Hijos de sus padres
En el tuétano del idioma español, las madres son malas y los padres buenos por defecto. La realidad es que los hijos salen cada uno a su manera y no nos pertenecen ni a unos ni a otras.


Es curioso, y demoledor, el modo en el que los dichos nos retratan como sociedad y como individuos. Decimos de alguien que es un “hijo de su madre” como ofensa, ofendiendo de paso a su progenitora sin conocerla. Sin embargo, llamar a alguien “hijo de su padre” es un término generalmente elogioso con el que aludimos al parecido entre tronco y rama precisamente porque los conocemos. O sea, que, en el tuétano del idioma español, las madres son malas y los padres buenos por defecto. La realidad, por supuesto, es que los padres pueden ser tan excelentes, pésimos o regulares como las madres, y viceversa. Y que los hijos salen cada uno a su manera y no nos pertenecen ni a unos ni a otras. Perdíase una en esas disquisiciones semióticas para no volverse loca al conocer las desgraciadísimas historias de dos padres y dos hijos que, lejos de ser parábolas ni pesadillas, son estos días portada de los periódicos.
En la primera, un padre lleva a juicio a su hija tetrapléjica de 24 años para impedir que reciba la eutanasia que ella misma solicitó y obtuvo por unanimidad de los expertos, apelando a una supuesta y eterna tutela paterna. En la segunda, un padre que denunció a su hijo de 14 años por agredirle ve cómo, semanas después, su criatura mata, presuntamente, junto a otros dos menores, a la cuidadora del piso tutelado donde la Justicia lo había internado para intentar reconducirlo. No me gustaría estar en el pellejo de ninguno. Sea cual sea el final de ambos, será tristísimo. Uno tendrá que convivir con el puñal en el alma de que su hijo adorado es un homicida. El otro, con la culpa de haber obligado a su adorada hija a vivir sin desearlo con tal de no dejarla irse. El próximo 19 de marzo es San José, día del padre. Tiene su aquel que los progenitores tengan de patrón a un hombre que no fue el padre biológico de Jesús de Nazaret, pero lo educó y cuidó como si lo fuera. O sea, que hizo lo que pudo. Como casi todos y todas. Porque los hijos lo son de sus padres y sus madres, pero no son suyos. Y lo único seguro es que, de haberlo, el infierno está en la tierra.
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