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Columna
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¿Pero qué demonios?

Cualquier persona cabal sospecha que detrás del intercambio de ataques calculados y milimetrados entre Israel e Irán hay algo mucho más feo y oscuro

Israel responde con cohetes a un ataque iraní, visto desde la ciudad de Ashkelon.
Israel responde con cohetes a un ataque iraní, visto desde la ciudad de Ashkelon.Amir Cohen (REUTERS)
David Trueba

La escalada de tensión entre Israel e Irán que hemos vivido estas dos últimas semanas ha desencadenado un duelo psicológico mundial. El modo en que se ha escenificado, si no fuera todo tan trágico, ha respondido a los parámetros de una burla grotesca. Repasemos los tres hitos. El ejército israelí ordena la destrucción de una residencia consular iraní en Siria para acabar con la vida de un general relevante de las Fuerzas Armadas de la República Islámica. En respuesta, y después de días de anunciar el ataque para prevenir al enemigo en una variante tétrica del monólogo de Gila, Irán envía una lluvia de drones y misiles sobre territorio israelí. Las fuerzas aliadas de Israel y su propio sistema antimisiles logran, según sus cálculos, derribar el 99% de las cargas enemigas sin causar daños mayores. Pese a este resultado de la acción, el Gobierno israelí anuncia un futuro ataque de respuesta cuya magnitud valorará, mientras el Gobierno de los ayatolas iraníes presume con orgullo de su arsenal militar. Unos días después, Israel dirige un ataque de intensidad muy limitada sobre un punto estratégico del desarrollo nuclear iraní. Ahora ya dice poder pasar página y afrontar un nuevo cerco brutal sobre el territorio palestino de Rafah.

A cualquiera que no se dedique profesionalmente al análisis militar, todo este intercambio artificial y grosero de potencia viril le habrá resultado un insulto a la inteligencia. Es evidente que lo que persiguen los gobiernos de Israel y de Irán es manipular a los restos de su ciudadanía crédula y sostenerse en el poder. El primero porque está protagonizando el ataque a la democracia israelí más profundo desde la fundación del Estado, pendiente como tiene una reforma de los tribunales de control para evitarse rendir cuentas con la justicia. La cúpula integrista iraní, por su parte, ha acrecentado en los mismos días del intercambio misilero la represión sobres sus ciudadanas. No hay que olvidar que las mujeres iraníes llevan meses protagonizando el mayor desafío al poder ultra en su país que se recuerde. La amenaza de la guerra permite a ambas potencias disimular el malestar interno y jugar con la emocionalidad patriótica. Mentir, gesticular, amenazar y reprimir las libertades se han convertido en su única prioridad desde que estalló la crisis por culpa de la acción criminal de Hamás sobre territorio israelí. Como se ha visto, la negociación para el retorno de los rehenes en manos palestinas es aplazada de manera constante.

Qué demonios están haciendo, se pregunta cualquier persona cabal que sospecha que detrás de este intercambio de ataques calculados y milimetrados hay algo mucho más feo y oscuro de lo que se cuenta. Conviene recordar que la única víctima del ataque iraní resultó ser una niña árabe israelí de 10 años que se debate entre la vida y la muerte tras caer una esquirla de misil derribado sobre su casa en una comunidad beduina cerca de Arad. Esa niña sostiene más dignidad en su tragedia absurda que los que se sientan en el sillón del poder en ambas naciones, esos que se han embarcado en un delirio por mostrar al mundo quién la tiene más larga. Un penoso episodio que expande el miedo al ver que en este mundo convulso faltan líderes decentes. No es imprescindible que sean los más inteligentes estrategas de la historia: basta con que tengan un pellizco de sentido común y sensibilidad en sus neuronas funcionales.

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