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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

11-M: cuatro trenes, hace 20 años

España no puede permitirse olvidar el atentado yihadista de 2004, por respeto a las víctimas y responsabilidad hacia los jóvenes

Uno de los vagones atacados en el 11-M, a la entrada de la estación de Atocha.
Uno de los vagones atacados en el 11-M, a la entrada de la estación de Atocha.LUIS MAGÁN
El País

Todo sigue siendo estremecedor. El 11 de marzo de 2004, jueves, un grupo de terroristas yihadistas dejó 13 bolsas de deporte cargadas de explosivos y metralla repartidas por cuatro trenes de Cercanías de Madrid. Explotaron 10 de ellas alrededor de las ocho de la mañana, en vagones llenos de trabajadores y estudiantes que llegaban a la ciudad desde la periferia. Mataron a 192 personas de 17 nacionalidades. Hubo más de 1.800 heridos; un centenar, con secuelas incapacitantes de por vida.

Hace 20 años de aquella masacre y es importante recordar que el 11-M fue algo más que un atentado. Fue una prueba para la democracia española. Y la sociedad respondió decidida a no dejarse aterrorizar. El 14 de marzo se celebraron elecciones generales libres y con normalidad institucional pese al dolor y a la tensión de los días precedentes.

Hay mucho de lo que sentirse orgullosos en la respuesta a aquellos crímenes. Los vecinos de los bloques cercanos a las explosiones bajaron lo que pudieron de sus casas para ayudar en los primeros momentos a las víctimas. Los primeros heridos llegaron a los hospitales en taxis y autobuses que acudieron ante la falta de ambulancias. Profesionales de toda España se desplazaron a Madrid por su cuenta para sumarse a la impresionante respuesta de los sanitarios. Miles de personas acudieron a donar sangre.

Las Fuerzas de Seguridad del Estado hicieron un trabajo monumental. En apenas 72 horas desvelaron los datos básicos del complot criminal: el explosivo, los autores y su conexión islamista. En solo tres semanas, el 3 de abril, localizaron al comando en Leganés. Acorralados, los yihadistas se inmolaron con el explosivo que les quedaba. Mataron a un agente, que se convirtió en la víctima número 193.

La dignidad cívica, la eficacia del Estado y una respuesta política unitaria podían haber sido la única historia del 11-M. Pero el Gobierno de José María Aznar, comprometido en la guerra de Irak, despreció las evidencias policiales por un interés puramente electoralista e intentó imponer el relato de que el crimen lo había perpetrado ETA. Dos décadas después, Aznar no ha explicado todavía aquella reacción que hurtó a los españoles claridad y una imagen de unidad política ante el peor atentado de nuestra historia.

Tras perder las elecciones frente a José Luis Rodríguez Zapatero, el PP alimentó toda una teoría de la conspiración para justificarse a posteriori, incluso después de que la justicia estableciera definitivamente en 2007 la verdad de lo sucedido. Medios de comunicación afines vieron un filón político y comercial en la propagación de bulos y dieron pábulo a la conspiración durante años. Aquella campaña plantó la semilla de una polarización que todavía pervive. Lo dramático es que se construyó manipulando y tratando de mezclar cruel e irresponsablemente dos de las mayores tragedias colectivas vividas en España desde la Guerra Civil: el terrorismo de ETA y el 11-M. Esa división no surgió de la sociedad, sino que fue fabricada por políticos y periodistas concretos que nunca han pedido perdón por el uso indigno de su predicamento público. El magistrado que presidió el tribunal que juzgó los atentados, Javier Gómez Bermúdez, fue explícito en sus recientes declaraciones a EL PAÍS: “Se mintió conscientemente. No hay una sola de aquellas teorías de la conspiración que tuviera una base sólida. Se cogía un dato, se descontextualizaba, se ocultaba cualquier otro dato que lo contradijese y se sacaba una conclusión. Algunos podían tener apariencia de verdad, pero eran mentiras”.

Hoy vemos en EE UU la corrosión que provoca en una democracia la mentira sistematizada. No por casualidad, también tiene que ver con la incapacidad para asumir una derrota electoral. Una generación que no había nacido en el 11-M ya es mayor de edad. A los jóvenes les debemos un relato honesto de lo vivido entonces: por respeto a las víctimas y por responsabilidad con el futuro. Para saber el país que España puede ser, es necesario mantener siempre viva la memoria del que fue en aquellos días de marzo.

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