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Cómo curar las heridas que no se ven

Dentro del sistema de acogida para solicitantes de protección internacional, la atención psicológica está contemplada como un servicio dentro del acompañamiento psicosocial, pero cuidar de la salud mental de personas migrantes y refugiadas todavía supone un gran reto

Una embarcación repleta de pasajeros sortea el oleaje frente a la isla de Lampedusa, en Italia, en agosto de 2022.
Una embarcación repleta de pasajeros sortea el oleaje frente a la isla de Lampedusa, en Italia, en agosto de 2022.Francisco Seco (AP)
Fabiola Barranco

“Me siento libre y con ganas de comerme el mundo”. Cuando Alex H. pronuncia esas palabras, una sonrisa enorme inunda su rostro en un gesto dulce que, además, es contagioso. “Hoy puedo ser yo gracias a todo el trabajo que he hecho durante estos años para curarme las heridas, aceptarme como soy y quererme. Siempre doy las gracias a mi psicóloga por ayudarme a llegar hasta aquí”, agradece emocionado el chico, superviviente de la discriminación y criminalización contra las personas LGTBI en Camerún, pero también superviviente de las fronteras.

Aunque hoy se autodefine como una “persona muy optimista”, atrás deja un reguero de duras experiencias hasta llegar a España, donde recientemente ha obtenido protección internacional. Siendo solo un niño escapó de su hogar; más tarde huyó de su país y cruzó el mar en una trágica travesía en la que perdió a su compañero sentimental. Alex no olvida todo lo que ha vivido hasta llegar a esta orilla, pero lo afronta con dignidad. “He aprendido a convivir con mis traumas, pero sin dejar que me controlen”, sentencia orgulloso.

Abandonar tu casa, atravesar fronteras y empezar un camino nuevo lejos de tu entorno deja huellas físicas y psicológicas que requieren ser tratadas. Las personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo suelen enfrentan condiciones adversas y traumáticas, bien sea por los propios motivos que las obligaron a huir, por las dificultades añadidas durante el trayecto o por el duelo migratorio, que consiste en una ruptura con el pasado y la incertidumbre del presente. “Por eso es fundamental dar prioridad a la detección y tratamiento de enfermedades mentales de las personas que migran y garantizar su derecho a la salud”, asegura Carolina Vicente, miembro de Red Acoge, federación de 20 organizaciones especializadas en la inclusión social de este colectivo en España.

La prevalencia de enfermedades mentales en personas solicitantes o beneficiarias de protección internacional es mayor que en el resto de población, según el Informe sobre la salud de los refugiados y los migrantes en la Región de Europa, elaborado por la Organización Mundial de la Salud. Un dato importante para tener en cuenta a la hora de abordar el acompañamiento de estas personas en su llegada a los países de acogida y la necesidad de ofrecer una atención especializada a su estado de salud.

Dentro del sistema de acogida para solicitantes de protección internacional, la atención psicológica está contemplada como un servicio dentro del acompañamiento psicosocial. “Los primeros días les explico todo, los acompaño a conocer el barrio, dónde pueden comprar, etc. Así generamos poco a poco un vínculo, que es el primer paso antes de empezar un acompañamiento terapéutico”, explica Alba Aguilar Bello, psicóloga en Córdoba Acoge, organización federada a Red Acoge.

Cuenta que las situaciones más reiteradas son aquellas que presentan una sintomatología compatible con estrés postraumático: pesadillas, problemas para dormir, estado de alerta constante, etc. “Tratamos con supervivientes de experiencias de alto impacto, también violentas, que han sufrido sobre todo en los trayectos migratorios. En este caso lo vemos especialmente con la población africana”, describe la psicóloga.

Aguilar también señala algunos retos para conseguir mejoras en todo lo que tiene que ver con la atención en salud mental de quienes llegan en busca de refugio. “Es muy importante aplicar una mirada transcultural en las intervenciones porque, aunque la expresión del malestar es universal, la forma de expresarlo sí que puede ser totalmente diferente según el contexto o el origen de la persona”, argumenta.

Sohrab coincide en este punto. Él no es profesional sanitario, sino paciente. Llegó de Afganistán en verano de 2021, pocos días después de que el régimen talibán volviera al poder. “Al principio creía que no necesitaba atención psicológica, pero luego me he dado cuenta de que viene muy bien cuando vives lejos de tu familia, en un lugar nuevo, y puedes aprender herramientas para desenvolverte”, cuenta este joven de 19 años, que prefiere presentarse bajo seudónimo.

Durante la conversación, en la que recuerda por qué y cómo salió de su tierra natal, y revela su sueño de estudiar arquitectura, hace una parada para dejar algo claro: “Hay una cosa muy importante, y es que es cercana; escucha mis problemas y conoce muy bien nuestra cultura, sabe muy bien cómo tratarnos”, refiere el afgano sobre Aguilar.

La ONG Bayt al-thaqafa tiene la particularidad de ofrecer una atención en salud mental muy especializada. Esta entidad, federada a Red Acoge en Barcelona, gestiona la acogida y acompañamiento para 30 solicitantes de protección internacional que se encuentran con la situación añadida de padecer una enfermedad mental grave, tales como esquizofrenia, trastornos de bipolaridad o estrés postraumático grave. Y no solo atienden a aquellos que han migrado solos, también a familias. “Han llegado casos de alguna familia en la que alguno de los miembros presentaba un cuadro psiquiátrico y que venían de otros centros, sobre todos los más masificados, en los que la convivencia era muy complicada; entonces se deriva a nuestros recursos. Y, si en ese momento tenemos la posibilidad de ubicarlos solos en alguno de nuestros pisos, lo hemos hecho. Por ejemplo, ahora tenemos a tres familias acogidas”, explica Nuria Moya, responsable de recursos de Salud Mental de Bayt al-thaqafa.

Hay por delante muchos retos para facilitar y mejorar el acceso a la salud mental de la población migrante y refugiada

Se trata de un dispositivo especializado en el que, como así explican las trabajadoras de la entidad, la seguridad y confianza son clave en el acompañamiento y proceso terapéutico. Además, se sigue un itinerario de atención pactado con la persona y se ofrece la atención psiquiátrica y psicosocial adecuada a cada una.

No obstante, los recursos disponibles para personas con estas necesidades son escasos. Además, hay por delante muchos retos para facilitar y mejorar el acceso a la salud mental de este sector de la población, como es vencer la barrera idiomática. “Por ejemplo, la falta de intérpretes en la red de salud mental general pública es un problema. Hay recursos terapéuticos, como pueden ser servicios de rehabilitación comunitaria u hospitales de día, a los que las personas que no hablan bien el idioma no pueden acceder”, denuncia esta especialista.

La duración limitada del propio sistema de acogida también puede ser otro gran inconveniente. Como los programas tienen fecha de caducidad, bien sea porque ha terminado su ciclo de un máximo de dos años o porque sus peticiones de asilo han sido denegadas, las personas refugiadas o solicitantes de asilo, también corren el riesgo de perder todo el camino recorrido en su salud mental y verse excluidas de otros recursos de acompañamiento terapéutico.

En definitiva, desde Red Acoge se hace un llamamiento a la “necesidad de fortalecer la coordinación entre administraciones e invertir recursos, no supeditando la situación administrativa a la atención de la enfermedad y ampliando los plazos del estudio del caso de protección internacional con estas circunstancias excepcionales”. Estos son aspectos clave para avanzar en un compromiso social que garantice el derecho a la salud mental de las personas migrantes y refugiadas. Un camino largo, pero tarea de todas y todos.

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