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COLUMNA
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Abrocharse la chaqueta

Al novio de Ayuso se le ve entrar en un juzgado siempre con el gesto de intentar meter el botón en el ojal. Cuando lo consiga, imagino que se acabará esta estúpida pelea de gallos

Alberto González Amador, a su llegada al Tribunal Superior de Justicia de Madrid el pasado 23 de octubre.
Alberto González Amador, a su llegada al Tribunal Superior de Justicia de Madrid el pasado 23 de octubre.Álvaro García

Este enredo judicial interminable de bulos y fiscales que se trae la presidencia de la Comunidad de Madrid se acabará cuando el novio de la señora Ayuso logre por fin abrocharse la chaqueta. Una y otra vez a este señor se le ve entrar en un juzgado siempre con el mismo gesto de llevarse las manos a la tripa, tratando de meter el botón en el ojal correspondiente. El día en que lo consiga imagino que se dará por terminada esta estúpida pelea de gallos que se traen la presidencia del Gobierno y la Comunidad de Madrid en la que, según parece, un presunto delincuente amenaza a un fiscal con llevárselo por delante y no al revés. Este espectáculo no deja de ser divertido, y los líderes de opinión, contertulios y comentaristas, no paran de estirar el chicle. Mientras el novio de la señora Ayuso logra o no su empeño de que las perdices manden sobre las escopetas, fuera de este laberinto judicial, el ciudadano se ve obligado a atender a catástrofes más serias. En la guerra de Gaza se puede venir abajo un inestable alto el fuego, tal vez porque el ejército israelita, ahíto de sangre, no ha conseguido todavía saciar con ella la sed de venganza, que ya ha producido más de 46.000 muertos, con mujeres y niños. Por otra parte, al cambio climático se ha unido ahora la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump, cuyo cerebro está a merced de todas las borrascas políticas imaginables. Los cataclismos de la naturaleza cada vez más intensos y consecutivos no son nada con lo que puede suceder si el carácter tormentoso de Donald Trump, en el papel de búfalo, y el de Elon Musk, como payaso loco, chocan a la hora de sentarse en la taza del retrete de oro macizo. Finalmente, Hollywood sigue bajo el fuego. No son efectos especiales. Se trata de una inmensa hoguera en la que arden también nuestros sueños, sin que John Ford pueda levantar de sus tumbas a Gary Cooper y a John Wayne para apagarla. Y si con todo esto el mundo salta en pedazos, el novio de Ayuso no va a necesitar abrocharse la chaqueta.

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