie en cierta medida las dificultades operativas actuales”, confía Buero, “pero la situación continúa siendo compleja”.

El movimiento de población, provocado por la guerra y alentado también por el gobierno militar, que anima a los desplazados a regresar pese a la falta de servicios e infraestructuras, representa un desafío adicional. Casi 10 millones de personas siguen desplazadas en Sudán, la mayoría a causa de la guerra civil, pero desde su pico en enero, la cifra ha disminuido en torno a un 15% y más de dos millones de personas han vuelto, sobre todo al centro de Sudán.

Al regresar, muchas personas encuentran sus viviendas dañadas o inhabitables, un acceso a la electricidad y agua potable muy limitado, y unos servicios de salud escasos, una combinación que incrementa el riesgo de propagación de enfermedades transmisibles. “El sistema de salud ha experimentado una gran presión”, confirma Buero, “y el movimiento de población continuo sigue dificultando la eficacia de las iniciativas de control de brotes”. .

La mayoría de hogares depende de aguas superficiales sin tratar o de pozos poco profundos, lo que aumenta el riesgo de contaminación y de enfermedades transmitidas por el agua
María Buero, de MSF

La clínica móvil donde trabaja Abdalla cuenta con tres consultas, una sala de día, un laboratorio, y una carpa de espera. Los médicos de cabecera atienden entre 40 y 50 pacientes al día y ofrecen servicios de vacunación, nutrición, salud mental y reproductiva. “Ahora tienen un centro de salud a menos de un kilómetro de donde viven”, reivindica la doctora.

Los esfuerzos de Abdalla. se concentran en distritos periféricos de Jartum como Sharg El Nil, donde se encuentra su clínica móvil. Allí, como en Mayo, al sur de la capital, muchas personas, tanto quienes se quedaron durante la ocupación paramilitar como quienes han regresado tras su expulsión por el ejército en la primera mitad del año, viven en refugios inadecuados. Estructuras como edificios inacabados, escuelas, mezquitas o simples lonas de plástico están abarrotadas de gente, ofrecen una protección mínima, y aumentan la exposición a enfermedades.

“La mayoría de hogares depende de aguas superficiales sin tratar o de pozos poco profundos, lo que aumenta el riesgo de contaminación y de enfermedades transmitidas por el agua”, nota Buero, que lamenta que los ataques a plantas de tratamiento de agua y estaciones de bombeo han dejado a mucha gente sin acceso a agua potable. “Todas estas interrupciones”, apostilla, “están profundizado las vulnerabilidades existentes en materia de salud pública en el estado”.

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Sobre la firma

Marc Español
Escribe en EL PAÍS desde 2020. Desde El Cairo, su trabajo se centra principalmente en Egipto y Sudán, y sigue de cerca Gaza y Libia. Licenciado en Periodismo por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
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