Estallido xenófobo en Reino Unido
La crisis de violencia contra los inmigrantes azuzada por las redes en varias ciudades británicas revela problemas de fondo
Un horrendo crimen perpetrado la semana pasada en la localidad costera de Southport, al norte de Inglaterra, en el que murieron apuñaladas tres niñas de entre seis y nueve años y resultaron heridas otras 10 personas (ocho de ellas niños) ha sido la excusa para provocar un estallido de violencia de extrema derecha que supone la primera gran crisis del Gobierno laborista de Keir Starmer. Los disturbios se han prolongado durante una semana con el mismo patrón: en ciudades del norte de Inglaterra —que fueron las más favorables a la salida de la Unión Europea en el referéndum de 2017— los manifestantes, convocados por redes sociales, buscan mezquitas y centros comunitarios utilizados por la población de aspecto extranjero, queman coches y contenedores y se enfrentan violentamente a la policía. En la localidad de Rotherham, a las afueras de Sheffield, los manifestantes rodearon un hotel en el que se alojan solicitantes de asilo e intentaron asaltarlo. Mientras, en Liverpool, quemaron una biblioteca inaugurada recientemente con el propósito expreso de facilitar a los residentes buscar empleo y asistencia social.
El estallido se ha justificado por bulos online que acusaban del ataque a un solicitante de asilo musulmán y extranjero. Plataformas como X, que han suavizado drásticamente sus herramientas de moderación y animado el regreso de figuras de extrema derecha antes vetadas, como el líder de la Liga de Defensa Inglesa, Christopher Yaxley-Lemon (conocido como Tommy Robinson), han facilitado la propagación de estos mensajes. El propio dueño de X, Elon Musk, ha echado leña al fuego al difundir imágenes de los disturbios con comentarios como “la guerra civil es inevitable”.
Esta intolerable retórica que está alimentando la violencia ha llegado al punto de condicionar al juez responsable del caso, quien ha tomado la decisión extraordinaria de permitir la publicación del nombre del sospechoso detenido por los apuñalamientos, pese a ser menor, solo para desmentir los rumores que daban por hecho que era extranjero, musulmán, y solicitante de asilo. En realidad, el detenido nació en el Reino Unido y la policía ha descartado en principio el móvil religioso en el ataque.
Pero la realidad es indiferente para los que organizan esta clase de actos vandálicos. Como ocurrió en la vecina Irlanda el pasado noviembre —donde un apuñalamiento parecido en Dublín provocó un inaudito estallido de violencia en la capital— los ultras intentarán capitalizar cualquier incidente. Contribuye a la propagación del incendio no solo la retórica tóxica en redes, sino también una criminalización de los inmigrantes y de los solicitantes de asilo que ha sido moneda común en el Partido Conservador durante buena parte de sus últimos 14 años en el poder, especialmente tras el referéndum del Brexit. Esta criminalización, por cierto, fue fomentada y ampliada por la prensa sensacionalista británica, que también ha propulsado la figura de Nigel Farage y de su formación de extrema derecha, Reform UK. En buena parte de las zonas donde se han producido los peores disturbios, el partido de Farage ha obtenido mejor resultado que los conservadores.
La reacción del Gobierno británico ha sido tratar la crisis como un problema de orden público, anunciar más policías y juicios rápidos y tildar a los manifestantes de “matones”. Efectivamente, eso es lo que son. Pero también es muestra del deterioro de la convivencia en el Reino Unido, derivada de una normalización de un lenguaje racista y deshumanizador, de las consecuencias perversas de las redes sociales y de un trasfondo de crisis económica permanente derivada del Brexit. El Ejecutivo de Starmer ha de ponerse como prioridad combatir de la forma más enérgica posible la normalización del discurso ultraderechista —incluyendo actuar contra las redes donde se propagan los bulos— y defender con mucha mayor contundencia el Reino Unido democrático, plural y diverso que representa a la mayoría de los británicos. Más allá de los condicionantes específicos de Reino Unido, tanto lo que ha sucedido esta semana como el resultado de la respuesta de Starmer tienen que ser observados con atención por todos los gobiernos europeos. Nadie está a salvo de la combinación explosiva de xenofobia con desinformación.
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