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Columna
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Israel, la nación consentida

Parece infinita la paciencia de la Casa Blanca: ya que Netanyahu no tiene un plan, pongámoslo nosotros

Israel
Un grupo de personas corre hacia los paquetes de ayuda lanzados por el ejército de EE UU sobre Gaza a inicios de marzo.Kosay Al Nemer (REUTERS)
Lluís Bassets

Israel pide y Estados Unidos se lo da. Todo. Desde que empezó la guerra, no ha cesado el flujo de armas, incluyendo misiles de precisión y bombas antibúnker, pasando solo en dos casos por el control del Congreso. Contrasta con la congelación de las ayudas a Ucrania gracias a un bloqueo republicano que la Casa Blanca apenas sabe eludir. Solo hay algo que Netanyahu no pide ni quiere: consejos. Cuando los recibe, hace caso omiso. Y menos si se formulan en público, como suelen hacer los europeos.

Son muchas las palancas que tiene Washington para doblegar a tan hosco primer ministro, pero no utiliza ninguna. Imaginemos por un momento que deja de mandar armas, renuncia al veto en el Consejo de Seguridad, repliega las fuerzas aéreas y marítimas que previenen la escalada en el mar Rojo y en el Mediterráneo y vigilan Siria, Irak e Irán, e incluso incrementa el castigo a los colonos que aterrorizan a los palestinos en Cisjordania y a los políticos que les representan en el Gobierno de Netanyahu y en la Kneset. Ninguna ha utilizado Biden para moderar a este antipático Gobierno, extremista y hostil a su presidencia, dispuesto a facilitar la campaña de Trump de forma que las recomendaciones de compasión y de sensatez sean sustituidas por aplausos a la ocupación permanente de Gaza, a la expulsión de sus habitantes y a la implantación de nuevas colonias judías en territorio palestino.

El último mensaje ya no es un consejo, sino una línea roja, es decir, una orden de Biden que Netanyahu no piensa seguir. Trata de Rafah, que Israel solo tendrá autorización para invadir si cuenta con un plan creíble que proteja a la población. Parece infinita la paciencia de la Casa Blanca: ya que Israel no tiene un plan, pongámoslo nosotros con el lanzamiento de ayuda humanitaria en paracaídas o a través de un corredor marítimo organizado por nuestros aliados. Es una iniciativa lenta e insuficiente y además trágicamente contradictoria con las bombas suministradas por Estados Unidos, que caen junto a la harina, las latas y los medicamentos.

Netanyahu también ha trazado su línea roja, que desafía a la de Biden. Es la entrada en Rafah sin condiciones, imprescindible para la destrucción de Hamás. Lo llama victoria total, pero es su supervivencia política y su salvavidas judicial. Admite una pausa ante de atacar, pero no la tregua de seis semanas que quiere Washington y menos todavía la definitiva que pide Hamás. Eso sería para él su derrota personal, aunque la disfrace de derrota de Israel.

A pesar de los consejos desatendidos sobre Rafah, Biden ha querido reafirmarse también en el dogma sobre la seguridad de Israel como política de Estado para Washington, como si fuera posible soplar y sorber a la vez. Algunos han querido entender en tan paradójica advertencia una subrepticia amenaza de limitar la ayuda militar a la que sirva estrictamente para defenderse y no para matar palestinos. Sería el primer paso y el más decisivo para convencer a Netanyahu, pero cuesta creer que un padre tan débil gane este pulso a un hijo tan consentido.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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