Nigeria entierra una ley colonial para que los enfermos mentales dejen de ser “lunáticos”
La nueva norma garantiza los derechos de los pacientes, en un país donde solo un 15% de los afectados recibe el tratamiento que necesita
Sani* coge una madera horizontal. “Es el ‘Ayo’, ¿nunca has jugado?”, pregunta a su compañero Musa, proponiéndole una partida para enseñarle. Sani, de 26 años, coloca el tablero en sus rodillas y las 48 bolas que están en los 12 huecos tiemblan sobre su pierna que no para de moverse, mientras Musa mira al suelo en silencio. “La verdad es que cuando entré aquí no estaba muy feliz”, cuenta Sani. Hace tres meses, ingresó en el Centro de Rehabilitación Adicare, donde le diagnosticaron trastorno mental y del comportamiento asociado a su adicción a la marihuana. No era la primera vez que era admitido en el centro. Estuvo unos meses en 2021, pero a su salida recayó. Esta vez tiene claro que sí es definitivo. “Este tiempo me ha cambiado la vida, ya no soy la misma persona. Sí, sigo en el mismo cuerpo, pero para nada tengo la misma mentalidad”, asegura.
A Sani, la gestión de la empresa de animación que había lanzado hace cinco años, le consumía y comenzó a tomar marihuana para relajarse. Poco a poco aumentó su consumo hasta que no pudo vivir sin ella. Musa, de 30 años, trabajaba en un restaurante mientras estudiaba un grado universitario en Física cuando empezó a consumir tramadol y codeína, dos analgésicos que pueden provocar dependencia. Lleva seis meses en el centro, aunque reconoció su problema mucho antes. “Se lo dije a mis padres en 2018, pero les costó aceptarlo, solo querían que acabara la carrera”, dice.
El caso de Sani y el de Musa son un ejemplo del problema de las adicciones en Nigeria y del rechazo de la sociedad hacia las personas con problemas de salud mental. Un informe del Africa Polling Institute de 2020 concluyó, tras entrevistar a una muestra significativa de la población, que los nigerianos pensaban que la principal causa de los problemas mentales era el abuso de drogas, seguido de las enfermedades llamadas “del cerebro” y de la posesión por parte de espíritus diabólicos. Los problemas mentales han sido un tabú en Nigeria durante décadas y la falta de reconocimiento gubernamental empeoraba una situación de abandono y de estigma. Todo esto se traduce en que, en el país africano, menos del 15% de las personas con problemas de salud mental tiene acceso al tratamiento que necesita, según un estudio del Centro Nacional para la Información Biotecnológica (NCBI, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, vinculado a los Institutos Nacionales de Salud (NIH).
Una de mis vecinas me llegó a decir que era alérgica a las personas con problemas mentales y otra no aceptó mi dinero al comprar en su negocioVeronica Ezeh, responsable de enfermería en un hospital neuropsiquiátrico
En el país tampoco hay datos oficiales estatales sobre número de psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales e infraestructuras en los centros médicos, aunque los profesionales del sector afirman ser tan solo unos 200 psiquiatras y 150 psicólogos en un país de 200 millones de habitantes. La página de la OMS dedicada a la salud mental en Nigeria es una prueba flagrante de esta falta de información.
La Ley de la Locura
El pasado enero, el presidente Muhamadu Buhari rubricó la Ley de Salud Mental del país, que pretende acabar con los abusos que se han denunciado en estos años, ampliar las inversiones públicas, profesionalizar los cuidados y proteger más al paciente. Hasta este año, en Nigeria se aplicaba la llamada Ley de la Locura (Lunacy Act), un texto colonial vigente desde 1919 y que se modificó en 1958, dos años antes de la independencia de Reino Unido. “El problema venía en el propio nombre, se les consideraba lunáticos”, alega Veronica Ezeh, jefa de Enfermería en el Hospital Federal Neuropsiquiátrico de Yaba, en Lagos.
El propio nombre de la ley generó en el país un estigma social hacia la salud mental. “Una de mis vecinas me llegó a decir que era alérgica a las personas con problemas mentales y otra no aceptó mi dinero al comprar en su negocio”, afirma Ezeh. Los profesionales y las distintas asociaciones de salud mental del país han presionado, en público y privado, para que esta visión cambie, yendo incluso a los tribunales: “Hemos ido hasta al juzgado porque estos pacientes tienen derechos”, dice Ezeh. “Durante años no hemos tenido voz, hemos sido rechazados por la sociedad, pero ahora estamos muy, muy felices”, asegura.
La nueva ley crea un marco antes inexistente tanto para los profesionales de la salud como para los pacientes. En primer lugar, el Gobierno ha creado un Departamento de Salud Mental dentro del Ministerio de Salud con el que pretende incentivar la contratación pública. También crea un Fondo de Salud Mental para financiar actividades con dinero público y donaciones, aunque no deja clara ninguna cantidad. “La ley se guía por las mejores prácticas internacionales, tiene buenas intenciones y aunque en su totalidad no es perfecta, es un buen comienzo”, asegura Donald Olawale, psicólogo en el Hospital Federal Neuropsiquiátrico de Yaba, en Lagos.
La nueva ley afirma que busca ‘promover y proteger los derechos fundamentales y libertades de todas personas con problemas de salud mental’.
El principal logro de esta nueva normativa está en el trato y derechos de los pacientes. En su segunda cláusula, la ley afirma que busca ‘promover y proteger los derechos fundamentales y libertades de todas personas con problemas de salud mental’. Un Tribunal de Revisión de la Salud Mental se encargará de velar por los intereses de los pacientes, orientando sobre cómo minimizar los tratamientos intrusivos, como el aislamiento. La ley también prohíbe la discriminación y estigmatización de las personas con enfermedades mentales. En 2019, la ONG Human Rights Watch visitó 28 centros de rehabilitación públicos y denunció que en Nigeria se internaba forzosamente a las personas con problemas mentales, donde se les ataba y torturaba físicamente. “Ahora el paciente tiene derecho a ir a juicio por malos tratos y sobre todo a decir que no quiere recibir tratamiento. A algunos no les va a gustar la nueva ley porque es más fácil atar al enfermo”, asegura Ezeh.
Olawale opina, sin embargo, que la ley se excede al dar a los pacientes la última palabra sobre recibir tratamiento, ya que en muchos casos no están en capacidad para decidir. “Si el paciente no va a tratamiento, nunca mejorará”, afirma el psicólogo. Por ejemplo, Sani, uno de los internos en Adicare, se negaba a ser tratado. “Y ahora soy el más feliz de todos”, asegura.
El hombre malo no me atrapará
En África, la escasa inversión de los gobiernos es el mayor obstáculo para la prestación de servicios de salud mental adecuados, según la OMS. “En promedio, los gobiernos asignan menos de 50 centavos de dólar per cápita a la salud mental, muy por debajo de los 2 dólares per cápita recomendados para los países de ingresos bajos. Además, la atención de salud mental no suele estar incluida en los planes nacionales de seguro médico”, detalla la Organización. Según el organismo de la ONU, “debido a la escasa inversión en servicios de salud mental, la región africana cuenta con un psiquiatra por cada 500 000 habitantes, una cifra 100 veces inferior a la recomendada. Además, los trabajadores de la salud mental se encuentran sobre todo en zonas urbanas, y los centros de salud primaria y comunitaria cuentan con muy pocos o ninguno”.
Menos del 15% de las personas con problemas de salud mental en Nigeria tiene acceso al tratamiento que necesita, según un estudio.
Ezeh contempla cada día esa falta de fondos públicos. El 30 de agosto de 2018, falleció su hijo Adika, de seis años, a raíz de un cáncer y esta enfermera se planteó cómo podía honrar su recuerdo. En 2019, decidió fundar el Centro de Rehabilitación Adicare, una clínica privada donde, en el momento de esta entrevista, hay 30 pacientes, 26 de los cuales están internados por adicciones, como Musa y Sani.
Durante años, recibir tratamiento en Nigeria para un problema mental ha sido solo para los privilegiados. En Adicare, por ejemplo, cada uno de los pacientes paga 500 euros al mes, una cantidad que puede multiplicarse por cuatro en otros centros, según Ezeh, en un país donde el 63% de la población vive en la pobreza, según datos de la Oficina Nacional de Estadística.
Cuando salga del centro, Musa quiere acabar la carrera e intentar ser cantante de afrobeats como su ídolo, Burna Boy. Su voz se rompió con las drogas, pero en el centro de rehabilitación la ha ido modulando de nuevo e improvisa las letras que hablan de su vida. “No friends, I was solo… Bad man can’t get me, let him chase me, can’t get me yeah”. (No tenía amigos, estaba solo… el hombre malo no me atrapará, deja que me persiga, que no me pillará, no), canta.
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