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TRIBUNA
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La redención silenciada: Erik Menendez y la justicia mediática

Testimonio de una profesora de la cárcel de alta seguridad Richard Donovan en San Diego. El nuevo juicio del mediático caso comienza hoy. “La realidad es más compleja que cualquier documental de Netflix”

Erik Menendez y su abogada, Leslie Abramson, durante el juicio de 1996.
Erik Menendez y su abogada, Leslie Abramson, durante el juicio de 1996.Kim Kulish (Getty Images)

El hombre frente a mí tiene una voz suave. No es lo que esperarías. Su energía, su humor inteligente, su clara lucidez contrastan con la imagen que la televisión ha construido de él durante décadas. Pero en sus ojos encuentras algo más profundo: la mirada de un superviviente. Es una mirada que conocemos bien quienes trabajamos con poblaciones vulnerables. Esa paradójica mezcla de dolor y esperanza que solo pueden poseer quienes han sobrevivido al infierno y han elegido no convertirse en demonios.

En sus ojos brilla un amor por la vida que la mayoría jamás comprenderemos. Es la convicción férrea de quien sabe que cada momento es un regalo, porque ha vivido lo peor y ha sobrevivido para contarlo. Donde otros verían razones para la amargura, Erik Menendez encuentra motivos para la bondad. “La Navidad fue genial”, me dice con una sonrisa genuina. “Organicé mi amigo invisible como cada año. Nadie recibió carbón esta vez”.

1989 marcó el inicio de una historia que América convertiría en espectáculo. Un doble homicidio en el famoso barrio de Beverly Hills en Los Angeles. Dos hermanos. Unos padres muertos. Una mansión. Fortuna familiar. Los ingredientes perfectos para el circo mediático que seguiría. Pero la verdadera tragedia no estaba en los titulares sensacionalistas, sino en las historias de abuso que el sistema judicial se negó a escuchar.

El momento fue crucial. Mientras el caso O.J. Simpson y el fracaso del sistema judicial sacudía Los Ángeles, la fiscalía necesitaba una victoria. La presión política se tradujo en justicia selectiva: el Juez Stanley Weisberg prohibió los testimonios sobre abuso sexual que en el primer juicio habían convencido a suficientes jurados para evitar una condena. La verdad se sacrificó en el altar de la conveniencia política.

Hoy, nueva evidencia emerge. Testimonios de otras víctimas. Cartas que confirman que el abuso era un secreto a voces. Pero estas verdades incómodas no generan el mismo rating que los documentales sensacionalistas. La vida de Erik Menendez se ha convertido en mercancía, su trauma en entretenimiento de sobremesa.

En el corazón de la prisión de alta seguridad Richard Donovan en San Diego, soy una de las profesoras de la Universidad de California que trabaja en un programa que desafía todo lo que creemos saber sobre segundas oportunidades. LIFTED (Elevando Futuros Inspiradores a Través de la Educación), el programa creado por la Profesora Keramet Reiter de la Universidad de California, Irvine, nació de una convicción simple: la educación puede reescribir destinos.

En mi aula, 18 hombres escuchan con una atención que raramente encuentro en el campus universitario. La mayoría recibió cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional (LWOP por sus siglas en inglés) cuando apenas habían cumplido veinte años. Tres o cuatro décadas después, saben que probablemente morirán entre estos muros. Y sin embargo, aquí están, persiguiendo un título universitario con una determinación que desafía toda lógica.

“Caballeros”, les digo, “el conocimiento es la única libertad verdadera”. Sus miradas me confirman que entienden la profundidad de estas palabras mejor que cualquiera. En sus ojos veo historias que la mayoría preferiría no imaginar, pero también veo algo más: el despertar de identidades largo tiempo sepultadas bajo el peso de etiquetas impuestas. Los libros y el estudio los transportan más allá de los muros, permitiéndoles reclamar la humanidad que la sociedad les negó.

No pregunto por sus pasados. No lo hago con mis estudiantes en el campus, ¿por qué habría de hacerlo aquí? Pero el mundo exterior insiste. “¿Erik Menendez está en tu clase?”, preguntan, como si décadas de true crime les hubieran dado derecho a reclamar su historia. Como si conocieran al hombre detrás del mito mediático. Como si los otros 17 estudiantes no existieran.

La realidad es más compleja que cualquier documental de televisión. En una era donde los políticos compiten por parecer “duros contra el crimen”, la justicia se reduce a un cálculo de relaciones públicas. El caso Menendez ejemplifica esta perversión: su rehabilitación, innegable y profunda, debe competir con la reproducción infinita de sus peores momentos en un bucle constante de streaming telivisivo y mediático.

Otros elementos importantes de la historia son ignorados. La ciencia moderna comprende mejor el impacto del trauma infantil en el desarrollo cerebral. Sabemos cómo el abuso acrecienta el miedo incontrolado y distorsiona la capacidad de decisión. Pero estas verdades científicas se pierden en el ruido de narrativas simplistas. Más de treinta años de prisión no parecen suficientes para un público adicto al espectáculo del dolor ajeno en este mercado global del dolor.

Nos hemos convertido en un coliseo digital donde el perdón se mide en likes y la redención depende del algoritmo. El futuro de Erik no debería depender de tendencias en redes sociales o del miedo de un funcionario a la reacción pública. Debería basarse en hechos: su rehabilitación, su crecimiento, su capacidad de ser un miembro de la sociedad. “Es mi meta ayudar a este compañero” me cuenta Erik. Sonrío en silencio, humilde frente alguien que mantiene su atención en el bienestar de los demás, incluso con su propio destino pendiendo de un hilo.

El caso de Erik Menendez es simple en su complejidad: un hombre que debe vivir eternamente con sus recuerdos de abusos, con el peso de su crimen y con el trauma que le ha tenido despierto tantas noches de azul oscuro y que le acompañará por el resto de su vida, pero que ha pagado su deuda con la sociedad. Si queda algún vestigio de justicia verdadera en nuestra sociedad, el momento de defenderla es ahora. No por el Erik Menendez de los documentales, sino por el hombre de voz suave que organiza el amigo invisible, trae esperanza a otros presos y guía a supervivientes de abusos sexuales para encontrar perdón y paz. Por el estudiante que transforma su celda en un aula de conocimiento. Por el ser que, ante el abismo del rencor, eligió tender puentes de bondad. Por recordarnos que la redención no es solo posible, sino indispensable para sanar nuestras propias heridas como sociedad y crear la posibilidad de un futuro mejor.

John Stuart Mill dijo en 1867, “Que nadie tranquilice su conciencia con la ilusión de que no puede hacer daño si no toma parte”. Aquellos alrededor de los hermanos Menendez cuando eran niños, sabían que había abuso. Y eligieron callar. Hoy tienen la oportunidad de no fallarle al individuo que se ha convertido en símbolo vivo de la capacidad del espíritu para perdonar y sobrevivir. “Pase lo que pase, estaré agradecido por el viaje hacia el país desconocido que nos espera a todos” me dice Erik. Después de meses juntos, su sentido de la compasión y la esperanza me sigue asombrando. En él reside esa luz inextinguible que demuestra que, incluso en la más profunda oscuridad, el alma humana puede mantener su brillo intacto.

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