Ir al contenido
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una Europa sin símbolos

Si estamos en lucha, como dice Ursula von der Leyen, los europeos mereceríamos saber para qué combatimos

La Maison Carrée, en Nimes (Francia).
Diego S. Garrocho

No existe comunidad sin signos compartidos ni sin una premisa emocional. Por eso tejemos banderas y, por eso, cada vez que miramos la entrada del Congreso de los Diputados sabemos reconocernos en la antigua solemnidad que anuncian sus formas.

En la fachada, el frontón triangular nos remite a la arquitectura clásica. Las columnas de orden corintio del pórtico nos pueden recordar a la Maison Carrée de Nimes, pero también nos conectan con las reinterpretaciones que poblaron Occidente: desde el Capitolio de Washington hasta las sedes de tantas universidades.

Dentro del palacio, se guarda una colección de pintura historicista. Allí se preserva la memoria de las Cortes de Valladolid de 1295 y del juramento de las de Cádiz de 1810. Antes de entrar al salón de plenos, un busto de Agustín Argüelles nos recuerda que hubo un tiempo en que el parlamentarismo fue un oficio noble. Y una vez dentro del hemiciclo los signos vuelven a multiplicarse.

Cuando sus señorías toman la palabra —así sea para insultarse—, arriba, en lo alto, unas vidrieras muestran las cuatro virtudes cardinales que se inspiraron en el Libro IV de la República de Platón. En los flancos laterales, dos hornacinas custodian a los Reyes Católicos. Dentro de las pinturas de la bóveda se suceden distintas alegorías y, en el centro, aún puede leerse el tetragrama que da nombre al Dios de los judíos. Está escrito, por cierto, con letras hebreas.

Cada uno de estos detalles representa algo de todos nosotros. Y aunque podamos cuestionar su vigencia, su actualidad o su pertinencia, la mera disputa abre una conversación que nos une. Discutir los símbolos compartidos es, en sí misma, una forma íntima de relación. Pero esa discusión sería mucho más difícil si la trasladáramos al terreno europeo.

La semana pasada, Ursula von der Leyen dijo que Europa estaba en lucha. Reparé entonces en la asepsia del Parlamento Europeo: en la higiénica tipografía de sus escaños o en su neutra tribuna de oradores. Tan plástica, simple y nihilista que resulta indistinguible de la sala de juntas de una multinacional farmacéutica.

Esa vacuidad simbólica resume el furor tecnocrático de una comunidad que decidió vaciarse de contenido hasta hacerse casi ininteligible. Por supuesto, no todo está perdido. Pero si de verdad estamos en riesgo y en un futuro hubiera que repartir sacrificios, los europeos mereceríamos saber para qué demonios combatimos. Porque sin símbolos que nos hablen de nosotros mismos, hasta la más justa de las causas se diluirá en el aire.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Diego S. Garrocho
Diego S. Garrocho es profesor de Filosofía Moral en la UAM, donde coordina el Máster en Crítica y Argumentación Filosófica. Autor de 'Moderaditos. Una defensa de la valentía política' (2025), 'El último verano' (2023), 'Sobre la nostalgia' (2019) y 'Aristóteles. Una ética de las pasiones' (2015). En 2021 ganó el Premio David Gistau de periodismo.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_