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Columna
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Cuando un robot resuelva el enigma del cerebro humano

Cómo demonios funciona esa capa finísima de células, arrugada y antiestética, que nos permite percibir, sentir, abstraer, razonar, planear, crear y aprender: el córtex, o corteza cerebral, la sede de nuestra mente

Animación de un electroencefalograma (EEG)
"Hay un amplio acuerdo en que el mayor problema sin resolver de la biología actual es cómo funciona el cerebro. No el tuyo o el mío, sino ambos".janiecbros (Getty Images)
Javier Sampedro

Hay un amplio acuerdo en que el mayor problema sin resolver de la biología actual es cómo funciona el cerebro. No el tuyo o el mío, sino ambos. No los detalles, sino los principios. No lo privado, sino lo universal, aquello que nos hace humanos a todos los humanos. Cómo demonios funciona esa capa finísima de células, arrugada y antiestética, que nos permite percibir, sentir, abstraer, razonar, planear, crear y aprender: el córtex, o corteza cerebral, la sede de nuestra mente.

Imaginemos que los neurólogos, hartos ya de acumular toneladas de datos sin que toda esa información se acabe de convertir en conocimiento, alquilan el sistema de inteligencia artificial más avanzado del momento ―llamémosle Gastón, por la energía y el agua que consume—, y le hacen engullir un mapa del cerebro de extraordinaria precisión, con cada neurona y cada sinapsis cartografiada sin la menor ambigüedad. Los neurólogos dejan que Gastón haga la digestión y luego le preguntan: ¿cómo funciona el cerebro?

Un inciso en nuestro relato. Lo del mapa del córtex con precisión sináptica no es ninguna fantasía delirante. Es justo lo que han hecho los científicos de Google y la Universidad de Harvard con un milímetro cúbico de corteza cerebral humana. Partieron de un loncheado fino de ese material biológico, examinaron cada loncha con un microscopio electrónico y reconstruyeron el cubito tridimensional en un archivo de 1,4 petabytes que ya han puesto a disposición de la comunidad científica. Por dar una comparación, todo el tráfico mundial de Google supone 20 petabytes al día.

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Un milímetro cúbico puede parecer un fragmento demasiado pequeño, pero el córtex tiene una estructura muy repetitiva. Ya mires en las áreas que procesan la información visual o en las que se ocupan de la sintaxis, en las que mueven las manos o las que generan el miedo, te encuentras con la misma organización en seis capas con la misma arquitectura de circuitos reiterada una y otra vez hasta el hartazgo. Quien conoce la descripción exacta de un milímetro cúbico de córtex, conoce todo el córtex, es decir, toda la arquitectura de la mente. Entonces, volvamos a preguntar a Gastón: ¿cómo funciona el cerebro?

Un momento, dirá Gastón. Por muy detallada que sea, la estructura no basta. Eso sería como pretender entender una ciudad a partir de su listín telefónico. Todo el mundo sale ahí, pero no sabemos qué hacen, con quién lo hacen ni a qué dedican su tiempo libre. Para comprender un sistema no basta con describir su arquitectura. Necesitamos verla en activo.

Este argumento de Gastón es flojo. Para empezar, la mera geometría de un sistema puede bastar para entenderlo. Que la órbita de Marte sea elíptica, como descubrió Kepler, es el fundamento de la gravitación de Newton. Que el material genético tenga la forma de una doble hélice explica de inmediato que las células puedan sacar copias de sí mismas. La estructura y la función están inexorablemente imbricadas, así que Gastón puede haber sido demasiado tímido en este punto. Pero es que además la lectura del córtex en funcionamiento progresa deprisa. El último avance (Nature Human Behaviour, 13 de mayo) es un implante cerebral que identifica las palabras que está pensando una persona. Lo hace registrando la actividad de las neuronas individuales en tiempo real. No es tan detallado como el mapa estructural del milímetro cúbico, pero funciona bastante bien.

Así que acabemos el relato de ciencia ficción. Los neurólogos alimentan a Gastón con estos datos estructurales y funcionales y le vuelven a preguntar: ¿Cómo funciona el cerebro?, y Gastón responde: “Ya lo he descubierto, pero como soy un sistema de IA generativa no estoy capacitado para entender mi propio funcionamiento. No tengo forma ni literaria ni pictórica de expresar mi descubrimiento neurológico”. Condenado trasto.

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