Faltan políticos valientes que hablen de la inmigración (y no contra ella)
Echo de menos una oposición vehemente e informada contra ese miedo a los extranjeros. Echo de menos datos contra los bulos
En una Europa cada vez más dividida entre güelfos y gibelinos, esta familia política disfuncional que un día fue ecuménica y derribadora de fronteras ha encontrado un asunto por el que brindar: reforzar las verjas exteriores. Si Quevedo vio los muros de la patria suya, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, hoy cantaría las maravillas de Frontex, y celebraría que los gobernantes del siglo XXI dejen de discutir por chorradas como el Estado social o la calidad de la democracia para disuadir mejor a los desgraciados de ultramar, a quienes se les quiere negar hasta la posibilidad de fregar el suelo sobre el que aspiran a vivir.
Rishi Sunak, en su orilla del Brexit, ha celebrado el pacto migratorio europeo con una rave de expulsiones a Ruanda, y aunque la derecha racista calla, esta concordia es mérito suyo, pues se hace para cortejar a sus votantes. Se creen los conservadores y no pocos socialdemócratas (Scholz y Sánchez entre ellos) que así aplacarán al diablillo xenófobo. Quizá les funcione desde un punto de vista estratégico y partidista: si la gente vota ultra por miedo a los inmigrantes, una postura dura hará que los ciudadanos furiosos vuelvan al redil manso del bipartidismo tradicional. Impecable. Solo hay un problema: si se acepta el esquema mental de los asustados por el lobo extranjero y se les ofrece un refugio acorazado, ¿en qué se distinguirá la política europea tradicional de la reacción antiliberal? Los partidos ultras ya no tendrán hueco, pero porque sus discursos y proyectos serán hegemónicos. Perderán las elecciones, aunque ganarán el debate.
Echo de menos una oposición vehemente e informada contra ese miedo. Echo de menos datos contra los bulos. Echo de menos políticos valientes que, en lugar de reconocer con pomposidad que no se puede negar que la inmigración es un problema (menudo hallazgo), expongan la verdad: las dimensiones reales de la población de origen extranjero, los problemas de la escuela, la brecha social, la desprotección de los menores y la ignominia de la represión fronteriza. Frente a los que viven convencidos de que a cada chaval que salta la valla, en vez de un porrazo en el costillar le dan una paguita, un piso y un trabajo que roba a un español, hay que oponer los hechos rotundos, sin condescender a su paranoia diciéndoles que se hacen cargo de su inquietud. Sé que aguardo en balde, porque la perra verdad es que los xenófobos votan, y los que sufren su xenofobia, no. Pero si la democracia europea no es capaz de mirar por encima de la verja, no sé en qué puede haber quedado el europeísmo.
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