No por mucho repetirlo, la cooperación es más feminista
Los derechos sexuales y reproductivos están lejos de ser una realidad para millones de mujeres en el sur global. Urge trabajar en este ámbito de forma real y efectiva, según se pidió en una jornada sobre el enfoque de género en la ayuda exterior, organizada por SEDRA-Federación de Planificación Familiar y la Coordinadora de ONG para el Desarrollo
Cada once segundos muere una mujer embarazada o un bebé en alguna parte del planeta, tal como informaba Unicef, en 2019. Según estas estimaciones, más de 800 mujeres murieron cada día, a causa de complicaciones en el embarazo y el parto. O lo que es lo mismo: más de 290 mil personas, solo en el año 2017. Pero estas cifras no dicen nada si no se considera el escalón insalvable que hay entre el Norte y los sures del mundo, donde millones de niñas y adolescentes de América Latina, el Caribe, Asia o África carecen de derechos sexuales y reproductivos, a pesar de todas las promesas de las instituciones de sus propios países, o las internacionales y las de la cooperación al desarrollo. Muchas de esas jóvenes mueren por causas evitables o quedan embarazadas sin desearlo, porque en sus cuerpos no se cumplen los derechos humanos más básicos, como el que ejerce cualquier persona al decidir sobre si tener hijos (o no), y cuántos o cuándo, y con quién compartir su vida sentimental.
De ahí la pertinencia de la convocatoria al debate Cooperación española: generando igualdad, organizado por SEDRA-Federación de Planificación Familiar y la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo (ONGD), sobre cooperación y derechos de las mujeres, que se desarrolló durante toda la jornada del miércoles 27 de abril, en versión mixta (presencial y online), con la participación de representantes de la Administración pública y miembros de asociaciones, tanto con sede en España como en otros países de África y América Latina. Para estas organizaciones, habituadas a trabajar por la consecución de derechos sexuales y reproductivos en países en desarrollo, el actual contexto mundial indica un retroceso en la materia, por el acecho de la “ola de ultraconservadurismo que está en todos los tejidos democráticos, poniendo en riesgo lo que tiene que ver con la igualdad”, en palabras de Guillermo González, de SEDRA. Simultáneamente, “los impactos de género, así como del calentamiento global, se están viendo agravados en aquellos lugares que sufren los crecientes conflictos bélicos y la desigualdad económica”, apostilló.
Al mismo tiempo, y paradójicamente, en España se abre un momento de ilusión renovada ante la reforma legislativa de la cooperación, que genera expectativas por la posibilidad de que por fin se tenga en cuenta la experiencia adquirida por los trabajadores del sector y la sociedad civil sobre el terreno. Y se espera que incluya un enfoque verdaderamente feminista en las acciones de cooperación exterior. El proyecto de ley que sustituirá a la actual –a punto de cumplir un cuarto de siglo en vigor– se encuentra en proceso de consultas y su tramitación parlamentaria está prevista para antes del verano.
Muchas jóvenes mueren por causas evitables relacionadas con el parto o quedan embarazadas sin desearlo, porque en sus cuerpos no se cumplen los derechos humanos más básicos
En este ámbito, Nava San Miguel, de la Secretaría de Estado de Cooperación, recordó que se ha aumentado en cuatro millones de euros el fondo español para ONU Mujeres y que existe el compromiso de incrementar hasta los seis millones el presupuesto destinado al Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA). Y María Jesús Conde Zabala, embajadora en Misión Especial para la Política Exterior Feminista, destacó que España ha sido pionera en el establecimiento del enfoque de género como pilar de la política exterior, asegurando que, actualmente, se elabora un plan de acción que impulse medidas concretas.
En este proceso de negociaciones políticas y de pronunciada expansión de los enfoques feministas de manera transversal y hacia todas las áreas ministeriales, los responsables de las ONG señalan que el diagnóstico certero y un autoexamen son necesarios para poner en práctica un feminismo intersectorial, decolonial y transformador que impregne las tareas de ayuda en el exterior. A propósito, Ignacio Martínez, de Oxfam Intermón, alerta sobre “una disociación” que observa su organización en la materia: “No hay que tener miedo a las palabras, que moldean la realidad, pero cuando la separación entre el discurso y su concreción es tan excesiva, es posible que podamos confundir los planos y lleguemos a creer que estamos haciendo algo porque lo decimos”. Refiriéndose también al aporte del reciente informe Más allá de las palabras. Hacia una política de cooperación feminista y transformadora, advirtió: “cuando se produce esa confusión de suponer que hacemos cooperación feminista porque lo repetimos, es posible que estemos agotando las posibilidades de transformación de nuestra conducta; y, sinceramente, pienso que no estamos tan lejos de esa situación”.
De Nicaragua a la República Democrática del Congo
Para comprender las razones que separan los discursos políticos en los países desarrollados de la confianza (o no) entre las poblaciones que han padecido todos los colonialismos y han escuchado las mejores intenciones, hay que comenzar por los datos. En efecto, hay hechos que sustentan una distancia real, de carne y hueso, como el que 63 nacimientos por cada mil mujeres de entre 15 y 19 años se producen en América Latina y el Caribe, en comparación con la media de 42 de resto del mundo. Esto significa que países como Nicaragua (con 85) se aleja de la media de los desfavorecidos, duplicando el promedio global. Son ellas, y, en especial, las mujeres campesinas, las que ponen sus cuerpos a esta flagrante falta de derechos y, desde hace tiempo también, a las consecuencias palpables del cambio climático.
Ante esta evidencia, para Cristina Guzmán Merlos, codirectora de la Fundación Entre Mujeres, de Nicaragua, la clave pasa por el empoderamiento, pero dicho desde su propia geografía y definido en sus términos: “Es un proceso de conciencia, de organización y de provisión de recursos para que las mujeres –hasta ahora apartadas de la parte productiva– ampliemos y fortalezcamos nuestra capacidad para definir el tipo de vida que queremos vivir con libertad, con honestidad y bienestar”.
Según Guzmán Merlos, empoderarse es: “Que tengamos decisión sobre nuestros cuerpos, deseos, opiniones y sexualidad, así como el control sobre los bienes económicos y socioculturales, porque está bien despojarnos de la violencia, pero también que accedamos a recursos económicos como la tierra”. A su entender, la autonomía económica es fundamental para no ser “devastadas por estas crisis climáticas que están avanzando sobre nuestras vidas y todo el ecosistema, haciendo recrudecer esa falta de derechos sexuales y reproductivos, que también es resultado del despojo de la colonización”. Sus palabras abarcan diferentes dimensiones cotidianas que contribuyen a una toma de poder en todas las esferas de su existencia, desde el “autorrespeto y el desarrollo de la propia valía” a “la conciencia de tomar decisiones” y a contar con recursos que les permitan “generar valor agregado y no solo ser exportadoras de materia prima” como garantía de una vida digna.
Por su parte, desde la República Democrática de Congo (RDC), Justine Masika Bihamba, de la organización Synergie des femmes pour les victimes de violences sexuelles (sinergia de mujeres por las víctimas de las violencias sexuales) es muy clara en su manera de actuar con la población femenina de su país, lo que, a la vez, constituye una reivindicación frente a la cooperación internacional: “Si queremos ayudar a las mujeres de aquí, no podemos hablar en los mismos términos que en un país europeo”. En su alegato, Masika Bihamba relata la multitud de ocasiones en que las mujeres entregan sus bebés a la asociación (cuando no los han depositado en algún contenedor, si han sido víctimas de violaciones o de relaciones no consentidas), porque en amplias regiones de su país no hay cultura de planificación familiar ni de interrupción voluntaria del embarazo. Pero tampoco costumbre de que esposas y maridos decidan juntos sobre las cuestiones del hogar. Sin embargo, insiste: “Aquí no se puede hablar de ‘aborto seguro’, porque es una expresión que nos pondría directamente en contra de la tradición de sus ancestros”.
En RDC, explica Masika, prefieren aproximarse con sensibilidad local a ciertos asuntos, para que las mujeres acudan a las charlas, junto con sus maridos, a debatir sobre la planificación familiar, porque es necesario que también los hombres entiendan que, más allá de la dote ofrecida a la familia de la esposa, “ambos deben conversar y ponerse de acuerdo sobre las compras prioritarias o las tareas de cuidado de los hijos que pueden compartir”. Antes que nada, el hombre tiene que entender que su mujer “no es su esclava”. Y, aunque parezca un acercamiento desusado, Masika comenta que empezaron a trabajar por los derechos de las mujeres con 15 personas y que hoy son más de cien. A estas personas se suman muchas desplazadas de zonas controladas por grupos armados en países vecinos como Uganda, Burundi y Ruanda, que padecen las violencias que cualquier guerra agrava. La paz y los asuntos públicos son, por tanto, dos puntos destacados de la agenda de las mujeres de la RDC, las cuales, gracias esta asociación, pueden aprender de instrumentos internacionales que les sirven para conseguir el acceso a la Justicia.
Otra llamada de atención llegó por parte de Nicole Ndongala, directora de la asociación Karibu, quien remarcó que la cooperación también tiene que ver con la migración, tanto en la ruta como a su llegada a destino. “¿Qué se está haciendo para que la migración sea segura, legal y ordenada para las mujeres que huyen de múltiples violencias? Ucrania ha demostrado que es posible abordar estos retos desde los derechos humanos, ¿por qué no se actúa así en relación a otros países?”, demandó Ndongala.
En el resumen de la jornada, compilado por Filomena Ruggiero, de SEDRA, a algo más de 25 años de la emblemática Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo, y reconociendo los progresos que se han producido desde entonces en el reconocimiento de derechos de niñas y mujeres en el mundo, la desigualdad en el acceso a esas libertades continúa siendo una enorme piedra en el camino de la abolición del sistema patriarcal jerárquico y del pensamiento colonial.
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