¿A dónde va el pantalón que tiramos a un contenedor de ropa usada? Once meses de investigación y miles de kilómetros recorridos
Planeta Futuro ha seguido el rastro de 15 prendas geolocalizadas y ha podido comprobar el coste ambiental y social del consumo masivo de moda barata. Bautizada en África como “ropa de hombre blanco muerto”, contamina los países del Sur Global, alimenta redes comerciales opacas y deja a su paso una huella de carbono kilométrica
En las playas de Acra, la marea vomita ropa vieja. La arena en Akuma Village es hoy una alfombra de zapatos y plásticos enmarañados en camisetas, cordones y pantalones. Es apenas la punta de un iceberg que flota mar adentro. Pocos kilómetros más allá, ya en tierra firme, asoma una hilera de colinas de mil colores. No es ningún paisaje idílico. Son gigantescas montañas de ropa vieja, llegadas desde Europa, China y Estados Unidos. Algunas arden y desprenden humo negro y tóxico de fibras sintéticas que espesa un aire que huele agrio.
Ghana es un caso extremo, pero no es único. Países del Sur Global como Pakistán, Kenia o Marruecos son piezas fundamentales de un sistema de hiperproducción de ropa barata. Son los lugares que hacen posible que compremos camisetas que no necesitamos y vestidos que nos vamos a poner una vez, o ninguna. Son el basurero textil que sustenta un sistema de “moda rápida”, la llamada fast fashion, que en países como Ghana ha provocado un desastre ambiental y de salud pública. En África se la conoce como “ropa de hombre blanco muerto” y algunos países como Uganda, Ruanda o Zimbabue han prohibido o restringido la importación de lo que denominan “neocolonialismo textil”.
Para saber cómo llega hasta allí y qué pasa después de depositar una prenda en un contenedor de ropa usada con toda nuestra buena intención, en Planeta Futuro nos embarcamos hace casi un año en un experimento que nos ha permitido comprobar el destino de 15 prendas a las que hemos seguido el rastro gracias a la geolocalización. El resultado es muy revelador. La mayoría sigue dando vueltas o están en naves y descampados. La mitad ha salido al extranjero dejando a su paso una monumental huella de carbono, contaminando el sur global o alimentando redes comerciales opacas. Es decir, la ropa no siempre acaba en el lugar que deseamos cuando la desechamos y en los casos en los que llega, la huella ecológica del viaje es inmensa.
El problema de fondo, según los expertos, es la producción desbocada de ropa barata e insisten en que, pese a las deficiencias del sistema, depositarla en los contenedores sigue siendo la opción más sostenible. En España, las exportaciones de ropa usada se han disparado en los últimos años, ante la incapacidad de absorber la cantidad de prendas que se compran y se desechan.
15 ‘airtags’ escondidos en prendas que han dado la vuelta al mundo
El pasado marzo pedimos a la redacción de EL PAÍS que trajera ropa que ya no usaba. Cosimos 15 airtags (dispositivo de localización) a cada una de las prendas en dobladillos y bolsillos para que no pudieran verse a simple vista. Esos aparatos nos han permitido geolocalizar esos pantalones, camisetas y abrigos gracias a una señal que emiten cada vez que se cruzan con un teléfono. Solo había un problema: el pitido desvelaría la presencia del aparato. Un técnico de la asociación ecologista Greenpeace nos facilitó el trabajo al extirpar la alarma y los airtags se convirtieron a partir de entonces en nuestro aliado silencioso.
Repartimos las prendas por toda España. Con ayuda de las delegaciones del diario, cada una se depositó en un contenedor de ropa de segunda mano. Además del equilibrio territorial, tratamos de que estuvieran representados los distintos canales de distribución de este tipo de residuos. Contenedores de grandes almacenes, ONG, municipios... Enseguida comenzaron a emitir la señal y pudimos ver a partir de entonces dónde estaban en cada momento.
Once meses después, muchas de las prendas siguen dando vueltas y siete de ellas han viajado al extranjero, a África y a Asia. Tres prendas pasaron o se estancaron en un punto de distribución en Emiratos Árabes. Como un pantalón de pijama de Minnie Mouse fabricado en China, que depositado el pasado abril en un contenedor en Zamora y tras pasar por Madrid voló a los Emiratos, donde se encuentra en el almacén de The Cloth, un gigante de la compraventa de ropa usada que asegura que gestiona y clasifica 1.200 toneladas de ropa al mes.
Una torerita negra hecha en Marruecos, se tiró en Madrid, en un contenedor de H&M y después de pasar por Países Bajos, terminó en Reino Unido en una fábrica que trocea ropa para convertirla en otros tejidos. Unos pantalones beige fabricados en China se encuentran en una zona comercial en Sudáfrica, según pudo comprobar un colaborador de este periódico, después de pasar por Italia, Abu Dhabi, India y Mozambique. Unos vaqueros azules claros rasgados hechos en Turquía, se tiraron en un contenedor en San Sebastián y meses después aparecieron en Emiratos y de allí llegaron hasta Ghana. Dieron después el salto a Costa de Marfil, donde se encuentran a las afueras de la capital. Otras siguen en naves industriales en España o en descampados, como un abrigo de paño negro cuyo airtag lo sitúa en un polígono industrial de Montaverner (Valencia), en un recinto vallado al aire libre en mitad de un montón de fardos de ropa, informa Andrés Herrero Gutiérrez. Unos pantalones de niño que se depositaron en un contenedor de A Coruña, emitieron su última señal el 4 de febrero en un polígono industrial de Ferrol.
Este experimento es apenas una muestra minúscula, pero muy ilustrativa del trasiego de toneladas de ropa por todo el mundo. Varias de las prendas prosiguen su andadura, pero hasta ahora, las siete que han salido de España han recorrido más de 65.000 kilómetros desde que las enviamos. Eso sin contar los más de 36.200 que ya habían recorrido estas siete prendas desde el lugar en el que fueron fabricadas hasta Madrid.
Estas son todas las prendas a las que Planeta Futuro ha seguido el rastro:















Los resultados concuerdan con los del estudio europeo que indica que, a pesar de que la ropa se done a una ONG, normalmente entra en un circuito comercial. El precio por cada kilo de ropa de segunda mano ronda los 0,76 euros. En Asia, se agrupan en zonas industriales donde se vuelven a exportar a otros países asiáticos o africanos. El 40% de las exportaciones a África acaba en vertederos, según estas mismas fuentes. El 89% de esas prendas, además, contiene fibras sintéticas, que se descompondrán en microplásticos con químicos tóxicos que contaminan el suelo, el agua y el aire provocando un serio problema de salud pública.
“Como la capacidad para reciclar en Europa es limitada, una gran parte de los textiles usados y recogidos se comercia y se exporta a Asia y a África y su destino es muy incierto”, indica un documento de la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA), que sostiene que “la percepción pública de que donar ropa usada es un regalo generoso a la gente que lo necesita no concuerda con la realidad”.
Las cifras son claras. Compramos más ropa, más barata y la utilizamos durante menos tiempo. Solo la Unión Europea (UE) generó unas 6,94 millones de toneladas de desechos textiles en 2022 —unos 16 kilogramos por persona—. De ellos, el 15% fue depositado en puntos de reciclaje, el resto acabó mezclado con residuos domésticos, según datos adelantados por la Agencia Europea de Medio Ambiente y el Centro Europeo de Economía Circular y Recursos, que se harán públicos en marzo.
Mientras, la cantidad de textiles usados exportados desde la UE se triplicó en las últimas dos décadas y pasó de 550.000 toneladas en el año 2000 a 1,4 millones de toneladas en 2019. Se prevé que el volumen recolectado y enviado a otros países aumente considerablemente debido a la obligación de recoger de manera separada los residuos textiles en la UE, según la EEA. Esta nueva directiva, que entró en vigor en enero de 2025 y que en España se aplica en virtud de la Ley de Residuos y Suelos Contaminados, obliga a ayuntamientos y a empresas a instalar más contenedores para una recogida selectiva de textiles usados con el fin de fomentar la reutilización y el reciclaje.
España es el octavo país de la UE que más residuos textiles genera. Las cifras del comercio exterior indican que la exportación de ropa usada sumó el año pasado 164.274.577 kilos, según datos hechos públicos esta semana. Eso supone un fuerte aumento frente a los 129.705.188 kilos de 2023 y casi el doble de los 68.352.187 de 2019. Emiratos Árabes Unidos (un polo desde donde después vuelve a exportarse la ropa hacia África como hemos podido comprobar también con algunos de los trackers de nuestra investigación), Marruecos y Pakistán son los principales destinos.
Albert Alberich, director de Moda re-, una cooperativa de iniciativa social promovida por Cáritas por la que han pasado tres de las prendas que Planeta Futuro depositó en contenedores, estima que entre 700.000 y 800.000 toneladas de residuos textiles acaban en vertederos. “Es una barbaridad, el reto a nivel de sociedad es brutal, porque hay que reducir el consumo e ir a prendas de más calidad”, añade el directivo, que asegura que no tienen capacidad para dar salida a todas las prendas que les llegan y eso les obliga a exportar.
La Agencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente calcula que entre el 2% y el 8% de las emisiones contaminantes proceden del sector textil y las proyecciones indican que esa cifra va camino de dispararse en las próximas décadas. La industria textil consume además 215 billones de litros de agua al año, el equivalente a 86 millones de piscinas olímpicas, y genera el 9% de los microplásticos que contaminan los océanos.
El impacto ambiental se dispara si tenemos en cuenta las prendas de ropa que se destruyen en Europa antes de ser usadas, lo que supone otro efecto perverso del sistema de moda rápida actual. Las cifras indican que entre el 4% y el 9% de todas las prendas que se venden en Europa se destruyen antes de ser usadas, lo que supone entre 264.000 y 594.000 toneladas de textiles destruidos cada año. Este fenómeno tiene mucho que ver con la devolución de prendas adquiridas online. En Europa devolvemos cerca del 20% de la ropa que compramos por internet, una cantidad tres veces mayor que cuando compramos en una tienda física. Cerca de un tercio de la ropa devuelta termina destruida.
Además, los expertos alertan de la pérdida de la calidad de las prendas, que son cada vez menos reciclables y menos duraderas. “Por un lado está el aumento de la cantidad de ropa que se ha producido en los últimos 20 años, que está generando una multiplicación de los residuos que se generan”, indica Sara del Río, investigadora de Greenpeace. Las cifras desvelan, por ejemplo, que el año pasado, la producción de fibras textiles alcanzó un máximo histórico. “Pero, por otro lado, está la cuestión de la calidad, cada vez menor y eso tiene claras consecuencias para el medio ambiente”, apunta Del Río. Su organización calcula que la mitad de las prendas que llegan por ejemplo a Ghana son de mala calidad, sin posibilidad de ser vendidas de nuevo, y están fabricadas con fibras sintéticas.

La responsable de Greenpeace celebra la nueva ley que obliga a separar los residuos textiles, pero teme que se trate de soluciones que afectan solo “al final de la tubería”. “Si nos centramos en los residuos, pero no atacamos un sistema de producción que genera cada vez más bienes contaminantes, el problema no se va a solucionar”, estima.
Ghana, el gran vertedero de ropa usada
Chiles, jengibre, estropajos, chancletas de plástico, cordones y toneladas de ropa usada. La humedad y el calor dentro del bullicioso mercado de Kantamanto es sofocante. Es un laberinto de callejones estrechos llenos de gente y mercancías apiladas por todas partes. El traqueteo de cientos o miles de máquinas de coser operadas a pedal es el hilo musical de este mercado donde desembarcan cada semana toneladas de ropa usada procedente de países industrializados. El trasiego de pacas de ropa prensadas y apiladas en camionetas es continuo. Vienen de Corea, de Estados Unidos, de Canadá, de Reino Unido... En los precarios y abigarrados puestos se exhibe el material. Un abrigo tres cuartos, a pesar de la calorina que no da tregua. Un plumífero, junto a una montaña de ropa militar. Una vía de tren abandonada cruza el mercado de punta a punta. Sobre las traviesas, vaqueros reteñidos y desteñidos se secan al sol.
Los dueños de los puestos compran los fardos al peso, sin saber qué hay dentro y sin garantías. “Es como una lotería. No tienes derecho a devolverlo y no sabes cuál va a ser la calidad hasta que lo abres”, dice Vida Oppong, de 43 años. Anoche llegaron los camiones cargados con las grandes balas de ropa usada y hoy viernes, Oppong las abre una a una. Ella compra a los mayoristas, que a su vez compran a los intermediarios que lo obtienen de las ONG y otras organizaciones. Este es el negocio que Oppong heredó de su madre. Ella publicita la ropa que le llega en sus grupos de WhatsApp y en redes sociales.
Llega un fardo nuevo de 55 kilos, que le ha costado 20 cedis (1,25 euros). Es muy pesado porque la ropa está prensada. Corta el fleje negro y abre el gran paquete, que viene de Reino Unido. Después, las cinchas de plástico las utiliza para hacer cestas, porque aquí no se tira nada. Dentro del paquete hay cazadoras vaqueras. La primera es una chupa negra de Primark. Luego otra de Next. Una tercera de Zara. Y luego una que se supone que es blanca, pero en realidad está amarillenta. Otra, que todavía tiene un bolígrafo dentro del bolsillo. Oppong prefiere de lejos el tejido vaquero oscuro porque el más claro hay que llevarlo a menudo a la tintorería. Si no está en buenas condiciones, lo rasga para hacerlo “más punk”. A veces, usa solo la tela para hacer bolsas vaqueras. Como ella, otros comerciantes aseguran que en los últimos cinco años, la calidad de la ropa que llega ha disminuido mucho.
“Antes, cuando ibas al mercado, te podías encontrar hasta un Chanel. Ahora en el Norte se quedan con lo mejor y nos envían la basura. Es puro colonialismo textil”Kwamena Boison, cofundador de Revival
Kantamanto se considera el gran modelo de circularidad en el que miles de emprendedores trabajan dando una segunda vida a lo que en otros países no quieren. El problema es que los ingentes esfuerzos de los comerciantes de Kantamanto son a todas luces insuficientes. Llega mucho más de lo que se puede reutilizar y, además, junto con la ropa usada se reciben toneladas de prendas baratísimas nuevas, que son excedentes de producción con los que es imposible competir. Lo que no se procesa allí, termina incinerado en gigantescos vertederos. La capacidad de reciclar se redujo aún mucho más el pasado 1 de enero, cuando el mercado ardió y miles de personas se quedaron sin su medio de vida, que tratan ahora de recomponer.
Kwamena Boison, cofundador de Revival, una organización ghanesa dedicada al reciclaje de la ropa, habla de cómo “la fast fashion está destrozando la industria textil local. La ropa de segunda mano es tan barata…”, se lamenta. Cree que hay que regular la calidad de la ropa que entra en el país. “Antes, cuando ibas al mercado, te podías encontrar hasta un Chanel. Ahora en el Norte se quedan con lo mejor y nos envían la basura. Es puro colonialismo textil”, piensa. Ellos trabajan mano a mano con los emprendedores de Kantamanto, para intentar interceptar la ropa que si no, acabaría en el océano. Su organización calcula que entre el 10% y el 40% de lo que llega es inutilizable, aunque la asociación de comercios de ropa usada rebaja esa cifra. Boison tiene claro que estamos ante un problema global. “Las sociedades tienen que implicarse para encontrar una verdadera solución. Tiene que haber un plan global del Norte y del Sur”.

Branson Skinner, cofundador de la Fundación Or, que lucha contra la basura textil, defiende en su sede del centro de Acra el trabajo de los emprendedores de Kantamanto. “Ellos no son el problema. Hay que atacar la raíz, que es el modelo de negocio”. Y piensa que “si Europa fuera seria respecto al reciclaje, apoyaría a esta gente. Ellos hacen el trabajo sucio”. Su organización calcula que antes del incendio en Kantamanto se reciclaban 25.000 millones de prendas al mes. Hoy han venido a las oficinas de la Fundación Or representantes de varias ciudades europeas para ver qué pueden hacer para asegurarse de que las empresas que operan en sus urbes cumplen con su responsabilidad de hacerse cargo de los residuos que generan. Liz Ricketts, directora de la fundación, piensa que el único camino es ampliar la responsabilidad de los productores y que haya más transparencia en las cifras de producción de las empresas. “En 2011, cuando empezamos, no había basura textil en la playa. Ha sido todo muy rápido”, asegura Ricketts.

La fundación de Ricketts, financiada por la cadena de moda ultrarrápida Shein, ha instalado en Kantamanto un centro de reciclaje de ropa usada donde experimentan con fibras para fabricar perchas, marcos de fotos, cojines y hasta altavoces. Recogen ropa de la playa y la dividen por colores, la trituran y la mezclan con almidón de mandioca. Con ese material fabrican entre 100 y 150 productos al día, lo que supone sin duda oportunidades de empleo. El problema es que se trata de una gota en el océano.
Las toneladas de ropa que no se procesan en Kantamanto acaban en la playa o incineradas en vertederos. Análisis realizados con infrarrojos por Greenpeace en Ghana revelan que al menos la mitad de las prendas están fabricadas con plásticos que no son biodegradables y que terminan convertidos en microplásticos contaminantes. En el caso de los vertederos de Acra, parte de la energía que libera la combustión de las montañas de ropa se utiliza para calentar el agua en baños públicos. Al menos tres de ellos han registrado la presencia de sustancias tóxicas, incluidos elementos cancerígenos.
El negocio del paso del Estrecho
Las aguas mediterráneas que bañan Nador no traen hasta la orilla prendas que ya nadie quiere. En esta ciudad marroquí, a menos de 20 kilómetros de Melilla, el negocio que genera la ropa usada y desechada en Europa tiene un rostro diferente al de Ghana: alimenta un negocio heredado del contrabando que enriquece solo a unos pocos y explota a muchos. Pero ha producido un tercer efecto tan perverso como el del trato laboral abusivo: condena al comercio fraudulento, y también a la lucha por la mera subsistencia, a miles de personas que vivieron del tráfico de ropa entre España y Marruecos hasta que en 2018 Rabat cerró unilateralmente la frontera comercial entre Beni Enzar y Melilla.
“Unas 15.000 personas vivían de trabajar entre Melilla y Marruecos”, entre ellas, miles de porteadoras, mujeres marroquíes que mercadeaban con ropa entre ambos países, recuerda Omar Naji, miembro y antiguo coordinador de la Asociación de Marruecos de Derechos Humanos (AMDH) en Nador. Sin apenas alternativas económicas en una región que “había vivido siempre del contrabando”, el cierre de la frontera ha sumido Nador en una profunda crisis. El último censo de población confirma, según Naji, que la provincia pierde habitantes. “La gente está emigrando porque la situación socioeconómica es lamentable”, añade el activista.

El recorrido que ha hecho un abrigo de paño rojo que Planeta Futuro depositó en un contenedor de Guadalajara, gestionado por East West, una empresa que se presenta como promotora del cuidado del medioambiente, ilustra esta historia de antiguos estraperlistas empujados de nuevo a la economía informal para sobrevivir. Tras viajar unos 1.600 kilómetros por tierra y mar y pasar por Murcia, Cádiz, Algeciras, Tánger, Rabat y Mequínez, la prenda llegó a mediados del pasado septiembre a Nador, a una de las naves de un mercado informal de excontrabandistas.
Desde entonces, su airtag sigue emitiendo una señal que indica que no se ha movido de allí. Faruq vigila quién entra y sale de este recinto solitario, construido con el dinero de los propios contrabandistas “sobre un terreno que alquilan al Estado”. Solo el sonido de las verjas metálicas de alguno de los almacenes rompe el silencio reinante. Es la señal de que algún comerciante está cargando o descargando fardos de ropa. Como el hermano de Faruq, que coloca sobre un motocarro un enorme saco por el que asoma una zapatilla granate.
Las miradas de periodistas resultan incómodas. Pero Faruq, a quien todos tratan como el jefe del lugar, no llamará a la policía, a diferencia de lo que sucede en otros lugares de Nador ante la sola presencia de una cámara de vídeo. No lo hará porque no puede. “La policía nos tiene muy oprimidos”, reconoce este hombre que trabajó durante más de 20 años en el contrabando de ropa entre Nador y Melilla y que prefiere utilizar un nombre falso y no mostrar su rostro. “Las empresas a las que compramos no nos hacen factura”, afirma, para justificar por qué intenta mantener lejos a los agentes, mientras abre uno de sus almacenes repleto de pacas de ropa “de 75 kilos”.
El modo de vida de Faruq y los suyos ha evolucionado del contrabando a otro negocio informal en el que su única salida es adquirir de forma irregular las prendas que después revenderán. No pueden importar por las vías legales la ropa de segunda mano sin licencia. El Gobierno de Marruecos solo las ha concedido a un puñado de empresas, según confirma Naji, mientras que los antiguos contrabandistas, constituidos en una especie de sindicato que lidera Faruq, intentan desde hace años lograr uno de estos permisos. Y apenas pueden comprar ropa usada de forma legal a las compañías marroquíes con licencia, porque la concesión implica que solo pueden vender en territorio nacional en torno al 20% del producto —el porcentaje puede variar en cada concesión— para no perjudicar la producción textil marroquí, explica Naji. Así que la salida, reconoce Faruq, es comprar sin factura. Ambas partes salen ganando: los excontrabandistas se nutrirán de mercancía más barata y los importadores darán salida a su producto en Marruecos, donde proliferan los mercados de ropa de segunda mano.
En el de la Yutiya, uno de los muchos que hay en la región, Faruq tiene varios puestos de venta. Entre las pilas de prendas de estos zocos se puede encontrar desde un jersey 100% algodón en perfecto estado por 10 dirhams (algo menos de un euro), hasta vestidos de novia y botas Dr. Martens por 50 (menos de cinco euros). Todo —o casi— es susceptible de ser revendido: hay pijamas, cazadoras, cinturones e incluso montañas de sujetadores y bragas. En un puesto de mochilas cuelga la que usó un niño llamado Hugo, según recuerda el nombre escrito con rotulador negro en uno de los bolsillos. De otra percha, un uniforme de la multinacional de logística DHL y una camiseta de una empresa española de escayolas. La cantidad de ropa es tal que un vendedor extiende un vestido gris como alfombra para evitar que en una tarde de lluvia los compradores entren con los pies mojados en el recoveco que forma su establecimiento.

El precio varía en función de la calidad y el estado. Faruq desgrana los tipos: la ropa “crema”, de la expresión francesa crème de la crème, “es la de primer nivel” y los comerciantes la compran a unos 150 dirhams (14,3 euros) el kilo para vender después cada pieza a unos 400. “Son marcas caras”, argumenta. A partir de ahí, las vestimentas se dividen en grupo “uno”, “dos” y “tres”, con precios que varían de 70 a 15 dirhams el kilo.
Fatima ha ido con sus sobrinas al mercado del Aroui, junto al aeropuerto de Nador, desde Oujda, situado a unos 150 kilómetros. “Encuentro ropa de segunda mano de buena calidad”, afirma. Ese día, tras cuatro horas de búsqueda, se hace con unas botas Timberland, que “nuevas cuestan unos 1.200 dirhams, por tan solo 150”, dice con cierto orgullo.
Pero la turbiedad que rodea el negocio de la ropa de segunda mano en Nador va más allá de la venta de productos sin pagar impuestos. Meses después del cierre de la frontera, se construyó en un terreno frente al puerto de Beni Enzar Karama Recyclage (de la palabra árabe “generosidad”), una compañía de gestión de ropa usada financiada en gran parte con dinero público para dar una salida a quienes ya no podían contrabandear. “La licitación [para importar prendas de segunda mano] exigía que diera empleo a entre 800 y 1.500 personas afectadas por ese cierre, en su mayoría mujeres porteadoras”, explica Naji. Pero la realidad contrasta con las expectativas iniciales. Esta empresa es la única con licencia de la provincia de Nador para la importación de prendas usadas, lo que el activista denuncia por el “monopolio que implica”. Además, “la mitad de quienes trabajan allí nunca se dedicaron al contrabando”, afirma Naji, que asegura que las porteadoras, en su mayoría mujeres con más de 50 años, han quedado excluidas, lo que las ha dejado sin apenas salidas para sobrevivir.
Y los que trabajan en Karama no se encuentran mucho mejor. “No todos cobran el salario mínimo ni están declarados a la seguridad social, tienen problemas con las horas extras, les prohíben ir al baño y sufren agresiones verbales”, describe Naji, con base en los testimonios de empleados de Karama recogidos por su asociación. Cuatro mujeres, según el activista, denunciaron ante la AMDH de Nador abusos sexuales y registros corporales abusivos por parte de vigilantes, sin que la empresa hiciera nada. “Utiliza además la estrategia de no pagar a los empleados durante dos o tres meses e incluso de despedirlos para que protesten y poder presionar así a la Administración Pública y al Ministerio de Comercio e Industria para que les renueven la licencia”, que se debe volver a conceder cada seis meses.
Un extrabajador de Karama, Saleh, nombre ficticio, confirma estas críticas. “Hay mucha explotación, te registran de forma abusiva y luego te acusan de haber robado ropa que incluso es tuya”. Después de cuatro años, dejó ese trabajo tras sufrir una lesión con una máquina de prensar ropa y sin percibir, siempre según su versión, ninguna indemnización por sus heridas. Ante las graves acusaciones contra Karama Recyclage, este diario ha intentado recabar la versión de la compañía de forma reiterada, a través de teléfono, correo electrónico e incluso acudiendo a la puerta de la empresa, donde los periodistas no fueron recibidos.
Faruq no adquiere mercancía de Karama. “Lo que antes comprábamos por 30 dirhams ahora nos lo vende por 120”, protesta el hombre que recurre a compañías de Tánger, de donde precisamente procede el abrigo de paño rojo que ha seguido Planeta Futuro. Faruq vuelve a mirar a los fardos.
—¿A veces encuentran prendas rotas?
—Claro, y de muy mala calidad.
—¿Y qué hacen con ellas? ¿Las reciclan?
—Las tenemos que tirar a la basura.
Separar por ley
Desde el 1 de enero de 2025, la recogida de textiles usados es obligatoria en los países de la UE, con el fin de reducir el desperdicio y estimular el reciclaje. Uno de los objetivos es que los productores de textiles sean responsables del ciclo de vida completo de sus productos, desde su diseño hasta cómo se gestionan las prendas que se desechan. En España, esta normativa se enmarca en la Ley de Residuos y Suelos Contaminados y exige que en 2025, al menos el 55% de los residuos domésticos, incluyendo los textiles, deberán ser preparados para su reutilización o el reciclaje. Este porcentaje aumentará al 60% en 2030 y al 65% en 2035. A efectos prácticos, los ayuntamientos y las marcas de ropa tendrán que instalar más contenedores para recoger residuos textiles de forma separada. A ellos se suman los gestionados por las entidades sociales. Paralelamente, los comercios no podrán tirar los excedentes no vendidos, que deberán destinar “en primer lugar a canales de reutilización”.
Algunas empresas llevan años recogiendo ropa usada. En 2015, Inditex lanzó un programa con contenedores en todas las tiendas para facilitar el reciclaje de ropa. “Las prendas las recogen las entidades sociales con las que colaboramos, aunque nuestro socio principal es Cáritas, que gestiona la ropa a través de Moda re-”, explican fuentes de la compañía. Precisamente, una sudadera que Planeta Futuro depositó en una tienda de Zara del centro comercial de Madrid Isla Azul llegó el pasado mayo a una nave de Moda re- en el polígono industrial de la Atayuela, en la capital. Desde entonces sigue allí, aunque otras dos de las prendas geolocalizadas que acabaron en el mismo lugar viajaron hasta Emiratos Árabes Unidos. “Una de las condiciones de nuestro acuerdo con Moda re- es que nuestras prendas no pueden terminar en un vertedero ni en un determinado número de países donde no se puede garantizar un tratamiento adecuado ”, aseguran las mismas fuentes, que no confirman cuáles son los países vetados.
También H&M cuenta con un programa de recogida de ropa similar con contenedores en tiendas. “La ropa que se puede volver a usar se vende como ropa de segunda mano. Esto representa aproximadamente el 60%. La ropa y los textiles que no pueden ser revendidos se reutilizan o se reciclan mecánicamente en nuevos productos y fibras, por ejemplo, en productos para industrias como la automotriz, la construcción o trapos de limpieza”, explican fuentes de la compañía. Una de las 15 prendas, una torerita negra terminó en Ossett, en Reino Unido, en Edward Clay Woods,sede de unos fabricantes de fieltro.
Moda re-, la cooperativa en cuyas instalaciones terminaron tres prendas geolocalizadas, dispone de cuatro plantas de tratamiento de ropa usada, en Bilbao, Barcelona, Valencia y Madrid. “En 2024 recogimos más de 45 millones de kilos de ropa”, afirma Alberich. El directivo aclara, según el último estudio con el que cuenta, que instituciones como la suya recogen en total en España “entre 105 y 110 millones de kilos” cada año. “Pero es todavía muy poco si se tienen en cuenta las estimaciones que se han hecho en los vertederos, donde se calcula que acaban entre 700.000 y 800.000 toneladas de residuos textiles”, lamenta.
“Nosotros no tenemos la capacidad de clasificar toda la ropa que llega a Moda re-, aunque ese es nuestro objetivo”, cuenta el director de la cooperativa. De hecho, la cantidad de prendas que reciben es tal que se han trasladado en Barcelona de una planta de 6.000 metros cuadrados a otra de 24.000. Pese a ello, siguen sin poder dar salida a muchas de las prendas que les llegan. Aquellas que no pueden procesar y clasificar las “exportan mayoritariamente a Emiratos Árabes Unidos porque el país se ha constituido en un hub de tratamiento de ropa usada”. De las tres prendas de Planeta Futuro que llegaron a Moda re-, una de ellas sigue almacenada en la nave de Madrid, mientras que las otras dos han sido trasladas a Emiratos. De ellas, una viajó hasta Johanesburgo.

Según Alberich, entre el 50% y el 55% de la ropa que pueden gestionar en Moda re- es reutilizable y entre el 30% y el 40% se recicla y se reconvierte en otros productos, porque no tiene “dignidad para ser usada”. Pero de la ropa reutilizable, solo el 10% termina en uno de sus casi 180 establecimientos distribuidos por toda España, un país en el que, según explica, “hay poca tradición de utilizar ropa usada”, que sigue asociada a un “cierto estigma”.
De nuevo, recurre a las cifras para comparar contextos: “En España, no hay más de 300 tiendas de ropa usada sumando las de Moda re-, Humana u otras entidades sociales”, mientras que, en Reino Unido, solo las entidades sociales gestionan unos 11.000 establecimientos”. “En España se podría reutilizar mucho más la ropa de lo que se hace”, lamenta. La ropa clasificada como reutilizable que no venden en España se exporta a África. “Es muy difícil evitar que las prendas terminen en África mientras no se cambie la jerarquía de residuos [de la Unión Europea] que hace que no podamos reciclar una prenda que es reutilizable”, explica Alberich. Aunque el “gran secreto”, dice convencido, está en la “primera ‘r’, la de reducir el consumo”.
Siguiendo con los cambios de normativas, en mayo de 2024, también entró en vigor el nuevo Reglamento europeo sobre traslados de residuos, textiles incluidos. Tiene como objetivo acabar con el impacto del traslado de desechos a terceros países y fomentar la trazabilidad de los traslados de residuos dentro de la UE y facilitar su reciclado y reutilización.
Las ONG celebran estos límites, pero temen que sean estériles si la capacidad de gestionar el reciclaje de los residuos no aumenta, lo cual provocará que una parte importante de estos desechos sea enviada a países fuera de la UE. El problema de fondo, además, cómo decía Sara Del Río de Greenpeace, es que el modelo de sobreproducción de ropa sigue sin cuestionarse.
Pese a todo, las entidades sociales insisten en que el consumidor no debe dejar de donar su ropa usada y que los contenedores previstos para ello son la alternativa más sostenible. “Reciclar y reutilizar funciona y hay un montón de camino hecho: trabajamos en red con empresas de moda y con la administración pública. No tenemos todas las respuestas, pero lo que no podemos es frenar. Todos somos parte del problema y parte de la solución”, dice Nati Yesares, jefa del departamento de medio ambiente de la entidad social Solidança, que recoge anualmente 7.700 toneladas de ropa, que vende posteriormente en sus tiendas de segunda mano y exporta a clientes, principalmente africanos. “Son productos, no desechos”, insiste la responsable de esta organización, que ha creado más de 300 puestos de trabajo, 180 de ellos de inserción laboral. Para Yesares, uno de los desafíos más urgentes ahora es encontrar soluciones para poder reciclar mejor los desechos textiles, “de forma circular y en Europa”.
Pensar que los países del Sur Global van a ser capaces de reciclar materiales que Europa exporta ante su incapacidad de procesarlos de forma sostenible es poco realista. La baja calidad de la ropa que llega a estos países impide además a menudo su segundo uso. Pero mientras las leyes surten efecto y el sistema de producción corrige sus excesos, a las afueras de Acra, montañas de ropa pestilentes siguen ardiendo sin control ni incineradora a la vista. Y las prendas geolocalizadas por este diario siguen desvelando a su paso las lagunas de un sistema cada vez más insostenible. Desde aquí, seguiremos informando de sus próximos destinos.