El triunfo de los viejos raperos
Los franceses se empeñan en hacer las cosas distintas al resto y eso, a largo plazo, suele ser suficiente
Es un sino descorazonador: todo lo que fue rebelde un día, si le das el tiempo y el espacio suficiente, se convertirá en algo que, si bien no es exactamente aquello contra lo que se rebeló, está lo suficientemente cerca como para ser indistinguible. Pongamos el caso del rapero estadounidense Snoop Dogg: objetivo primario de las policías de la moral al inicio de su carrera, hoy, cincuentón y convertido en el simpático tío porrero oficial de Estados Unidos, ha sido generosamente celebrado por la cadena NBC —que le ha fichado de comentarista— en los Juegos de París, incluyendo una estudiada pose con la antorcha olímpica que ha llevado a innumerables (e inevitables) comparaciones con su antaño objeto favorito. “Imagínate volver a 1994 y decirle a la gente que, en 30 años, Snoop Dogg será universalmente querido, una imagen de marca comercial, y que Bill Cosby [caído en desgracia por varios casos de abuso sexual] será un paria criminal”, dice Holden vs The Internet en BlueSky.
No es el único. FlavorFlav, de los Public Enemy, se ha convertido en el patrocinador y primer animador del equipo estadounidense de waterpolo femenino, posando con la primera dama estadounidense, Jill Biden, durante su visita a París. Pero bueno, no debería sorprender a nadie en unos Juegos Olímpicos que han convertido al skateboarding en disciplina. “Bienvenidos a nuestro mundo”, celebraba boquiabierto la leyenda Tony Hawk durante el estreno del deporte en Tokio en 2021. Hawk sin duda se acordaba mejor que nadie de que si se llegaron a hacer camisetas que ponían “el skateboarding no es delito” eran porque durante un tiempo lo fue.
Y, por supuesto, nada fuera de lo común en Francia, el país que más y mejor que ningún otro ha convertido sus revoluciones en oro y mármol. Es algo intrínsecamente francés, como el atraer el talento artístico de todo el mundo. “Abrir con Lady Gaga [que es de Nueva York] y cerrar con Céline Dion [que es canadiense]. Si fuese artista francés, estaría pidiendo la dimisión de medio comité olímpico y la decapitación de todos los miembros del comité organizador mañana mismo”, decía @madogdidit.bsky.social. Pero ambas decidieron ser francesas ese día: mademoiselle Germanotta empeñándose en ser la reencarnación de Mistinguette, mientras que Dion, convertida en Édith Piaf rediviva, se comía París (sin playback, asegura la organización) desde lo alto de la torre Eiffel. Y es que esto siempre ha sido así: el mayor chansonnier de la historia era armenio (parisiense, pero armenio) y Josephine Baker está en el Panteón. Hasta nuestro Rafa Nadal estaba radiante recibiendo la antorcha olímpica de Zinedine Zidane, obviando la primera ley no escrita del deporte español: a los franceses, ni agua.
Pero podemos disculpar a Nadal porque si hay algo que hubo en la ceremonia de apertura, fue agua. Y hubo más cosas que no salieron bien. Ver a los atletas agitar sus banderitas mientras los barcos iban a paso de burra por el Sena fue bastante anticlimático. Los presentadores se confundieron de Corea. La bandera olímpica fue izada del revés. El último recorrido de la antorcha por el río daba sincera pena por lo mal que lo estaban pasando Nadia Comaneci, Carl Lewis, Serena Williams e incluso Nadal, con antorcha y todo. Y la realización no solo no etiquetaba nada en pantalla, sino que parecía tener tantas cámaras que no sabía qué hacer con ellas. Pero todo lo no institucional fue tan delirante que no deja de ser admirable. “Oh, Dios mío, ahora me he dado cuenta: los franceses han convertido los Juegos Olímpicos en Eurovisión”, exclamaba Petra Phoenix en Mastodon. “¡Me encanta lo que hacen!”.
Eso también es intrínsecamente francés: empeñarse en hacer las cosas de manera distinta al resto. Algunas no salen tan bien a largo plazo, como el sistema electoral uninominal a dos vueltas, el calendario republicano y el minitel. Pero otras triunfan, como con el sistema métrico decimal, el boeuf bourguignon y la separación entre la Iglesia y el Estado. Al final, como con los viejos raperos, lo importante es ser revolucionario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.