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Columna
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Pasión por cancelar

La imputación coloquial es que la derecha extiende el odio, pero quien sembró la primera semilla de la discordia fue la izquierda tras la gran recesión

Víctor Lapuente

Quienes más lamentaron la defenestración de un presentador norteamericano por sus ideas políticas son los que se han pasado años pidiendo aquí la defenestración de periodistas, académicos y todo tipo de cargos por… sus ideas políticas. No debe sorprendernos. La hipocresía es el adorno más florido de la mezquindad.

Y no es patrimonio de la izquierda. Como muestra el celo censor de Donald Trump, quienes ganaron las elecciones denunciando la “cultura de la cancelación” de los progresistas, cuando han llegado al poder, han empezado a cancelar. Los republicanos argumentaban que las ideas conservadoras no tenían espacio en los medios, universidades y empresas y, en cuanto han tenido la sartén por el mango, han empezado a purgar las ideas progresistas de los medios, universidades y empresas. Si EE UU es la única democracia presidencial de América (y quizás del mundo) que no ha sucumbido a un golpe de Estado es porque se dotó de ese milagro constitucional que se llama la Primera Enmienda, que garantiza la libertad de expresión. Lo que ahora está en peligro.

Los culpables del ambiente tóxico que viven nuestras democracias somos todos, pero por lo contrario de lo que solemos pensar. La acusación habitual es que la izquierda es más violenta. En EE UU, los trumpistas insisten en la vocación terrorista de todo grupo izquierdoso, de los antifa a un movimiento vecinal. En España, cualquier acto violento parece llevar la huella de la kale borroka. Santiago Abascal lo resumió muy bien: no nos matan por fascistas; nos llaman fascistas para matarnos. Pero los datos cuantitativos desmienten esa supuesta mayor proclividad de la izquierda a la violencia. Según cifras de la Anti-Defamation League aparecidas en The New York Times, de los crímenes políticamente motivados en EE UU, el 54% son responsabilidad de la extrema derecha y solo el 8% de la izquierda.

Y la imputación coloquial es que la derecha extiende el odio. Pero quien, a ambos lados del Atlántico, sembró la primera semilla de la discordia, la indignación contra la casta, fue la izquierda tras la gran recesión. La derecha populista ha recogido hábilmente los frutos, pero fue el otro extremo quien lanzó la piedra de que la única salida era la ruptura. Como dicen los psicólogos, el enfado es bueno para una sociedad, porque nos ayuda a mejorar, pero, si un colectivo se indigna porque cree que no se le escucha, desarrolla un sentimiento de venganza que desvertebra la sociedad. Así se ha gestado lo que David Brooks llama la “era de las pasiones oscuras”.

Sobra cultura de la cancelación y falta costumbre de autoexaminarse.

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