Volver al principio
Acabar en tablas es a lo máximo que se puede aspirar cuando se juega con el destino
Al salir de la administración de lotería, donde había comprado un décimo, me esperaba una señora que acababa de adquirir otro. Me propuso que los intercambiáramos “para confundir al azar”. Me lo dijo en voz baja, claro, casi al oído, para que el azar no se enterara. Me pareció bien, de modo que ella se quedó con mi número y yo con el suyo. De camino a casa, y obsesionado con la idea esta de engañar al futuro, elegí la calle paralela a aquella por la que vuelvo de forma habitual para ver qué pasaba o dejaba de pasar al alterar mi itinerario. No se me escapó que, al tomar aquella decisión, me desdoblaba, de manera que una versión invisible de mí siguió la ruta de siempre.
Mientras recorría con mi cuerpo mortal la calle desacostumbrada, seguía imaginariamente el recorrido del yo que había preferido obedecer a la rutina. ¿Qué sería de él? ¿Se torcería un tobillo? ¿Se extraviaría? ¿Se las arreglaría solo? En todo caso, pensé que nos encontraríamos en casa y las cosas volverían a ser como antes. Pero transcurrieron dos horas sin que el fantasma regresara. Lo notaba en la sensación de que me faltaba algo, como si me hubieran arrebatado el alma. Mi desasosiego debía de ser tan palpable que mi mujer me preguntó en varias ocasiones qué ocurría. Llegó la noche y el fantasma continuaba sin volver. De madrugada, me levanté, me vestí, salí a la calle, fui hasta la administración de la lotería y desde allí inicié la vuelta a casa por la calle de siempre. Iba despacio, atento a los movimientos de las sombras. A la altura de una pequeña tienda de papelería y objetos de oficina, una especie de espíritu me penetró produciendo ajustes reparadores en mi mente.
Entré en casa completamente entero y dormí tranquilo hasta las ocho. Llegado el día, comprobé el décimo y me había tocado el reintegro. Así que estábamos como al principio, en tablas, que es a lo máximo que se puede aspirar cuando se juega con el destino.
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