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Columna
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Que voten los jóvenes para evitar la gerontocracia

No solo es perfectamente razonable que un chaval de 16 años pueda participar en política, también es necesario para contrarrestar el peso de los tramos altos de la pirámide poblacional

Elecciones en la UE
Dos personas mayores votan en un colegio de Madrid en las elecciones europeas.Claudio Álvarez
Sergio del Molino

Todo el mundo habla de los jóvenes, pero pocos los han visto. En este proyecto de geriátrico llamado Europa, la juventud será pronto un exotismo, pura mitología. La gente dirá “he visto a un joven” como antes juraban ver licántropos, cuélebres, hadas y elfos. Correrán historias de tiempos antiguos en que las manadas de jóvenes galopaban libres por las calles de París levantando adoquines, y casi nadie se lo creerá. Aún no hemos llegado a eso, pero los jóvenes empiezan a ser huidizos: criaturas extrañas que bailan en TikTok y lloran cuando Taylor Swift les hace el símbolo del corazón.

No es extraño que muchos viejos se estremezcan ante la idea de que esos seres incomprensibles puedan votar. Sumar ha presentado una proposición no de ley para que se acometa una reforma de la ley orgánica electoral que adelante la edad de ejercicio del sufragio activo a los 16. La cosa, aprobada con apoyo del PSOE, ha pasado medio inadvertida entre tanto episodio de Mortadelo y Puigdemont, pero promete ser uno de los espectáculos políticos del curso que viene. La bancada del PP y de Vox ya se ha puesto a gruñir que no. Se entiende la oposición popular. La de Vox, no, pues tiene muchas simpatías entre los varones jóvenes y saldría beneficiado.

Que los jóvenes son tarugos sin ideas políticas será un argumento que muchos aplaudirán, pero de tarugos sin ideas políticas está Europa llena, y nadie les niega el derecho a votar monstruosidades. Un chaval de 16 años en España ya puede trabajar, puede emanciparse, tiene una autonomía notable para decidir sobre muchas cuestiones y puede exigírsele alguna responsabilidad penal desde los 14. No solo es perfectamente razonable que pueda participar políticamente en los asuntos de una nación que tanto le exige, también es necesario para contrarrestar el peso insoportable de los tramos altos de la pirámide poblacional. Si no ampliamos el censo electoral por abajo, España y Europa se convertirán en gerontocracias, y la democracia representativa no recuperará jamás su prestigio ni su vigor.

En un censo dominado por viejos, serán los problemas de los viejos los que marquen la agenda, como de hecho ya sucede: las pensiones reciben más atención que los salarios. Así, ¿cómo van a sentir los jóvenes que participan en el presente y construyen el futuro? Y en términos globales, ¿cómo va a afrontar los debates existenciales un sistema político conservador, asustadizo y despreocupado de un mañana que no va a vivir? Antes de que los jóvenes se conviertan en criaturas mitológicas, urge incorporarlos a la república. Cuanto antes. Mañana ya es tarde.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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