La interminable crisis política en Francia
El problema de la deuda pública es solo una excusa de Bayrou para saltar de un barco que se hunde y salvar su futuro político


Simple y llanamente, la cuestión de confianza que el primer ministro François Bayrou plantea este próximo lunes en el seno de la Asamblea Nacional francesa equivale a poner su propia cabeza bajo la guillotina. Es un acto suicida de un Gobierno que, confrontado a la prueba de fuego que supone aprobar los presupuestos generales antes de fines de diciembre, ha tenido que rendirse a la evidencia: no lo conseguirá sin importantes concesiones a cambio.
El volumen de la deuda ha sido el pretexto utilizado por Bayrou para proponer, a comienzo de las vacaciones de verano, un primer recorte de al menos 44.000 millones de euros, pero negándose a gravar los beneficios de las grandes empresas y las fortunas más importantes del país. Es un presupuesto de austeridad que el primer ministro esgrime, además, como un dictado, exigiendo a la oposición aceptarlo sin rechistar. Esto significa, sin signos de rubor, imponer más dosis de injusticia fiscal y social, y cargar esta fórmula sin precedentes sobre las espaldas de las capas medias, los jubilados, los asalariados, suprimiendo incluso la cobertura de dos días no laborables.
La mayoría de las fuerzas políticas, desde Francia Insumisa hasta la extrema derecha, pasando por el Partido Socialista y los Verdes, se ha rebelado firmemente tanto contra este formato presupuestario austericida, como contra la actitud de soberbia del primer ministro minoritario en el Parlamento, que ha gobernado durante nueve meses gracias a la abstención cómplice de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen y, en ocasiones, de los socialistas, en las no pocas mociones de censura presentadas contra su política.
En realidad, para la deuda no era preciso someter la cuestión de confianza al Parlamento. Sin desacuerdo en la necesidad de moderarla, el debate sobre los presupuestos se centraría en determinar el volumen anual de las partidas objeto de recorte y el tiempo necesario para reducir su entidad. Si hubiera manifestado voluntad política de diálogo, y menos intransigencia, François Bayrou habría encontrado probablemente respaldo ante una izquierda desunida, ya que el Partido Socialista se había declarado dispuesto a colaborar. Pero ha preferido extrañamente hacer de su plan una opción no negociable. La situación de la deuda francesa, (de 3,3 billones de euros, es decir, el 113 % del PIB), agravada por la crisis de la covid-19, ya se conocía hace varios años. Aunque importante, no es, como sostiene el jefe del Gobierno, “catastrófica”. Se encuentra más o menos en la media de los países europeos y, además, los mercados seguirán confiando en la garantía del Estado francés si lleva a cabo una estrategia progresiva de reducción. Las valoraciones de las grandes agencias internacionales aseguradoras son todas, sin excepción, positivas. ¿Por qué, entonces, este repentino catastrofismo del primer ministro?
En realidad, detrás de esta dramatización, hay otras razones, esencialmente tácticas y políticas. Basta señalar, por una parte, que el telón de apoyo que ha alimentado al Gobierno durante nueve meses se vuelve cada vez más débil. Como todas las demás fuerzas políticas, la extrema derecha de Marine Le Pen comienza ahora la campaña para las presidenciales de 2027 y necesitará distanciarse de un Gobierno al que ha salvado en varias ocasiones. Por otra parte, es probable que el mismo Bayrou esté pensando, dada la crisis profunda de dirección de las élites políticas de derecha, en presentarse a estos comicios. Pero es consciente de que, al igual que el presidente Macron, sufre un fuerte rechazo en las encuestas de opinión. Por eso quiere abandonar lo antes posible este barco que se hunde inexorablemente. Y prefiere caer con una imagen de defensor del rigor presupuestario, perfil siempre bien valorado por los grupos financieros dirigentes.
Las consecuencias políticas de esta huida disfrazada de martirio son enormes e imprevisibles. Exponen a Emmanuel Macron a dilemas arriesgados: disolver la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones podría desembocar en otro fracaso; elegir a un primer ministro —o ministra— de la cantera del Partido Socialista no encontraría el mínimo respaldo por parte de Francia Insumisa, el mayor partido de izquierdas en el Parlamento, y sería, asimismo, combatido por la extrema derecha. Otra alternativa sería designar a una “personalidad independiente”, pero sin la certeza de las fuerzas políticas que la apoyarían. O bien, por fin, le queda la dimisión y la llamada anticipada de elecciones presidenciales, pero recientemente ha descartado esta solución. Así que no hay buena solución. ¡Bayrou, que se había impuesto como primer ministro a Macron, lo abandona hoy, sin pedirle permiso! Su decisión vuelve a colocarlo en el callejón sin salida que él mismo desencadenó al disolver el Parlamento en abril de 2024 y, lo que es aún más grave, al negarse a elegir un gobierno dirigido por el Nuevo Frente Popular, ganador de las elecciones. Ahora, si nombra a un primer ministro fuera de la mayoría de las izquierdas en el Parlamento, no será más que un Sísifo condenado a una nueva e inevitable derrota. Las manifestaciones sociales previstas para este mes de septiembre lo demostrarán una vez más: la verdadera crisis de gobernabilidad en Francia no es financiera, es política.
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