_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La guerra al desnudo

Mathias Enard se introduce en ‘Desertar’ en la cabeza, el alma, los huesos, los músculos y las entrañas de un hombre, una mujer y un asno que padecen la furia, el miedo y la destrucción

El escritor Mathias Enard, en Barcelona en 2020.
El escritor Mathias Enard, en Barcelona en 2020.Albert Garcia
José Andrés Rojo

La guerra tiene muchas capas y la que sobre todo sale a la luz es la que tiene que ver con la propaganda. Es la que transmite que las guerras se libran por algo, la que subraya la grandeza de nuestros ideales frente a los del otro, la que avisa de los peligros que están por venir si triunfa el enemigo, la que celebra el patriotismo. Luego hay otra capa, la de los gestores, en la que operan los que prepararan la intendencia de los ataques, los que engrasan la maquinaria de los discursos para justificarlos, están ahí los que fabrican las armas, los que facilitan una red de corruptelas que alimenta la avaricia de los que sacan partido del desorden, los que mueven los papeles de la diplomacia y redactan las órdenes de alistamiento, etcétera. Se podría rascar un poco más hasta dar con los obreros de la destrucción, los autómatas que actúan en cuanto se les presiona el resorte del fanatismo, los gimnastas de la violencia, los entusiastas que (literalmente) se apuntan a un bombardeo. Y, ya al final, queda la guerra al desnudo y están los que simplemente la padecen, aquellos a los que se les cae el techo encima, a los que les “estalla una explosión formidable que los lanza hacia atrás”. Como un relámpago caído desde las alturas y enviado por un dios inclemente que carece de toda piedad. Y es ahí donde se ha metido Mathias Enard en su última novela, Desertar (Random House), en la cabeza y el corazón y los huesos y los músculos y las entrañas de los que han sido azotados por la furia de la destrucción y en la que, sí, también pueden haber participado.

Es por lo menos el caso de ese combatiente al que “las botas le apestan a mierda” y que un día ya no puede más y se va. Es un desertor, escapa de “la peste, el odio y la noche”, esa noche que lo envuelve para echarlo en manos de “la cobardía y la traición”. Su vida no vale nada. Sabe lo que ha ocurrido, “él ya dio ese tiro de gracia a otros cuerpos perfectamente vivos que no se sabían muertos, los ojos vendados, cuerpos que caían opacos y pesados en una fosa”. Camina obstinadamente hacia una casa en medio de la montaña a la que acudía en su infancia para, desde ahí, dar el salto hacia la frontera, hacia la paz, hacia otra vida. Y, de pronto, aparecen ahí una mujer con un asno que también huyen de la barbarie, son las víctimas que la sufren en estado puro.

Enard ha tenido la audacia de meterse entre los pliegues del miedo y del dolor y del odio, y también en esa rara migaja de esperanza que todavía queda para seguir adelante y, tras tomar la medida de ese inmenso desamparo y desolación, lo describe con la precisión de un anatomista. Al mismo tiempo, y de manera paralela, su novela cuenta la historia del siglo XX a través de la vida de un matemático que estuvo preso en el campo de concentración nazi de Buchenwald y que se identificó a fondo con el proyecto comunista. El horror de la guerra en su mayor desnudez y la sofisticada elaboración de los teoremas matemáticos y de los argumentos de las construcciones ideológicas.

Contaba hace unos días en este periódico Cristian Segura, el enviado especial a Ucrania, que cada vez faltan más soldados en el ejército de Zelenski, y recogía el testimonio de un oficial que hablaba de un combatiente de primera línea que “hace unos días se marchó, sin más”. Gracias a Enard es posible entrar dentro de sus tormentos. Y, en medio de ese círculo diabólico de impotencia en el que vagamos todos, dar un golpe en la mesa y gritar, ¡carajo!, que termine de una vez tanta destrucción.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_