Sean valientes, vean la película de Nevenka
Icíar Bollaín retrata a la concejal de Ponferrada, pero también a los colaboradores necesarios del acoso
Hace ya un par de semanas que vi la película de Icíar Bollaín sobre Nevenka Fernández y no me la puedo quitar de la cabeza. No porque no conociera la historia; de hecho, en mayo de 2002 viajé a Ponferrada (León) para contar la historia de aquella concejal del PP que a sus 26 años había tenido el arrojo de denunciar por acoso sexual a su jefe y alcalde, Ismael Álvarez, quien por entonces tenía 52 años y una dilatada carrera política —11 años de concejal, tres de senador, siete de alcalde— y también personal…
—¿Sabe usted cuál es aquí la bebida de moda?
—Dígame.
—Un ismael. Cacique con coca.
La mayoría de los vecinos, siempre en voz baja, sabían de la catadura de su alcalde, pero cuando llegó la hora de la verdad —¿de qué lado estar, de la maltratada indefensa o del poderoso maltratador?—, a ella le tocó la sospecha y el destierro. Más tarde, durante el juicio en Burgos, todavía tuvo que contemplar Nevenka de qué forma tan rastrera quienes habían sido sus compañeros en el Ayuntamiento se volvían en su contra. Ya se sabe, como decía el escritor Tomás Eloy Martínez, que a veces “la peor corrupción es la del espíritu de partido”. Todo eso está en la película de Bollaín, cada detalle, cada declaración de unos y de otros, el sufrimiento de ella, los esfuerzos de él por evitar la denuncia, la miseria cobarde y cómplice y también, menos mal, la mano que ayuda y que salva. Pero no es eso lo que no se me va de la cabeza.
Lo que creo que no solo a mí, sino a todos los hombres que estábamos aquella tarde en el cine nos dejó pegados a la butaca fue el retrato que Bollaín hace de los hombres que, con un papel u otro, aparecemos en el reparto. Está el abusador que utiliza su posición de poder, pero también el que le ríe las gracias y le jalea, el que tal vez no está de acuerdo pero mira para otro lado, y hasta el familiar que —pensando más en el qué dirán que en el dolor y la dignidad de la víctima— le aconseja que lo deje pasar; y hasta el señor fiscal que se olvidó de que el acusado era el alcalde y no la concejal… La película se llama Soy Nevenka, pero también podría haberse llamado Anatomía del acoso. Se proyecta en los cines —esperemos que tarde en caerse de la cartelera—, pero también podría debería ser exhibida en institutos y universidades, en fábricas y oficinas, no digamos en algunos medios de comunicación. En las redes sociales podrán ver la cobertura infame que hizo Ana Rosa Quintana.
Papelón de Ana Rosa Quintana, Alfredo Urdaci y María Teresa Campos cubriendo el caso de acoso sexual a Nevenka Fernández.
— IamRGR (@IamRGR1) October 6, 2024
Icíar Bollaín recuerda varias perlas: pic.twitter.com/C2r51pFJeZ
Han pasado 20 años, dirán algunos, las cosas han cambiado. Puede ser, pero las estadísticas no dicen eso. Cuatro años después del juicio que condenó al alcalde de Ponferrada, fui a un pueblo de Sevilla donde un hombre había agarrado una escopeta de cañones recortados para asesinar a su mujer y a su hija, embarazada de tres meses. Unas horas después del crimen, los hijos varones del asesino —de edades comprendidas entre los 38 y los 20 años— relataron los detalles del horror que había vivido su madre desde que, todavía siendo niña, conoció a su padre. Aquel reportaje hablaba del círculo del miedo que un maltratador suele construir a su alrededor. José Ignacio Paz Ruiz, un psicólogo del Instituto Andaluz de la Mujer, me explicó que, pese a la multitud de mujeres que mueren, el maltrato sigue siendo un gran desconocido: “La gente solo ve la agresión, la violencia, y dice la típica frase ‘yo no aguantaba’ o ‘a mí no me podía pasar eso’. Lo que la mayoría no sabe —o no quiere saber— es que no suele haber violencia física si antes no la ha habido psíquica. Hay un recorrido previo de daño, de humillación, de un destrozo psicológico brutal”.
Todo eso se ve en la película. Sean valientes, vayan a verla. La mirilla se convierte en espejo.
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