No te jubilarás igual que tu abuelo
Necesitamos reparar la brecha entre pensiones y salarios para evitar una guerra intergeneracional y garantizar que los jóvenes tengan niveles de riqueza y seguridad como los de los actuales pensionistas

A la inagotable lucha de clases se ha sumado la intergeneracional. La primera, en su acepción marxista, enfrenta a burguesía y proletariado; la segunda, a pensionistas y trabajadores. Ambas están motivadas por el dinero (por el privado y por el público, respectivamente), una razón poderosa para el conflicto. La lucha intergeneracional es un fenómeno reciente en comparación con la de clases, tan antigua como la máquina de vapor. Su origen radica en cambios demográficos sin precedentes: la baja natalidad y el aumento de la esperanza de vida han acelerado el envejecimiento de la población, incrementando el gasto en pensiones y sanidad en detrimento de educación, empleo o vivienda. España se acerca a la tormenta perfecta. Según datos del INE, en 2023 la natalidad cayó a 6,61 nacimientos por cada 1.000 habitantes, el nivel más bajo en 60 años, mientras que la esperanza de vida alcanzó los 83,77 años. Hay 137 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16.
Malthus acertó al vincular los desajustes demográficos con crisis económicas y conflictos sociales, pero nuestra trampa no es la que él predijo —superpoblación con escasez de recursos—, sino una población envejecida y menguante que amenaza con quebrar el sistema. Una trampa, la nuestra, que genera problemas financieros y democráticos —los mayores mandan en las urnas—, en una lógica que Jean-Claude Juncker resumió con su célebre frase: “Todos sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ganar elecciones después de hacerlo”. Algunos desafían esta paradoja con medidas impopulares, como Emmanuel Macron con la reforma de las pensiones de 2023; la mayoría, sin embargo, saca pecho con cada subida, aun sabiendo que nos sigue entrampando.
El aumento del gasto en pensiones genera, además, problemas de justicia intergeneracional, ya que incrementa la carga que deben asumir las generaciones jóvenes, tanto presentes como futuras, para mantener el sistema bien engrasado. La justicia entre generaciones es compleja, especialmente cuando se trata de proteger los intereses de los nietos y bisnietos de nuestros hijos, que todavía no existen. Asumiendo que cada generación tiene realidades distintas, moldeadas por avances médicos y tecnológicos, garantizar la justicia entre ellas exige una equidad elemental: que ninguna generación acapare o dilapide recursos a costa de las siguientes, y que los jóvenes sostengan a los mayores con la expectativa de que quienes les sucedan hagan lo mismo con ellos. La cuestión está en cómo debemos hacer las comparaciones relevantes.
La manera más simple sería adoptar un enfoque sincrónico, es decir, tomar una foto fija que compare distintos grupos de edad en un momento determinado. Un indicador clave es el índice de sesgo hacia los mayores en el gasto social (EBiSS por sus siglas en inglés), que mide cuánto favorece el gasto público a los mayores en detrimento de los jóvenes. Polonia, Grecia e Italia presentan un sesgo extremo, destinando entre seis y ocho veces más recursos a los mayores. En España, un estudio sobre el periodo 1958-2012 reveló que este sesgo ha ido en aumento. Y sigue creciendo: en 2024, el gasto en pensiones fue un 32% mayor que cinco años antes. Desde la justicia distributiva, sin embargo, el dato clave es el de la posición de los individuos. Por ejemplo, la pensión mínima es de 12.241 euros anuales, mientras que el ingreso mínimo vital es de 7.903 euros y la renta mínima de inserción ronda los 5.000. Si nos alejamos de los extremos más precarios, la desigualdad no mejora. Los jubilados que se retiran con la pensión máxima de 3.267,60 euros al mes son el doble que hace 10 años y ya casi cobran el triple de lo que gana un trabajador con el salario mínimo (1.184 euros).
Pero las fotos fijas pueden ser engañosas. Para empezar, aunque los jóvenes parecen estar peor hoy, tienen algo que los pensionistas ya agotaron: tiempo para prosperar económicamente. Lo relevante no es la desigualdad en el instante congelado por el flash, sino la película de toda una vida, que nos permite comprobar si las generaciones actuales podrán alcanzar niveles de riqueza y seguridad similares a los de los pensionistas de hoy. Pensemos en un refugio de montaña que cada generación hereda en el estado en que la anterior lo dejó: si lo cuidan, quienes vengan después vivirán bien; si lo desgastan sin reponer enseres y víveres, los condenarán a la precariedad. Así funciona la equidad intergeneracional tomando la perspectiva de una vida completa. Puede haber razones para cierto sesgo del gasto hacia los mayores —empezando por el hecho de que son cada vez más—, pero lo que realmente importa es si acabaremos viviendo en un refugio similar al suyo. Y hay motivos para la preocupación. Los jóvenes enfrentan una precariedad laboral y habitacional que sus padres no conocieron. Y su futuro es aún más incierto después de que los boomers hayan roto la hucha de las pensiones para recibir un 62% más de lo que ellos mismos aportaron para sostener a sus mayores. El refugio se agrieta y debemos comenzar a repararlo si no queremos que los nietos y bisnietos de nuestros hijos acaben viviendo a la intemperie.
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