_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Díaz Ayuso sube al autobús 47

Desde el inicio de este curso, Cataluña ha sido el argumento utilizado por la presidenta madrileña para construir su discurso sobre España

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, este viernes, en la Asamblea madrileña.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, este viernes, en la Asamblea madrileña.J.P. Gandul (EFE)
Jordi Amat

“Una gran ovación”. Así fue agasajada la presidenta de la Comunidad de Madrid tras su discurso en el Círculo Ecuestre de Barcelona. Fue hace año y medio. Era la típica reunión que organiza este selecto cenáculo, pocas veces una convocatoria del club ha tenido tanto éxito. 200 comensales con sus apellidos bien conocidos por ser parte de la burguesía de la ciudad. En esa ocasión no hubo suficiente espacio en la sala principal y a algunos de los asistentes (traje y corbata obligatorios) les tocó ver a Isabel Díaz Ayuso a través de una pantalla de televisión en otro comedor. Naturalmente, además de la cuota que pagan como socios, también habían pagado por estar allí (cuando tengamos el concierto, ojito, todo será gratis total y ataremos perros con longanizas). A Díaz Ayuso la presentó Albert Boadella y el hombre de teatro, provocando a conciencia, acabó su alocución anunciando que pronunciaría dos palabras muy queridas para él y para la presidenta madrileña: “¡Viva España!”. Algunos de los presentes gritaron viva.

El discurso principal elaboró la doctrina de Ayuso sobre la libertad. Para finalizar el acto, el presidente de la entidad leyó algunos de los tarjetones con preguntas y comentarios redactados mientras ella iba desarrollando su exposición. Uno de los más reiterados, según dijo Enrique Lacalle, era esta petición: “que traslades tu domicilio a Barcelona”, sonrisas cómplices de los congregados, “y nos devuelvas algo de normalidad política”. Tal vez al referirse a la normalidad pensaban en la bajada de impuestos, algo a lo que sin duda eran sensibles quienes estaban allí porque viven en la comunidad autónoma con la fiscalidad más alta del país. Nada que no sepa incluso este redactor. Cada año, cuando mi gestor me prepara la declaración de la renta, me especifica cuánto me ahorraría si estuviese domiciliado en Madrid.

Desde el inicio de este curso, Cataluña ha sido el argumento utilizado por Díaz Ayuso para construir su discurso sobre España. Ha demostrado tener interiorizado la peor cara de un nacionalismo que, desde hace algo más de un siglo, identifica Cataluña con una burguesía obsesionada por el dinero y por oposición a quienes protegen una nación por patriotismo. Empezó a diseminar pistas de la actualización de ese discurso antagonizador en la entrevista que concedió a Carmen Morodo al advertir del nuevo golpe en marcha desde la investidura de Salvador Illa: “la pela es la pela”. Más adelante, atenta a los fallos del rival, aprovechó para vacilar: el plan de Sánchez es que los consellers puedan comprarse un Lamborghini. En su intervención en el debate sobre el estado de la región recurrió de nuevo a la figura pérfida de “la burguesía nacionalista catalana” acusándola de “madrileñofobia”, cuando, paradójicamente, es el sector que más la valora en Cataluña. Pero donde logró simplificar al máximo fue en la entrevista con Federico Jiménez Losantos. La doctora en historia Díaz Ayuso, consciente que todo nacionalismo cohesiona a través del enemigo interno, defendió la siguiente tesis: “si lo que quieren es que el resto de España seamos su mano de obra como ha ocurrido siempre, esa manera burguesa y presuntuosa para creerse más que nadie”. Nada avala esa simplificación más allá del prejuicio. En tiempos de la Cataluña desarrollista se construyó una red de obreros que conquistaron derechos sociales y laborales para todo el país, al margen de la procedencia de unos o de otros. Es la gran epopeya española de la segunda mitad del XX. La presidenta puede verlo en El 47, una película sobre la lucha vecinal por un autobús público. Se acaba de estrenar.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_