Alvise, un reto para la democracia
Los 800.000 votos obtenidos por el candidato ultraconservador son una llamada de atención para todo el sistema democrático, no solo para la derecha


Con más de 800.000 votos (tres escaños), la agrupación de electores encabezada por Alvise (Luis Pérez Fernández) se ha convertido en otro de los terremotos políticos provocados por las elecciones europeas. Sería un error pensar que esa formación —Se Acabó La Fiesta (SALF)— plantea únicamente un reto para el PP al sumarse a Vox en la fragmentación de su bloque ideológico. De hecho, su planteamiento antipolítico se mimetiza con dos intangibles electorales que hoy cotizan al alza: la transgresión y el odio. Por eso, más que una amenaza para las derechas, Alvise supone un toque de atención para el sistema democrático en su conjunto.
El populismo de Se Acabó La Fiesta bebe de una larga labor de descrédito al que llevan años sometidos los partidos tradicionales, los medios de comunicación y los expertos. Y se manifiesta en un discurso alimentado de noticias falsas, acusaciones sin pruebas y teorías conspirativas difundidas a través de las redes sociales. La realidad —de España o de Europa— a la que pretende salvar mesiánicamente no es más que una ficción construida con bulos sobre el Gobierno, la inmigración, el feminismo o los funcionarios de la UE.
Otro de sus peligros es su potencial para crecer transversalmente: se alimenta fundamentalmente de exvotantes de Vox y en menor medida del PP, pero también de la abstención. Esto significa que ha sido capaz de ampliar el espacio electoral apropiándose de la ira, la desinformación o la incertidumbre de una parte de la sociedad.
Después de trabajar como asesor de Toni Cantó en Ciudadanos, Alvise ha hecho su carrera en las redes, desde donde lanza consignas como estas: “Si hay un narcoterrorista, no quiero que se le persiga, quiero que le pegues con un subfusil” o “cada vez hay más inmigrantes ilegales que no sabemos si son violadores”. Así ha conseguido entrar en el Parlamento Europeo, algo a lo que, según confesión propia, aspiraba en busca del aforamiento que le permita eludir las dos causas penales que tiene abiertas por difundir documentación judicial o falsificarla.
El fenómeno Alvise —alimentado fundamentalmente por jóvenes, la mayoría hombres— se suma a otros, como el Brexit o Donald Trump, que crecieron fuera del radar del periodismo tradicional. 800.000 personas han decidido creerle. A ellas es a las que hay que prestar atención para intentar entender el origen de su indignación.
Los medios de comunicación vuelven en este caso a enfrentarse al frágil equilibrio entre informar de una candidatura que recibe semejante apoyo y naturalizar sus ideas, lanzadas no para el debate sino para propagar una atmósfera tóxica. Pero los votantes de Alvise merecen toda la consideración. No son frikis a los que menospreciar sino una señal de alarma para los partidos democráticos, a los que corresponde canalizar su descontento y su apatía hacia la política institucional. La primera exigencia es pues contribuir a la credibilidad a las instituciones, no a su descrédito.
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