El Reino Unido se renueva
El laborista Keir Starmer arrasa en escaños y acaba con 14 años de hegemonía de los conservadores, víctimas de su propia deriva populista


Los ciudadanos británicos han dicho este jueves adiós con un portazo a 14 años de gobiernos conservadores y han dado una mayoría parlamentaria histórica al Partido Laborista. El nuevo primer ministro, Keir Starmer, se ha comprometido a trabajar desde el primer minuto en una “renovación nacional” que reconstruya los deteriorados servicios públicos del país y recupere el crecimiento de una economía estancada desde hace más de una década.
El nuevo inquilino de Downing Street, un hombre metódico y riguroso, se ha empeñado en devolver a la política su vocación de servicio, con el propósito recuperar la confianza de una ciudadanía desencantada y harta de años de desmanes, arrogancia, irresponsabilidad y polarización. Su mensaje ha transmitido esperanza a las instituciones, los mercados, las organizaciones y los ciudadanos que han perdido el interés en la vida pública por los escándalos y la negligencia de los últimos gobiernos conservadores.
Starmer gozará de un mandato poderoso, con una mayoría de 412 diputados en una Cámara de los Comunes con 650 escaños. Tiene en sus manos una enorme fortaleza para impulsar los cambios y reformas que ha prometido durante la campaña. Pero también es consciente de que el hundimiento del Partido Conservador no obedece tanto a un trasvase masivo de votos al laborismo, como al fraccionamiento de las distintas ofertas políticas. Cuatro millones de personas han dado su respaldo al populismo de extrema derecha de Nigel Farage y su partido Reform UK. Y otros tres millones y medio han optado por la propuesta de centroizquierda que suponen los liberales-demócratas, que se han convertido en la tercera fuerza del Parlamento británico.
Con un porcentaje de votos inferior incluso al que cosechó su predecesor al frente del partido, Jeremy Corbyn, en 2017, Starmer ha logrado una mayoría histórica gracias a un proceso de selección quirúrgica de las circunscripciones en las que resultaba clave dar la batalla, y a la reconquista del histórico feudo laborista que fue Escocia durante décadas. Los independentistas del SNP, la fuerza hegemónica de ese territorio en los últimos años, se han visto barridos por sus escándalos financieros y el cansancio del electorado ante los giros y requiebros del proceso secesionista.
Starmer sabe que debe actuar pronto. Está obligado a ofrecer cuanto antes resultados positivos y cambios concretos a la ciudadanía si no quiere que la extrema derecha que personifica Farage —ya ha logrado entrar en el Parlamento con cuatro diputados— acabe finalmente adquiriendo la fuerza que ya ha alcanzado en otros países europeos.
El Partido Conservador, embarcado en su propia deriva populista —la que trajo consigo el Brexit—, ha sufrido el duro castigo de unos votantes que han dejado de ver en la formación una propuesta seria de Gobierno. La debacle provocada por el caótico y breve mandato de Liz Truss y su disparatado anuncio de bajada de impuestos sin recorte del gasto público acabó finalmente con la reputación de los tories como buenos gestores de la economía.
Rishi Sunak se ha comprometido a permanecer al frente del partido hasta que se establezca el proceso de renovación del liderazgo. Ha pedido que, además de reconstruirse, la formación asuma su nuevo papel de oposición de un modo serio y eficaz. A los tories les queda ahora por delante una larga travesía del desierto en la que deben decidir si dejan atrás definitivamente el populismo de los últimos años y recuperan su vocación de partido centrado y con voluntad de gobernar.
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