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La convivencia global: un nuevo desafío para la cooperación internacional

La solidaridad y la justicia deben posicionarse frente a los problemas que golpean con gran dureza a las personas, colectivos o comunidades más vulnerables

Una ilustración de Lusmore Dauda.
Una ilustración de Lusmore Dauda.Lusmore Dauda

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En los últimos años hemos comprobado cómo diferentes acontecimientos han desbordado nuestras sociedades y han puesto en evidencia los límites del modelo de convivencia. De manera impostergable, la realidad reclama ahora una mayor cooperación entre los actores de la sociedad global para alcanzar acuerdos sobre fiscalidad, una respuesta conjunta a la crisis sanitaria, la socioecológica y en la lucha contra las desigualdades, entre otras muchas cuestiones.

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A medida que vemos crecer los desafíos, observamos también cómo estas nuevas realidades avivan los debates sobre cooperación internacional. En este campo, los acontecimientos están motivando procesos de reflexión, revisión y reforma tanto de las instituciones internacionales como de los gobiernos centrales y descentralizados.

Sin embargo, este es un campo excesivamente desconocido para la ciudadanía, ajena a sus debates y reflexiones. Las razones de este distanciamiento son numerosas.

Después de unos años de profundas crisis, la cooperación internacional ha sido cuestionada desde posiciones alejadas de los valores principales: ¿por qué ser solidarios con colectivos, comunidades o pueblos de otros países, si en el nuestro (o en los nuestros) hay gente que también lo está pasando mal? En fechas no muy lejanas, incluso algunos responsables de estas políticas aireaban sin pudor este cuestionamiento.

Otras críticas han señalado el carácter insuficiente, superficial, asistencial y, en no pocas ocasiones, contradictorio de la ayuda. Además, no ha beneficiado en absoluto el carácter hiperespecializado y el discurso técnico de la misma, que ha difundido una imagen de desconexión respecto a los problemas de la vida cotidiana.

Queda patente, por lo tanto, por el momento histórico que estamos viviendo y el distanciamiento con la ciudadanía, que necesitamos más que nunca una cooperación internacional fuerte y diferente, radicalmente distinta a la de las últimas décadas.

Necesitamos más que nunca una cooperación internacional fuerte y diferente, radicalmente distinta a la de las últimas décadas

Existe además un imperativo ético: la solidaridad y la justicia deben posicionarse frente a los problemas que golpean con gran dureza a las personas, colectivos o comunidades en mayor situación de vulnerabilidad.

Pero la solidaridad y la justicia universal como valores supremos no tienen capacidad movilizadora suficiente en nuestro mundo individualista, bien lo sabemos. Por lo tanto, es necesario apelar al imperativo político de cooperar para resolver los problemas que trascienden las fronteras nacionales. Problemas que nos desafían colectivamente como la vulnerabilidad humana, las desigualdades, los efectos del cambio climático o la sindemia generada por el coronavirus. Conviene recordar que los límites territoriales del Estado nación no son los contenedores de los fenómenos sociales y políticos, y que tampoco residen en el Estado y sus instituciones las capacidades suficientes para hacer frente a los desafíos globales.

Otra razón para reivindicar esta postura emerge con fuerza en un contexto de crisis política de gran calado con repliegues intrafronterizos, exacerbación del individualismo y la mercantilización, y crecimiento de opciones políticas que niegan derechos. Frente al “sálvese quien pueda”, el valor de la cooperación como motor de la acción colectiva es fundamental para afrontar esta crisis que ha dado como resultado la incapacidad de las estructuras políticas para transnacionalizar la democracia.

Ahora bien, si un contexto histórico tan complejo y desafiante obliga a reforzar la cooperación, parece necesario hacerlo a partir de una revisión de sus bases; desde una transformación. Ha llegado el momento de articular un marco en el que visiones alternativas se encuentren y reconozcan en la búsqueda del bien común de la humanidad.

Si un contexto histórico tan complejo y desafiante obliga a reforzar la cooperación, parece necesario hacerlo a partir de una revisión de sus bases; desde una transformación

Así, la construcción de un modelo de convivencia global capaz de garantizar la sostenibilidad de la vida puede erigirse en el fin fundamental de la misma; todo un reto para responder a las incertidumbres del presente y abordar los desafíos futuros.

No es un proceso sencillo: exige la democratización de las instituciones y una redefinición de las relaciones de cooperación, enormemente resistentes al cambio en los últimos 60 años, además de una mayor pluralidad y diversidad de actores y normas más transparentes.

Las implicaciones prácticas de estos planteamientos son enormes, no hay que ignorarlo: en el ámbito global se hace imprescindible un desplazamiento del centro de gravedad del sistema. Desde el núcleo actual del Comité de Ayuda al Desarrollo hacia espacios internacionales con mayor capacidad de representación de la diversa y plural sociedad internacional. Para esta labor, el Consejo Económico y Social y el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas son, indudablemente, espacios más representativos y a fortalecer.

En los ámbitos estatales también deberían darse importantes transformaciones, entre las que destacan la superación de las respuestas tecnocráticas frente a problemas de naturaleza política que han dominado en los últimos tiempos, y las derivas securitaria y mercantilista a las que la ayuda parece haberse entregado, en ocasiones de manera desenfrenada.

No podemos olvidar el papel de los gobiernos locales y regionales (la denominada “cooperación descentralizada”) y su potencial aportación diferencial a la acción colectiva. Su carácter solidario, su vinculación con la sociedad civil y su vocación horizontal y de construcción de relaciones de reciprocidad, hacen de esta una referencia fundamental en el proceso de transformación al que debe aspirarse en una escala mayor.

Si queremos construir un mundo más justo y sostenible, alejado de visiones uniformes, necesitamos una cooperación más fuerte, más plural, más feminista y más democrática; que promueva el diálogo en condiciones de igualdad entre diferentes formas de entender la vida en sociedad, la articulación de la política y la organización de la economía. En definitiva, que defienda la convivencia entre los “universales recíprocos” que nos propone la filósofa Marina Garcés.

Es demasiado lo que está en juego. Frente a las dinámicas de expulsión en la globalización, frente al retroceso democrático y a las opciones políticas basadas en la exclusión y el odio al diferente nos queda cooperar para convivir globalmente.

Ignacio Martínez es profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid e investigador en el Colectivo La Mundial. Este artículo sintetiza las ideas del libro Nuevos horizontes para la cooperación internacional. Una mirada a la cooperación descentralizada a través del caso vasco (Tirant lo Blanch, 2021).

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