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Columna
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Congelados en el tiempo

A la mayoría, los discursos de los transhumanistas nos parecen una chifladura y un timo. Sin embargo, entroncan perfectamente con algunos valores en torno a los cuales se ha construido nuestra época

"Sergio no será cremado ni enterrado sino que su cuerpo será almacenado en nitrógeno líquido con la esperanza de que, dentro de un tiempo, la tecnología haya avanzado lo suficiente como para permitir devolverlo a la vida".
"Sergio no será cremado ni enterrado sino que su cuerpo será almacenado en nitrógeno líquido con la esperanza de que, dentro de un tiempo, la tecnología haya avanzado lo suficiente como para permitir devolverlo a la vida".picture alliance (Getty Images)
Ana Iris Simón

Hace unos meses coincidí en el plató de Espejo Público con Sergio Escoté, un joven empresario tecnológico que tiene pensado criopreservarse. Esto significa que, cuando la de la guadaña le alcance, Sergio no será cremado ni enterrado sino que su cuerpo será almacenado en nitrógeno líquido con la esperanza de que, dentro de un tiempo, la tecnología haya avanzado lo suficiente como para permitir devolverlo a la vida.

A día de hoy la técnica no ofrece ninguna garantía. Sus precios oscilan entre los 12.000 y los 200.000 euros, según se quiera preservar el cerebro o el cuerpo entero, porque si hasta para morir hay clases, no te digo ya para volver a la vida. Los expertos en la cuestión dicen que no pasa nada si uno no tiene perras más que para congelar el cerebro, porque en las próximas décadas la ciencia será capaz de insertarlo en cuerpos artificiales e incluso de clonarlo a partir de células cerebrales.

A la mayoría, los discursos de estos transhumanistas nos parecen una chifladura y sus prácticas un timo. Sin embargo, entroncan perfectamente con algunas ideas y valores en torno a los cuales se ha construido la hegemonía de nuestro tiempo.

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El primero de ellos es el materialismo: cualquiera que crea en el alma, en la vida eterna tras la muerte o incluso en la reencarnación no puede concebir la criogenización más que como un lastre o una aberración. El segundo, la ciencia como religión y cualquiera con bata blanca como su profeta, un fenómeno ampliamente extendido y cuyas consecuencias más ridículas vimos durante la pandemia, cuando nos obligaron a salir al campo con mascarilla o a darle la vuelta al carrito en la caja del Mercadona. ¡Y cuidado con el que torciera el gesto! Era un negacionista y debía ser juzgado en un auto de fe.

El tercer elemento que comparte nuestra civilización con los de la criogenización es otra fe: la que ambos tienen en el progreso. Cuando coincidí con él en la tele, le pregunté a Escoté que qué pasaba si en el año pactado con la empresa para resucitar su cuerpo había una guerra mundial ―la cuarta o la quinta, porque en la tercera nos están metiendo ya―, o si el mundo se hubiera tornado un lugar inhabitable por el calentamiento global. ¿Querrían volver, aunque fuera gimiendo y llorando, a este valle de lágrimas?

El cuarto, de los creadores de “el mercado se autorregula”, es la confianza ciega en las empresas: aquellos que se han criogenizado o planean hacerlo no dudan ni un poquito de quienes, previo desembolso de una buena pasta, los mantendrán a cientos de grados bajo cero. No contemplan que puedan quebrar, abandonarlos en cualquier cuneta e incluso, si se tercia, resucitarlos y emplearlos como mano de obra esclava.

Y el quinto, que seguramente tenga que ver con todos los anteriores, es la soberbia. La pulsión prometeica que, después de robar el fuego, nos anima a robarle a los dioses incluso la inmortalidad. La misma que anida en todos los mitos fundacionales de nuestro tiempo, de los revolucionarios franceses fusilando relojes al hombre nuevo socialista pasando, por supuesto, por el hombre hecho a sí mismo capitalista.

Decía Paul Spiegel, uno de los gurús de la criogenización, que en los países católicos es donde la práctica está encontrando más reticencias, mientras que “en los anglosajones es distinto”. Algunos pensaban que las distopías nos las iba a traer el oscurantismo. Sin embargo, muchas se basan en todo aquello en lo que creen los que dicen oponerse a él.

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Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.
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