Tecnopopulismo contra democracia: el momento decisivo de Europa
La UE debe dar una respuesta decidida a los oligarcas digitales y los políticos ultras que desprecian sin reparos el Estado de derecho
En este comienzo de 2025, Europa se encuentra en la encrucijada de una batalla decisiva, no solo por la soberanía tecnológica, sino por la propia supervivencia de la democracia. Nos lo estamos jugando todo. Con el pretexto de defender la libertad de expresión y las libertades en general, una alianza de ...
En este comienzo de 2025, Europa se encuentra en la encrucijada de una batalla decisiva, no solo por la soberanía tecnológica, sino por la propia supervivencia de la democracia. Nos lo estamos jugando todo. Con el pretexto de defender la libertad de expresión y las libertades en general, una alianza de oligarcas tecnológicos y líderes populistas está desmantelando de forma sistemática las instituciones democráticas y socavando el Estado de derecho. Acusan a estas instituciones de ser símbolos de censura, burocracia y extorsión, al mismo tiempo que llevan a cabo un asalto deliberado y oculto a los cimientos de la democracia. Y Europa se ha convertido en su campo de batalla.
X (antes Twitter), la red de Elon Musk, es hoy una plataforma que amplifica el populismo de extrema derecha y la desinformación, mientras que Meta, de Mark Zuckerberg, ha anunciado que no va a seguir moderando los contenidos, lo que contraviene descaradamente la Ley de Servicios Digitales (DSA, por sus siglas en inglés) europea. El Gobierno francés ha expresado su inquietud por la decisión de la empresa de reducir la verificación de datos y ha advertido de que la libertad de expresión no es lo mismo que la libertad de difusión. Estas medidas encajan con las prioridades generales de Donald Trump, cuyo regreso a la política mundial anuncia la intensificación de los conflictos comerciales, una retórica desestabilizadora y una campaña estratégica para resquebrajar la unidad de Europa.
Si no caracterizamos esta pelea como lo que es —un combate existencial contra una agenda tecnopopulista y reaccionaria de extrema derecha—, correremos el riesgo de que Europa acabe arrasada por una nueva ola de autoritarismo nacida del poder sin límites de los magnates tecnológicos. Esta corriente es un nuevo resurgir de la política característica de Trump, que consiste en utilizar la desinformación como arma, dar un altavoz a las voces extremistas y corroer el tejido democrático de las sociedades.
Las propuestas de Trump —anexionarse Canadá, “liberar” el Reino Unido, comprar Groenlandia y cambiar el nombre del golfo de México a golfo de América— pueden parecer absurdas, pero forman parte de una estrategia deliberada de desestabilización. Sus amenazas de guerra arancelaria están dirigidas específicamente a las economías europeas que viven de las exportaciones, en especial Alemania, mientras que ofrece concesiones selectivas para sacar partido de las divisiones dentro de la UE. Es una estrategia clásica de “divide y vencerás” que Europa no puede permitirse menospreciar.
Alice Weidel, líder de la ultraderechista AfD alemana, es un ejemplo de cómo se manipula esta batalla, cuando acusa a la UE de emplear la burocracia para censurar las redes sociales e inculcar “el espíritu de la no-libertad”. Su retórica instrumentaliza los ideales libertarios para desautorizar las salvaguardias democráticas de Europa y está en consonancia con los intereses de los oligarcas tecnológicos y los movimientos populistas. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, resumió hace poco la gravedad de este momento: “Debemos trabajar activamente para defender la democracia ante el avance de la oligarquía y el fascismo”. Sus palabras resuenan en toda Europa, ahora que el continente tiene que plantarse frente a unos agentes externos que aprovechan las dependencias tecnológicas para debilitar la capacidad de resistencia democrática.
Cuando figuras como Musk, Zuckerberg, Weidel y Trump desprecian sin reparos las normas y el Estado de derecho, Europa debe dar una respuesta decidida. Hay que reforzar las instituciones democráticas y dejar claro que la aplicación de la DSA y de la Ley de Mercados Digitales (DMA, por sus siglas en inglés) no es negociable. Pero la regulación, por sí sola, no basta. Europa debe resolver el problema de su dependencia de agentes externos y para ello debe construir los cimientos de su soberanía económica, tecnológica y democrática.
La necesidad europea de proveedores tecnológicos externos acarrea graves riesgos. Más del 80% de las tecnologías digitales europeas son importadas. La hegemonía de Musk en las comunicaciones por satélite con su empresa SpaceX, que maneja más de 7.000 satélites, crea una dependencia peligrosa. Un ejemplo son las recientes negociaciones entre la primera ministra ultraderechista de Italia, Giorgia Meloni, y Musk sobre el despliegue de comunicaciones encriptadas por satélite, que daría a SpaceX el control de unas infraestructuras críticas de seguridad nacional en Europa. Una prueba más de esa dependencia es el plan de Italia de probar Starlink para tener internet de alta velocidad.
Otro elemento que ha dejado clara la vulnerabilidad de Europa son los daños sufridos recientemente por una serie de cables submarinos. En diciembre de 2024, según las denuncias, el petrolero ruso Eagle S averió el cable eléctrico Estlink 2 y las líneas de telecomunicaciones entre Finlandia y Estonia. Varias semanas antes, en una presunta maniobra de sabotaje, se habían cortado dos cables que atraviesan el mar Báltico cerca de Suecia y Finlandia. Estos incidentes muestran que la dependencia en materia de infraestructuras puede acabar siendo un lastre estratégico que pone en peligro la seguridad y la democracia europeas.
La combinación de las políticas comerciales de Trump, las tácticas disruptivas de Musk y el rechazo de Zuckerberg a las regulaciones europeas subraya todavía más hasta qué punto es urgente que Europa consiga la independencia tecnológica. Las redes sociales como X se han convertido en herramientas de manipulación y polarización. La transformación que ha llevado a cabo Musk en X para convertirla en un canal populista de extrema derecha ha hecho ya que varios medios de comunicación importantes, entre ellos The Guardian, abandonen la plataforma. En cambio, otras alternativas descentralizadas como Bluesky, basadas en el Protocolo de Transferencia Autenticada (AT), ofrecen un modelo más prometedor. Estas redes, con su control descentralizado, garantizan que ninguna entidad pueda dominar ni censurar contenidos y, por tanto, promueven un ecosistema digital más responsable y democrático. Europa debería inspirarse en estos modelos para desarrollar una red social propia, digital, federada y de utilidad pública; una plataforma capaz de restablecer la confianza en los espacios digitales, contrarrestar la desinformación y reforzar el discurso pluralista y democrático.
Tal como ha propuesto Mario Draghi, Europa debe comprometerse a poner en marcha inversiones audaces y una estrategia industrial de futuro que integre la política comercial con la innovación digital. Eso implica la construcción de unas infraestructuras tecnológicas sólidas que abarquen desde los satélites y los semiconductores hasta los servicios informáticos en la nube, una inteligencia artificial soberana y el euro digital. Lo que yo denomino EuroStack es la columna vertebral de la sociedad moderna, una infraestructura cuyo control resulta esencial para defenderla de injerencias extranjeras, proteger la autonomía nacional, garantizar la competitividad industrial y salvaguardar la democracia.
La soberanía tecnológica no es una ambición abstracta: es la piedra angular de la defensa y la democracia europeas. La red de satélites IRIS², que es la alternativa de la Agencia Espacial Europea a Starlink, demuestra que Europa puede desarrollar comunicaciones seguras, independientes y encriptadas para contrarrestar el control externo. Las iniciativas como la Ley Europea de Chips, Gaia-X y las redes de computación de alto rendimiento (HPC), incluido el Barcelona Supercomputing Center, sientan unas bases sólidas. Sin embargo, para que salgan adelante hace falta más coordinación, financiación y ambición. Además, Europa debe reforzar las cadenas de suministro y aumentar la producción nacional en sectores críticos como las tecnologías limpias, la robótica y la fabricación avanzada. Es crucial que la UE tenga un mercado unificado de defensa y seguridad para ampliar estas tecnologías tan importantes sin dejar de respetar las normas éticas.
Lo que está en juego es incalculable. La injerencia de Musk en las elecciones alemanas y las guerras comerciales de Trump ponen en evidencia lo unidas que están la fragilidad económica y la inestabilidad política. La dependencia tecnológica de Europa es una vulnerabilidad que no puede seguir ignorando.
Sin embargo, este momento de crisis es también una oportunidad para que Europa actúe con decisión. Si se compromete a sacar adelante el EuroStack y refuerza las instituciones democráticas, Europa puede dar la vuelta a la situación. Tiene que estar a la altura de las circunstancias o se convertirá en el observador pasivo de un mundo condicionado por otros. Las decisiones que se tomen hoy definirán la Europa del mañana.
¿Seguirá siendo Europa una colonia tecnológica o sabrá ser una superpotencia independiente y democrática? La decisión depende de nosotros.
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