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COLUMNA
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Techos libres

Los problemas para tener una vivienda asequible no son un destino fatal ni un fenómeno natural

Un momento de la manifestación por el derecho a la vivienda, el día 13 en Madrid.
Un momento de la manifestación por el derecho a la vivienda, el día 13 en Madrid.Chema Moya (EFE)
Najat El Hachmi

Pude pagar las tres mensualidades de depósito del primer piso en el que viví sola con el anticipo de mi primer libro hace exactamente 20 años. No sin pasar, claro está, por el interrogatorio del arrendador que, entre otras cosas, me soltó: “Ya sabes cómo sois vosotros”. “Nosotros”, no me hizo falta preguntarlo, éramos los moros que, añadió el hombre, “alquila uno y luego os metéis 20”. Veinte no, pero al cabo de unos meses, con un contrato temporal a tiempo parcial de mediadora y otros trabajillos complementarios, me di cuenta de que no llegaba para mantenerme a mí y a mi hijo. Así que lo puse a dormir en mi cuarto conmigo para alquilar la otra habitación a una estudiante.

Pasamos años así, siendo una microfamilia viviendo con desconocidos (todos muy majos, la verdad, en esto tuvimos suerte). Asistimos entonces a una manifestación multitudinaria en Barcelona. El lema era: “No tendrás una casa en tu puta vida”. Algunos amigos que vivían en la ciudad empezaron a sufrir el acoso de un incipiente mobbing inmobiliario: si dejabas de pagar el alquiler un par de meses, recibías orden de desahucio. Y algunos propietarios rechazaban a propósito el ingreso porque ya estábamos en pleno proceso de gentrificación y con algo de pladur, una mano de pintura y unos muebles de Ikea podían convertir los viejos pisos del Gótico o el Raval en coquetos apartamentos para extranjeros cobrando mucho más de lo que se les cobraba a los estudiantes.

No teníamos tiempo para leer en los periódicos los distintos cambios legislativos que iban aprobando los sucesivos gobiernos tanto de derechas como de izquierdas, pero notábamos los efectos de la liberalización en nuestras carnes. Ningún partido parece haberse opuesto a ella de forma contundente y la derecha se ha felicitado por haber acabado con el “intervencionismo” que, decían, lastraba el mercado. La construcción de vivienda social es algo que ha brillado por su escasez o su ausencia. En la época de la que hablo, a la mínima que nos enterábamos de que había una nueva promoción, jóvenes, personas mayores, madres solas, discapacitados y familias numerosas presentábamos nuestras gruesas carpetas de papeles para demostrar que merecíamos la paz de una vivienda que pudiéramos pagar con nuestros sueldos. Aquello parecían los juegos del hambre.

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Los problemas para tener un techo seguro y asequible no son un destino fatal ni un fenómeno natural; son el producto de unas políticas liberales muy concretas que han dado vía libre a los especuladores. La única solución es revertirlas con decisión y valentía.

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