Dañar a los tuyos
Lo que uno oculta te define muchísimo más que lo que exhibes; esto lo olvida el imbécil dogmático en el que nos quieren convertir a todos, obligándonos a elegir trinchera


Ya saben eso de que la familia en la que nace un escritor padecerá de lo lindo, pues el vínculo con la literatura es más poderoso que el vínculo de sangre. Una de las misiones del escritor, por más que se quiera olvidar en un mundo infantilizado como el actual, es sacudir el avispero. Un personaje que no es contradictorio, que no tiene defectos, que no actúa a veces asociado a la sinrazón, al capricho o a la pasión erótica, no es un personaje, es una patraña. Igual que las personas no son lo que cuelgan en sus redes sociales, sino exactamente lo contrario. Porque lo que uno oculta te define muchísimo más que lo que exhibes. Esto lo sabe el niño de siete años cuando comienza a comprender de verdad quienes son sus padres. Pero lo olvida el imbécil dogmático y cretinizado en el que nos quieren convertir a todos, obligándonos a elegir trinchera y a renunciar a un criterio mínimamente personal en favor de las olas de entusiasmo o linchamiento que canalizan nuestro gusto y nuestras afinidades yo no tan electivas.
Al descubrir que entre los altos cargos del PSOE han aparecido personajes siniestros, abusadores, cínicos y ofensivos algunos incautos se han sorprendido. Lo que han venido a hacer las empleadas del partido es sacudir las alfombras de la basura que pisan a diario. Alcaldes, secretarios generales, mandamases que le tocan el culo a su compañera, que le mandan mensajes acosadores, que le tientan el escote y las citan a un encuentro sexual que se promete épico y resultará siempre repugnante y fallido son los protagonistas de este nuevo escándalo. Todo ello, mientras en público corren a envolverse en las banderas de la igualdad y el feminismo. Ese grado de hipocresía es precisamente lo que obliga a los literatos a arremangarse y ponerse manos a la obra, para explicarle a la gente en dónde radica la gran mentira. Es ahí, en algo parecido a esto que está pasando, donde el novelista hace una demolición de su propia familia, de su propio país y de su propia fe y revienta de raíz todo lo que parecía sólido. Ah, claro, dirán algunos lectores, es que yo no quiero saber la verdad, es que yo no quiero deprimirme, es que yo no quiero pensar. Y andarán a buscar las tiernas fábulas que les permitan dormir tranquilos.
Cuando publiqué una novela que transcurría en los ambientes políticos de una campaña electoral me fue fácil notar que especialmente en los sectores llamados progresistas su carga crítica era recibida con incomprensión y rechazo. ¿Acaso hay tantos mentirosos, traidores, gente malmetiendo entre los suyos, echándose mierda unos a otros por la espalda, grabándose en secreto? Sencillamente, lo contado respondía a un somero trabajo de documentación. Pero es esa reacción estúpida y autoprotectora la que guió a los mecanismos de denuncia dentro del propio partido a encubrir estos episodios de acoso. Mejor olvidarlos, mejor limpiar la ropa sucia en casa, en el silencio, el apaño y la sedación. Qué gran error. Esa pretensión de no dañar a los tuyos está detrás de lo peor de las guerras. La renuncia a la justicia, la ceguera voluntaria. Los españoles lo saben y por eso no acuerdan el capítulo de la guerra civil, porque contiene tanta suciedad en torno a la épica del abuelito que compensa más seguir mintiéndose. Ese gran asco asoma ahora tras las denuncias contra un grupo de socialistas necesarios para el jefe en su momento más crucial. Los rivales se frotan las manos, al menos así por un rato dejan de tocar el culo a las que están bajo su mando, esas que guardan silencio todavía porque no quieren dañar a los suyos.
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