La política
Está cansada. Cada vez que navega por el móvil todo el mundo habla de corrupción, amigos, padres, hijos, hermanos
La palabra Política se levantó tarde. Los malentendidos de la noche se le habían metido en el estómago, igual que los callos a la madrileña. Dos amigos peleándose en un restaurante, tú más que yo, no, no soy como tú, acaban por corromper cualquier conversación. La palabra Política cierra los ojos y se regaña a sí misma. Mejor buscar otro verbo, nunca más corromper. Está cansada. Cada vez que navega por el móvil todo el mundo habla de corrupción, amigos, padres, hijos, hermanos. Mejor evitar la pena, sobreponerse y abrir la ducha.
Bienvenida el agua. La piel de sus sílabas, po-lí-ti-ca, celebra la vida que cae por los hombros y el pecho. Así recupera el ánimo. Mientras se seca el pelo, la Política decide animarse, reconquistar la alegría. Necesita una cena de Nochebuena para reunir sin miedo a la gente que quiere. No está dispuesta a que las mentiras amarguen los abrazos de siempre, llenos de lealtades, cariño y buenos recuerdos. Mientras toma el primer café, marca el número de su hermana. Sí, es verdad, responde la hermana. Bajo un número de teléfono bailaban antes los besos y los cumpleaños. Pero esto del wasap resulta un campo minado. Aunque sé que tú eres decente, la mala fama cae sobre quien se acerca a ti. Prefiero no cenar este año contigo.
La palabra Política se queda helada. Decide no renunciar y llama a su hijo. El niño se llevaba mal con el padre, muy autoritario, pero siempre agradeció que ella respetara su libertad. Por eso le duele tanto una respuesta inesperada. Mira, mamá, estoy cansado de promesas, nunca se cumplen. Echo de menos a papá, regañaba mucho, pero uno sabía a qué atenerse. Mejor eso que la libertad de dejarlo todo y no hacer nada. Ya está bien, prefiero ir por mi cuenta. La palabra Política enmudece, consciente de su soledad. Ni siquiera podrá cenar con la portera. El vecino del ático la despidió porque no quería pagarle el sueldo. Ella no supo impedirlo.
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