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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los ayatolás eligen presidente

La victoria de un supuesto moderado en los comicios presidenciales de Irán no es más que una cortina de humo del régimen dictatorial comandado por Alí Jamenei

El presidente electo de Irán, Masud Pezeshkian.
El presidente electo de Irán, Masud Pezeshkian.STR (EFE)
El País

En su habitual farsa electoral, la teocracia iraní ha concluido formalmente la elección de un nuevo presidente tras el inesperado fallecimiento en mayo del ultraconservador Ebrahim Raisí en un accidente de helicóptero. Haciendo funcionar una maquinaria de control perfectamente engrasada, el régimen se ha asegurado la elección de un candidato leal cuyo carácter más o menos aperturista es apenas una cuestión de matiz. Su poder será muy limitado en un sistema dictatorial donde todo queda en manos del líder supremo, Alí Jameini.

El elegido en la segunda vuelta celebrada el pasado viernes ha sido ha sido Masud Pezeshkian un cirujano cardíaco de 69 años tenido por menos radical que su rival ultraconservador, Saeed Jalili, pero que considera, por ejemplo, que las iraníes han elegido rebelarse contra el uso obligatorio del velo islámico no por una legítima ansia de libertad, sino porque no han sido educadas correctamente.

En estas condiciones, conviene prestar atención al contexto y a los detalles del proceso de elección para tomar la temperatura de la sociedad iraní. Estos comicios han sido los primeros celebrados tras la masiva movilización popular —y su sangrienta represión— suscitada a raíz del asesinato en 2022, en una comisaría de Teherán, de la joven Mahsa Amini, detenida por la policía moral bajo la acusación de no llevar el velo correctamente. En la primera vuelta, celebrada el 28 de junio, la participación fue apenas del 39,9% según los datos oficiales, aunque es plausible que la real fuera incluso menor. Se trata de una tendencia abstencionista que cabe interpretar como uno de los escasos símbolos de resistencia al régimen que, sin graves consecuencias personales, les quedan a los iraníes. Un desencanto constatado desde las elecciones de 2009, donde un fraude —ante las que, de nuevo, las masivas protestas en la calle fueron inútiles— declaró vencedor a Mahmoud Ahmadineyah. Sin embargo, en la segunda vuelta de pasado viernes, ya solo con Pezeshkian y Jalili en liza, la participación oficial fue 10 puntos superior. La movilización responde al carácter reaccionario del derrotado Jalili, partidario de endurecer aún más las políticas represivas y de una política exterior más agresiva. En este sentido, Pezeshkian es el mal menor.

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Con este en la presidencia iraní no cabe esperar grandes cambios ni en el exterior ni en el interior. Y no tanto por la iniciativa aperturista que pudiera tener el nuevo mandatario, que está por demostrar, sino porque en Irán al final todo el poder reside en Jamenei, de 85 años y cuyo proceso de sucesión entre el clero chií comienza a moverse entre las bambalinas del régimen instaurado en 1979. El único que la mayoría de la población iraní, con una media de edad de 33 años, ha conocido a lo largo de su vida.

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