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Refugio en la costura: las voluntarias de Ucrania confeccionan chalecos para enviarlos al frente de batalla

Desde que comenzó la ofensiva rusa, una fábrica de sandalias al oeste del país reorientó su actividad a la fabricación de protección antibalas para las tropas

Una voluntaria cose un chaleco en una fábrica ubicada al suroeste de Ucrania.
Una voluntaria cose un chaleco en una fábrica ubicada al suroeste de Ucrania.Patricia Galiana

Victoria, maestra de profesión y costurera “por hobby”, no dudó ni un instante en formar parte del equipo de voluntarias que cada día trabaja en confeccionar chalecos antibalas en una fábrica de un pequeño pueblo al suroeste de Ucrania. Un espacio en el que han cambiado las sandalias por el apoyo a soldados ucranianos.

Esta joven huyó de la invasión rusa desde su ciudad natal, Severodonetsk, ubicada en la región de Luhansk. “Pude escapar de allí con mi marido e hijas gracias a la ayuda de unos conocidos”, cuenta Victoria, quien se muestra muy orgullosa de formar parte de este proyecto que comenzó pocos días después del inicio de la ofensiva, la madrugada del 24 de febrero de 2022. “Me enteré de que un grupo de voluntarios ayudaba a los militares y decidí ofrecer mis servicios. Me alegro de poder ayudar con algo. La lucha no se detiene en mi ciudad y estoy muy agradecida a la gente que está luchando allí”, añade.

Según cuenta Andry, responsable de la fábrica, “había una necesidad de chalecos antibalas, por lo que en el quinto día de guerra, la dirección de la empresa comenzó a organizar la confección de estas prendas”. Para la puesta en marcha del proyecto, tomaron una muestra de un equipo procedente del Servicio de Seguridad de Ucrania que les serviría como patrón. “Era 1 de marzo, pero las voluntarias comenzaron su trabajo incluso antes”, explica mientras pide que otros países “se animen a ayudar enviando materiales para elaborar torniquetes (para cortar hemorragias) porque en Ucrania no se fabrican”.

3.930 personas han perdido la vida a causa de la guerra, entre ellos, 69 niños y niñas

Esta fábrica, operativa 18 horas al día durante toda la semana, se encuentra en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, un contexto acompañado por el eco de los mensajes de medios de comunicación ucranianos, que transmiten durante todo el día la situación en el frente y en las diferentes regiones del país. Unas actualizaciones constantes intercaladas con la opinión de diferentes expertos y políticos. Por lo demás, las conversaciones transcurren, generalmente, serenas, pero con el conflicto como eje central. Murmullos de preocupación y, sobre todo, “mucho orgullo es lo que se percibe en cada casa, restaurante y comercio”, cuenta el responsable de la fábrica. Este pueblo es un idílico enclave en el que, salvo por las noticias y las conversaciones de sus habitantes, apenas se siente la guerra.

En las últimas semanas, la pequeña localidad ha recibido nuevos visitantes que llegan buscando tranquilidad y una vía de escape segura y rápida del país en el caso de que la situación se tense. Según los últimos datos de los organismos humanitarios de la ONU, más de un millón de personas que huyeron al extranjero tras la invasión, han regresado a Ucrania, un retorno que además coincide con la preocupación por el deterioro de la seguridad alimentaria dentro del país.

La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios, citando al Servicio Estatal de Guardia de Fronteras ucraniano, afirmó hace dos semanas que 30.000 personas cruzan, cada día, la frontera para llegar a Ucrania. Entre los últimos retornados se encuentran mujeres con niños y personas mayores, mientras que al principio del conflicto la mayoría eran hombres.

Chaleco antibalas fabricado por las voluntarias en un pueblo ubicado al suroeste de Ucrania. Junto a él, estampas religiosas y dibujos que los niños y niñas de la zona envían para los combatientes.
Chaleco antibalas fabricado por las voluntarias en un pueblo ubicado al suroeste de Ucrania. Junto a él, estampas religiosas y dibujos que los niños y niñas de la zona envían para los combatientes.Patricia Galiana

La familia de Victoria conoció a los habitantes de este pueblo, del que no quieren desvelar su nombre por seguridad, a través del programa Este y Oeste juntos, un intercambio puesto en marcha por el gobierno ucraniano en 2019 para promover “diálogos constructivos” entre profesores del país.

“Cuando mis hijas iban al colegio, vinieron aquí a vivir con una familia durante una Pascua, les mostraron cómo se celebran las fiestas y por eso mis hijas tienen conocidos y amigos cercanos aquí”, relata Victoria. Esta es su primera vez en la región oeste, y asegura que le gusta mucho, por la amabilidad y diversidad de sus habitantes. Siente que predomina un lenguaje común y que todos aportan al desarrollo y sostenimiento del país. “Nos hemos convertido en una familia y, cuando todo termine, les invitaré a mi casa”, añade sonriente.

“Hay mucho trabajo voluntario en todo el proceso, desde la recaudación hasta la propia confección de las piezas”

Los materiales para la fabricación de los chalecos (telas, gomas, correas, esponjas y hebillas, entre otros), llegan principalmente desde Polonia, pero también desde otros rincones del mundo y desde la propia Ucrania. “Tanto el dinero como los materiales necesarios para elaborar los chalecos provienen de donaciones. Hay mucho trabajo voluntario en todo el proceso, desde la recaudación hasta la propia confección de las piezas”, señala Andry.

Una vez confeccionados, los chalecos son enviados al frente en coches particulares por voluntarios, generalmente hombres, o recogidos por los propios soldados. “Todo aquel que recibe una citación de una localidad de nuestra región viene a la fábrica y recibe gratis un chaleco antibalas”.

El proceso de confección de cada chaleco puede durar varias horas y al día se elaboran alrededor de 50 piezas. En sus bolsillos, las costureras introducen dibujos de niños y niñas de la zona como muestra de apoyo a los combatientes: palomas, bandera ucrania y mensajes que abogan por la paz y por el triunfo del país son algunas de las imágenes plasmadas en papel. Junto a Victoria, Ana se encarga de meter estos mensajes “que llegan desde muchos puntos del país”, cuenta.

El proceso de confección de cada chaleco puede durar varias horas y al día se elaboran alrededor de 50 piezas

Gracias a Victoria y Vera, también maestra de profesión, los dibujos pueden viajar al frente dentro de los chalecos. Ambas han pedido como tareas a sus alumnos que dibujen o escriban cartas a los soldados, para que luego los voluntarios las envíen como regalo a los combatientes. “Enviamos la mayoría de dibujos al este. Un voluntario viene de Jarkov a recoger algunos, otros los enviamos a Kiev y otros a la región de Sumy”, cuenta Victoria.

Además de los dibujos infantiles, los combatientes también encontrarán en sus bolsillos algunas estampas religiosas. Ucrania es un país con un 68 % de creyentes —según la última encuesta del Razumkov Centre— y desde la fábrica organizan este detalle para recordarles que la fe les acompaña incluso en el frente de batalla.

Esta fábrica, cuyo propósito solía ser la confección de sandalias, se ha reinventado, al igual que muchas otras, para servir de apoyo a las tropas ucranias, incluso en la distancia. Según los últimos datos aportados por la ONU, 3.930 personas han perdido la vida a causa de la guerra, entre ellos, 69 niños y niñas. Asimismo, los últimos datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados indican que más de 6,5 millones de personas han huido de Ucrania desde que comenzó la guerra y que otros siete millones son desplazados internos.

En un contexto de guerra, los chalecos antibalas no solo son un complemento muy útil para guardar una variedad de recursos como cuchillos, torniquetes o alimentos, sino que además son esenciales para salvar la vida de los soldados. Representan una protección real frente a proyectiles— dependiendo también del tipo de revestimiento que se utilice en su interior— y también, psicológica. Las tropas ucranias llevan resistiendo tres meses la invasión rusa, una lucha que se libra en el frente y también en cada pequeño pueblo del país.

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