Terapia de exposición al mar para sanar a los refugiados del trauma del naufragio
Una ONG griega ofrece actividades acuáticas a migrantes para afrontar sus miedos y fobias tras haber cruzado el Mediterráneo en patera
Shiraz (nombre ficticio) sonríe mirando hacia el mar. Tan pronto como el coche se detiene en el paseo marítimo de Skàla Oropou, una ciudad costera al norte de Atenas, este joven afgano no tarda más de un segundo en bajarse del vehículo. A pesar de que el Gobierno griego ha emitido una alerta meteorológica por fuertes tormentas, el sol sigue brillando en esta franja de la costa norte del Ática. “Días como este son lo mejor de mi vida en Grecia”, exclama Shiraz. A él se unen Khan y Hassan, otros dos jóvenes afganos que tampoco quieren que sus verdaderos nombres sean publicados, y los tres arrastran el equipo y el chaleco salvavidas por la playa antes de empezar su primer curso de SUP (stand-up paddle), o remo de pie, una disciplina acuática que se practica remando sobre una tabla.
“Es una actividad física accesible a todos”, explica Brittany Pummell, fundadora de Refugym, la primera ONG griega que ofrece deportes acuáticos a la comunidad de refugiados. La monitora entra despacio en el mar con Khan, Shiraz y Hassan. Los chicos se turnan para intentar mantener el equilibrio, de pie sobre la tabla. La entrenadora no deja de animarlos, hasta que, hacia el final de la lección, los jóvenes han conseguido familiarizarse con las olas y los remos. “Para los refugiados, el mar representa algo aterrador. Entre mis alumnos hay varios supervivientes de naufragios”, explica Pummell, una inglesa de 30 años que vive en Atenas, mientras regresa a la orilla. “Esta playa es uno de los pocos lugares que no están abarrotados de turistas. Hay mucha tranquilidad, lo cual es un aspecto fundamental para mis alumnos, que necesitan lugares seguros para curar sus heridas”.
El método de las disciplinas acuáticas se basa en la terapia de exposición, una técnica utilizada en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático y de las fobias. “En la frontera turca me rechazaron 52 veces”, confiesa Hassan, el más taciturno de los tres jóvenes. “Y en el último viaje, me fui con un grupo de 40 personas. Aquella noche perdí a mi mejor amigo. Mi mujer y mis dos hijos también iban en ese barco. Ahora estoy solo. En momentos así, me siento mejor, pero si pienso en aquella noche, sigo sintiendo un dolor intenso”, explica, con la mirada ausente.
Gracias a esta herramienta terapéutica, estos tres refugiados pueden entrar gradualmente en contacto con el objeto o la situación que les provoca ansiedad, en este caso el agua. Poco a poco, consiguen asociar un significado positivo a una circunstancia que, hasta entonces, solo genera miedo y desasosiego.
“En 2017, daba clases de inglés en Oinofyta, un asentamiento creado por el Gobierno griego que ya ha cerrado. Allí conocí a dos entrenadores que dieron clases de gimnasia a los residentes del campamento durante un par de semanas. El ejercicio físico llenaba de energía a los alumnos, que preferían saltarse las clases de inglés para hacer gimnasia. Fue entonces cuando nació la idea de fundar una organización para ayudar a los refugiados con el deporte”, recuerda Pummell con satisfacción. “El año siguiente, dirigí un taller de cocina para menores no acompañados en el campo de Malakasa, cerca de Atenas. Los alumnos se aburrían. Esto me empujó a explicar mi idea de ONG al director del campamento. Se mostró comprensivo y me dio las llaves de unas instalaciones que en aquel momento estaban cerradas. Tuve mucha suerte”.
El gimnasio que habilitó está gestionado ahora por la comunidad de refugiados que vive en Malakasa y cuenta con espacios seguros para mujeres y niños. Actualmente, las asociaciones registradas y las organizaciones humanitarias tienen acceso limitado a los campamentos, y monitores como Pummell solo pueden entrar de vez en cuando. “El ejercicio ayuda a estas personas, que, debido a los largos trámites para la solicitud de asilo, se ven obligadas a permanecer inactivas, reflexionando sobre los traumas que han sufrido. Esos momentos de inactividad crean un cuadro que empeora su salud física y mental”, declara la instructora.
Para los refugiados, el mar representa algo aterrador. Entre mis alumnos hay varios supervivientes de naufragiosBrittany Pummell, ONG Refugym
Con el fin de romper la monótona rutina de la vida detrás de una valla, Refugym ha planificado una serie de actividades para realizar fuera del campamento. Baloncesto, voleibol y senderismo son algunos de los deportes que se practican más allá de las lindes de Malakasa, donde residen Khan, Hassan y Shiraz. Y desde 2019, la ONG británica ha decidido complementar los cursos deportivos con disciplinas acuáticas. “También soy profesora de natación y hablo farsi. Pensé que podía poner estas habilidades a disposición de los demás”, explica Pummell. “Las clases de natación tienen lugar los fines de semana, mientras que las lecciones de remo de pie y kayak se imparten durante el resto de la semana. Las actividades continúan durante todo el año en función de las condiciones meteorológicas, y tengo un máximo de ocho alumnos por clase”, añade Pummell, que remacha: “Incluso en este caso, hay plazas reservadas para mujeres”.
Un dolor intenso
Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en 2023, un total de 41.561 refugiados y solicitantes de asilo llegaron a Grecia por mar. La mayoría procedían de Siria (31%), Afganistán (20%) y Palestina (16%). Un 60% de este total eran hombres adultos. Entre estas personas hay también supervivientes del naufragio que costó la vida a 650 personas en junio.
La noche está al caer y la instructora indica al grupo que se acerque a la playa. Shiraz y Hassan regresan rápidamente a la orilla, pero Khan se queda un poco rezagado, cantando una canción. “Al final de cada lección, hay un momento para compartir. A menudo, los chicos tienen ganas de hablar. Me enseñan algunos vídeos, fotos, y recuerdan aquellos terribles viajes por mar. En cierto modo, se liberan, y veo que realmente están mejor”, comenta Pummell.
Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en 2023, un total de 41.561 refugiados y solicitantes de asilo llegaron a Grecia por mar.
En la playa de Skàla Oropou, el sol ya se ha puesto y los pocos bañistas que hay se marchan, lanzando una última mirada curiosa a los tres chicos que llevan toda la tarde jugando y remando sobre esas tablas de colores. “No está tan mal vivir aquí. La estación de tren está cerca y se puede llegar a Atenas. Tengo la oportunidad de trabajar y estudiar. La educación es importante, y espero convertirme en piloto”, explica Shiraz, el más joven del trío, llenando un plato con pasta cocinada por la entrenadora para comer juntos. “¡Este plato de espaguetis está bueno, profe!”, dice.
El silencio de la playa se rompe con los bocinazos de algunos taxis. “En Irán te disparan. El Ejército turco hace lo mismo. Hay que tener cuidado”, señala Khan, que vivía en Kabul. “No tenía documentos de identidad y vivía como un fantasma: por eso subí a ese barco”, explica, recogiendo los platos en una bolsa. “Ahora espero conseguir un pasaporte y, a lo mejor, llegar a Italia”, confía.
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