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Columna
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El salto de la rana de Pedro Sánchez

El presidente optó por un juego de manos emocional que encabritó aún más a la oposición y, al mismo tiempo, logró la movilización del bloque progresista

'El Cordobés' haciendo el salto de la rana en la Feria de San José, en Valencia, el 18 de marzo de 1971.
'El Cordobés' haciendo el salto de la rana en la Feria de San José, en Valencia, el 18 de marzo de 1971.
Jordi Amat

A los puristas les parecía una vulgaridad, pero en las plazas populares el público llegaba al delirio ante ese número circense de una figura pop de la España cañí. Era el salto de la rana. Primero Manuel Benítez El Cordobés se arrodillaba en el coso, luego flexionaba una de las dos piernas, esperaba que se le acercase el toro y entonces realizaba un pintoresco brinco con la muleta extendida. Ese giro de 180 grados, como si el diestro fuera un sapo, desconcertaba al animal sin que el torero apenas se moviese y a la vez captaba la atención del público con una acrobacia torpona y populista, de acuerdo, pero efectiva. Realmente era una cutrez, pero desde el punto de vista del espectáculo funcionaba. Casi nunca realizó una gran faena, pero llenaba las plazas.

El quiebro inesperado que Pedro Sánchez dio de la semana pasada a la legislatura tuvo mucho de salto de la rana de la política posmoderna: una especie de juegos de manos emocional con la presidencia del Gobierno como muleta que encabritó todavía más a una oposición enrabietada y, al mismo tiempo, logró una significativa movilización del partido y del bloque progresista que dejó claro que la izquierda (y sus socios de Gobierno) hoy no tienen una mejor alternativa que él. Pero más que un punto y aparte, que es el marco discursivo que querría instalar el presidente sin tener escrito el siguiente párrafo, la resolución con suspense del caso parece más bien una patada y a seguir.

Porque es más bien improbable que, en la electoralista petrificación de los bloques y ante la estrategia crispada de la oposición, puedan introducirse los cambios legislativos sugeridos para responder, por una parte, al disolvente democrático que es la desinformación conectada con los tribunales y, por otra, al corrosivo del Estado de Derecho que es el bloqueo interesado del Consejo General el Poder Judicial. No solo porque los acuerdos entre los dos principales partidos hoy parecen más improbables que nunca. Sobre todo porque los dos son asuntos estructurales. En el caso de los bulos, la ley española ya es bastante restrictiva en lo relativo a la libertad de expresión. Lo explicaba el jueves el constitucionalista Víctor Ferreres. “No se puede decir que los datos del derecho español sean malos en relación con la protección del derecho al honor”. Estamos bien protegidos frente a la injuria y la calumnia. Y en la cuestión del Poder Judicial los responsables del acuerdo, unos y otros, siempre que han estado en el Gobierno han demostrado su falta de voluntad política para modificar la ley vigente y atender a lo sugerido ahora por la Comisión Europea y que en realidad responde tanto al espíritu del constituyente en esta materia como a la primera ley del Poder Judicial: el nombramiento de la mayoría ―no la totalidad― de los miembros por parte de los jueces.

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El salto de la rana del presidente Sánchez, pues, no ha buscado solucionar esos dos problemas. Señaló una deriva tóxica de nuestra política, bien, pero todos los implicados saben que ahora no pueden solucionarse por las buenas. Al fin se trataba de conseguir aquello que lograba El Cordobés cuando realizaba su famosa cabriola. Dejar fuera de juego a un rival colérico y movilizar al electorado progresista de cara a las elecciones catalanas y europeas actualizando el marco que le dio la victoria en julio. Falta una semana para saber si el salto le da resultado. El próximo domingo sabremos si Sánchez ha conseguido movilizar al electorado socialista que tradicionalmente se abstiene en las autonómicas catalanas. Si su gesto lo consigue y la victoria es amplia, Salvador Illa deberá sacarlo a hombros.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.
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