“Si no tienes dinero para ir a Europa en barco, intentas llegar iniciando una relación con un turista”: el turismo sexual que asola Gambia
La desigualdad económica propicia la llegada de viajeros europeos al país africano en busca de calor pero también de sexo pagado. Los planes del Gobierno para atraer “turismo de calidad” no acaban de prosperar
“Vamos a dar un paseo por la playa”, grita una mujer holandesa, sonriendo abiertamente antes de desaparecer entre las dunas, donde besa a un gambiano que aparenta tener unos 30 años menos. Sus acompañantes, otras tres holandesas y tres jóvenes locales con rastas, no parecen sorprendidos ni molestos.
El personal del bar Justice, un café-restaurante con terraza abierta a un lado de un camino de tierra en las inmediaciones de la ciudad costera de Serakunda, observa la escena en silencio. El guardia nocturno del hotel Bamboo Garden, un poco más allá, es más hablador. “Me duele ver como explotan a nuestros hermanos y hermanas”, dice. Todas las tardes ve cómo turistas holandeses, británicos y alemanes dejan el alojamiento solos, para por la noche volver acompañados a su habitación de un hombre o una mujer de Gambia. “Pero, ¿qué podemos hacer?”, pregunta el vigilante encogiéndose de hombros.
Oficialmente, los visitantes externos no pueden dormir en el hotel, pero si los huéspedes le dan algo al recepcionista, este hace la vista gorda. En la mayoría de los casos la visita se marcha esa misma noche. “Pero a veces ocurre que una chica viene a la recepción llorando”, cuenta entre suspiros el mismo vigilante. Y aunque las chicas digan que las han tratado con rudeza o peor, casi nunca se llama a la policía. “El cliente del hotel paga un poco de dinero para que no se hable, y se acabó. No sienta bien, pero tenemos que ponernos del lado de nuestros clientes. Si no, nos despedirían”, reconoce.
Los turistas que se alojan en este hotel, exceptuando un matrimonio joven, son principalmente parejas mayores y hombres y mujeres que viajan solos. Un grupo de huéspedes visita La Costa Sonriente de África a través del turoperador alemán TUI, cuyo portavoz no niega que exista turismo sexual en Gambia, pero señala que las agencias no están obligadas a “decirles a los viajeros lo que tienen que hacer en sus vacaciones”. Además, añade que TUI “transporta en sus aviones principalmente a parejas y familias” que van de vacaciones a la playa. Los paquetes de viaje con todo incluido son muy populares; en cuanto la lluvia y el frío llegan al norte y centro de Europa, decenas de miles de holandeses visitan cada año el minúsculo país de la costa occidental africana.
El turismo sexual que atrae a algunos de los visitantes europeos a Gambia resulta cada vez más molesto para los gambianos. “Queremos turistas de calidad”, declaraba Abubacarr Camara, director de la Oficina de Turismo de Gambia, al periódico británico The Telegraph en agosto del año pasado. “Queremos turistas que vengan a disfrutar del país y la cultura, no por el sexo”. Hamat Bah, ministro de Cultura y Turismo de Gambia, también declaró en una entrevista de televisión: “Si buscan sexo, que se vayan a Tailandia”; declaraciones por las que tuvo que disculparse posteriormente.
Los planes presentados por los políticos para atraer a lo que llaman “turistas de calidad” a Gambia “se han quedado hasta ahora en nada”, afirma el activista y músico Ali Cham
Los políticos han presentado algunos planes para atraer a lo que llaman “turistas de calidad” a Gambia, como la construcción subvencionada de albergues ecológicos, y para impedir el turismo sexual, mediante penas más severas para los delincuentes sexuales extranjeros. Pero estas iniciativas “se han quedado hasta ahora en nada”, afirma el activista y músico Ali Cham. Este esbelto gambiano, con perilla y rastas largas, lleva años intentando llamar la atención sobre las consecuencias negativas del turismo sexual para su país a través de la música y el activismo. “Los turistas europeos se aprovechan de la desigualdad económica”, dice Cham. “El paro es un problema enorme y eso les hace vulnerables frente a los turistas que vienen aquí y les tientan con su dinero. No es una situación igualitaria”, justifica. El turismo es una industria importante (contribuye el 15,5% del PIB, según datos del Banco Mundial) para Gambia, uno de los países más pequeños y mas densamente poblados de África. Más de la mitad de sus 2,5 millones de habitantes viven en la pobreza, según un informe de 2021 del mismo organismo.
“Arruina a toda una generación”
Cham, cuyo nombre artístico es Killa Ace, actúa habitualmente en locales de ocio de la franja de Senegambia, un pequeño tramo de carretera con muchos restaurantes y clubes. Asegura que es el epicentro del turismo sexual gambiano. “Las parejas ni siquiera intentan ocultarlo. Aquí, en Serekunda, el sexo pagado se ha convertido en norma”. Para Cham, el fenómeno afecta a toda la comunidad. “Allana el camino a otras formas de abuso”, explica. “La pedofilia también es cada vez más común. Los hombres blancos alquilan villas y dejan que los bumsters (como se llama a los hombres que mueven el turismo sexual) lleven a niños. El turismo sexual arruina así a toda una generación”.
En la playa, que empieza no muy lejos de la franja de Senegambia, unas banderas deshilachadas ondean con el fuerte viento de poniente que arrastra la fina arena y hace que el agua de mar salpique la orilla. La bandera pertenece a un puesto provisional de zumos construido con madera flotante en las dunas. Un chico musculoso con camisa blanca y un pequeño bañador amarillo, que se presenta como Nana, intenta atraer clientes. “¡Buenas tardes!”, grita, al trote hacia la playa. Con una amplia sonrisa, entrega una carta plastificada y descolorida por el sol en la que se ofrecen varios zumos.
- “¿Puede contarnos algo sobre cómo funciona aquí el turismo sexual?”
- “Vamos a sentarnos”, responde, mientras desaparece la sonrisa de su cara.
En cuanto los otros jóvenes del puesto de zumos se enteran de que la conversación versa sobre el turismo sexual, la mitad de ellos se aleja. “No me apetece hacer esto”, dice Demba, un chico alto con rastas cortas. “El mayor culpable es la gran desigualdad entre nosotros y los turistas”, señala Nana, mientras se acomoda en la arena. “Las mujeres ricas, pero a veces también los hombres, se te acercan y te piden un masaje. Así empieza todo”.
Demba, que seguía escuchando desde la distancia, se une a la conversación. “Si me ves desaparecer entre las dunas con una mujer que podría haber sido mi abuela, ya sabes que algo no va bien en mi cabeza”, cuenta enfadado. Sin embargo, ha tenido varias relaciones con mujeres europeas. Demba insinúa que esperaba llegar a Europa de esa manera. “Aquí no hay trabajo”, explica el gambiano. “Si no tienes suficiente dinero para ir a Europa en barco, intentas llegar iniciando una relación con un turista”, concluye.
Otro tipo de turismo
Jalamang Danso, de 28 años, ha escuchado este razonamiento con demasiada frecuencia. “Aunque hayas estudiado, es casi imposible encontrar trabajo en Gambia”, aclara. Él ha tenido suerte. A unos 300 kilómetros por arriba del río Gambia, cerca de la isla fluvial de Janjanbureh, lleva a turistas en barco y en coche por los pueblos, las islas y los extensos bosques de baobabs. “La mayoría viene por el sol, el mar y el sexo. Gambia tiene mucho más que ofrecer”, comenta contemplando una lancha motora que avanza lentamente por el caudal.
Todo tipo de criaturas buscan comida en las riberas cubiertas de manglares y palmeras; el aire es pesado y dulce. Gambia, un país alargado en torno al río que le da nombre, alberga más de 600 especies de aves, cocodrilos e hipopótamos. “Pero hoy buscamos a Ninki Nanka”, susurra Danso con los ojos brillantes. Durante siglos, los gambianos que viven a orillas del río se han contado historias sobre un monstruo mítico, parecido al del Lago Ness. “Mi tribu cree que es una mezcla de jirafa e hipopótamo. Cualquiera que lo mire directamente a los ojos muere en el acto”, dice, enigmático.
El monstruo del río es el homónimo del viaje que Danso y sus decenas de socios ofrecen por el interior de Gambia. La Ruta Ninki Nanka existe desde hace dos años. Después de la pandemia de covid, Danso y compañía siguieron ampliando la oferta de actividades. “Ahora hemos trazado una ruta que pasa por seis pequeñas aldeas fluviales del interior”, admite con orgullo el guía turístico. Centenares de viajeros visitan pequeños museos de máscaras tradicionales, aprenden a trabajar la arcilla en pueblos pintorescos y navegan por el río en safaris en barco. Las actividades están dirigidas por guías jóvenes, todos ellos formados por la empresa matriz que creó la Ruta Ninki Nanka. A pesar de su éxito, Danso no recibe ninguna ayuda gubernamental. “Llevan años diciendo que quieren diversificar el turismo, pero no toman medidas”, lamenta.
En ese momento llama su atención el chasquido de ramas que se rompen. El capitán apaga inmediatamente el motor de su pequeña embarcación y se dirige hacia la orilla. Lo que aparece entre el follaje no es el monstruo del río, sino un chimpancé. El animal se descuelga de un árbol hasta sumergir el pecho en el río para beber unos sorbos de agua. “Fantástico, ¿verdad?”, pregunta Danso, visiblemente impresionado, aunque debe de haber visto estos animales a menudo. Quiere mostrarlo a más turistas. “Eso dará un gran impulso a la economía local”, sostiene.
A la economía local, pero también a la nacional, le vendría bien un empujón, insiste Danso. Según el guía, incluso la región costera más turística se beneficiaría de la llegada de visitantes que no reservan viajes organizados. “Todo en el mar está en manos de turoperadores extranjeros”, añade. Muchos turistas incluso comen alimentos importados, en restaurantes que a su vez están regentados por gente de fuera, lo que hace que el dinero ganado se vaya al extranjero. “Hoy en día, el gambiano medio no gana casi nada de todos los turistas que visitan nuestro país”, afirma Danso. “Solo mediante un desarrollo sostenible del turismo podremos acabar con la explotación y la humillación”.
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