¿Por qué es tan débil la economía alemana?
La industria del gran país europeo vive en el pasado y ese declive acaba teniendo consecuencias, sobre todo políticas
La economía italiana empezó a decaer en torno al año 2000. En el Reino Unido, el crecimiento de la productividad disminuyó tras la crisis financiera mundial, y nunca se recuperó. La invasión de Ucrania por Rusia es lo que ha llevado a la economía alemana al borde del abismo. Lo que está ocurriendo en Alemania no es el típico paseo arriba y abajo del ciclo económico. La gran era del Made in Germany, de la excelencia alemana en fabricación e ingeniería, está llegando a su fin.
Es una historia de declive industrial que pocos vieron venir. Empezó mucho antes de que Vladímir Putin invadiera Ucrania. La producción industrial alemana ha caído un 8% acumulado desde 2015, mientras que en el resto de la eurozona ha aumentado un 6%. Se trata de un cambio enorme, y hay más por venir.
El canario en la mina de carbón es ThyssenKrupp, la empresa siderúrgica. Su consejero delegado quería recortar la capacidad en un 40%, porque no cree que la demanda repunte a largo plazo. El acero se sitúa al principio de las cadenas de suministro de la ingeniería. Si se recorta el acero, el resto le sigue. Alemania ha entrado en lo que los economistas llaman una depresión estructural.
Como me he criado en Alemania, puedo dar fe del importante papel que desempeñan la ingeniería y la tecnología en la sociedad alemana. Solía ser habitual oír a la gente en los autobuses hablar de sistemas hidráulicos u otros temas técnicos. La mayoría de los que terminaban la escuela se inclinaban por los oficios técnicos o las carreras de ciencias e ingeniería, en algunos casos ambas sucesivamente. Aparte de los grandes futbolistas de la década de los setenta, los héroes de la época eran los ingenieros de las empresas automovilísticas que desarrollaban la siguiente generación de motores. Vorsprung durch Technik [a la vanguardia de la técnica] representaba este modelo económico. Una vez le preguntaron a Ferdinand Porsche, el patriarca de la familia Porsche ya fallecido, cuál era el modelo que más le gustaba, y respondió: el siguiente. Ese era el espíritu. Era la época en que Alemania miraba al futuro.
Veo la digitalización como el gran acontecimiento perturbador, más que la geopolítica. Las empresas automovilísticas solían obtener sus grandes beneficios con los motores diésel y el servicio posventa. Los coches eléctricos tienen más en común con los dispositivos electrónicos. Los beneficios de los coches eléctricos proceden de las baterías y el software. Pero China y Estados Unidos poseen la mayor parte de esa cadena de suministro.
La invasión rusa de Ucrania ha perjudicado definitivamente a la industria de uso intensivo de energía. Cabría esperar que la caída de los precios de la energía hubiera detenido la desintegración. Pero no es así. BASF, el gigante químico, llegó hace tiempo a la conclusión de que su futuro está fuera de Alemania.
La fabricación a la vieja usanza sigue siendo importante, incluso en un mundo digital. Alemania produce más munición para Ucrania que ningún otro país en Europa. Y hasta los coches eléctricos tienen piezas mecánicas. Los alemanes saben un par de cosas sobre cómo aumentar la producción industrial. Alemania es también un país rico, que inicia su camino de declive industrial desde un nivel alto. Una mano de obra bien formada acabará por adaptarse a un mundo nuevo. Hay una nueva y prometedora generación de empresas tecnológicas, sobre todo en la zona de Múnich. Pero pasará algún tiempo hasta que lleguen a su mejor momento. Hasta entonces, preveo que persistirá el malestar actual, tal vez durante una década.
El problema es que en el Gobierno alemán no se aboga mucho por la diversificación, y tampoco en el debate público alemán. La discusión se centra sobre todo en las empresas y sectores existentes, no en los nuevos. Alemania no cuenta con la infraestructura necesaria para una economía de nueva creación, en comparación con Reino Unido o Estados Unidos. Son las viejas empresas las que realizan la mayor parte de las inversiones. Pero muchas, como los fabricantes alemanes de automóviles, viven en el pasado.
El declive económico tiene muchas consecuencias, sobre todo en la política. Desde el inicio del euro en 1999, Italia ha vivido 11 cambios de primer ministro. Desde la crisis financiera mundial, el Reino Unido ha tenido cinco, cuatro desde el referéndum sobre el Brexit. Alemania solo ha tenido dos desde 1998. Supongo que esto cambiará a partir de las elecciones del año que viene.
Una crisis alemana es siempre una crisis europea. Los vecinos de Alemania en Europa Central y del Este están muy integrados en las cadenas de suministro alemanas. La Unión Europea también depende de las contribuciones netas alemanas al presupuesto comunitario y de los bonos del Estado alemanes con calificación triple A como respaldo de la zona euro tras la crisis de la deuda soberana de la década pasada.
Quizás el mayor error político cometido por Angela Merkel y sus contemporáneos fue calcular mal el impacto de la geopolítica en la industria alemana. Las crisis geopolíticas de nuestro tiempo exigen más inversiones en defensa y seguridad, y en alta tecnología digital. Pero la debilidad económica limita el margen de maniobra fiscal. Cuando no hay dividendos de crecimiento que repartir, solo se puede gastar más en defensa si se gasta menos en otra cosa. Lo que están recortando son las inversiones digitales. El fax sigue mandando.
En Alemania existe un animado debate sobre la economía. Pero me temo que intentan solucionar el problema equivocado. Todo gira en torno a la competitividad. Si los salarios fueran más bajos o el Gobierno pagara más ayudas, las cosas irían mejor. Pero el problema de los coches eléctricos alemanes no es que sean demasiado caros de fabricar. No son innovadores. Los coches eléctricos chinos no son baratos y malos. Son mejores.
Mi sensación es que los alemanes se centran en las viejas industrias y en las políticas económicas de las viejas industrias, porque es lo único que han conocido. Tardarán algún tiempo en darse cuenta de que el futuro de la economía alemana dependerá mucho menos de Volkswagen que de empresas que todavía no se han fundado. El viejo Porsche dijo una vez que la mejor manera de predecir el futuro es inventarlo. Su país está muy lejos de ello.
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