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Columna
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Qué pasó dónde y cuándo

Nuestra experiencia personal consiste casi por entero en formar memorias, no en memorizar cosas

Sistema de neuronas.
Sistema de neuronas.Viaframe (Getty Images)
Javier Sampedro

Formar una memoria consiste en archivar qué pasó dónde y cuándo. Si añadiéramos cómo y por qué nos saldrían las cinco preguntas clásicas del periodismo, las que idealmente debe responder un buen artículo. Pero cómo y por qué son dos cuestiones especialmente difíciles de abordar, tanto en periodismo como en neurología, así que vamos a conformarnos de momento con examinar las tres primeras, que tampoco resultan nada fáciles, si te paras a pensarlo.

El concepto de memoria resulta antipático porque solemos asociarlo a cosas horribles como grabar en nuestra fatigada mente la lista de los reyes godos, los ríos de la península Ibérica o el catálogo de artículos del Código Penal, pero las cuestiones realmente interesantes no tienen nada que ver con eso. Nuestra experiencia personal consiste casi por entero en formar memorias. No en memorizar cosas, sino en formar memorias de manera inconsciente, desde las más ramplonas —cómo volver a casa— hasta las más incorpóreas, como la diferencia entre la lealtad y la servidumbre, o la profunda unidad entre el espacio y el tiempo. Aprender a montar en bici o a tocar el piano implican también formar memorias, pero de un tipo muy distinto que consiste en automatizar secuencias de movimientos y que no nos interesa ahora. Aquí hablamos de “memorias episódicas”, que se refieren justo a lo que dice el título: qué pasó dónde y cuándo.

Seguro que sabes que el cerebro muestra una regionalización chocante, y la formación de memorias episódicas no escapa a esa norma general: ocurre un poco por encima de tus orejas (lóbulo medial temporal en la jerga, o MTL en sus siglas universales). Esto es en sí mismo una paradoja, porque lo que memorizamos son percepciones sobre el mundo que no están ahí en absoluto. Lo que está pasando, dónde y cuándo nos entra por los sentidos y se procesa en las áreas sensoriales del cerebro. Por ejemplo, la información visual se gestiona en la parte posterior del córtex, la zona del cerebro más cercana a la nuca. Lo que pasa es que no se memoriza ahí, sino en el ya mencionado MTL, por encima de las orejas.

Entonces, ¿cómo viaja esa información desde la nuca donde se percibe hasta el MTL donde se graba? ¿Y qué es lo que viaja exactamente? No viaja todo lo percibido, desde luego, porque eso es una jungla inmanejable y mayormente inútil. Y peor aún, cuando recuperamos una memoria del MTL, es decir, cuando recordamos algo, ¿cómo el concepto grabado en el MTL viaja de vuelta a la nuca para excitar los circuitos del color y de la forma, de la luz y el movimiento, que se activaron antaño durante la experiencia real y que ahora deben reactivarse sin que ocurra nada en el mundo exterior? No son preguntas filosóficas, sino neurológicas. Si nos parecen filosóficas es solo porque no conocemos aún las respuestas (vale, esa iba con mala leche, pero nunca te cabrees en sábado).

Para averiguar qué, dónde y cuándo, un periodista debe a menudo dirigirse a tres sitios distintos, o a tres fuentes distintas. En el cerebro, sin embargo, las tres respuestas se encuentran en el mismo sitio, un poco por encima de las orejas. Hay neuronas allí que codifican el dónde, y hay otras que codifican el cuándo, y otras que codifican la relación entre el dónde y el cuándo. Como si estuvieran dando la razón a Einstein, todas estas neuronas funcionan igual, como sabiendo que el tiempo es la cuarta dimensión del espacio.

Y más chocante aún es la codificación neuronal del qué. Hay neuronas en el MTL que representan conceptos semánticos. Una neurona famosa en el mundillo es la “célula Jennifer Aniston”, que se dispara cuando ves la cara de esa actriz, ya sea de frente, de perfil, de medio escorzo o incluso cuando oyes su nombre. Piensa sobre ello.

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