La crueldad de la presidenta Ayuso
Necesitamos líderes que crean que podemos estar a la altura de esta idea filosófica, la de una sociedad que interactúa de forma humana y racional y lo proyecta a sus instituciones
La falta de empatía es otra cara de la crueldad, lo opuesto a la mirada humanista. Nuestro narcisismo nos hace creer que, para ser empáticos, basta con ponerse en el lugar del otro, pero lo que terminamos haciendo es proyectarnos. Mirar al otro desde nuestros miedos y fantasías provoca una ansiedad a la que reaccionamos apartando nuestra mirada o comportándonos con condescendencia, especialmente con aquellos a quienes percibimos como vulnerables. Piensen en lo ocurrido durante la pandemia. ¿Supimos cuidarnos? El dolor ajeno nos produce un rechazo que “a veces mezclamos generosamente con la piedad”, y rara vez pensamos en la idea de que una sociedad justa debe evitar la crueldad por encima de cualquier otra cosa. Así lo explica Judith Shklar, filósofa icónica del liberalismo político. Pensé en esto al oír las recientes palabras de Isabel Díaz Ayuso sobre los ancianos muertos en la pandemia. ¿Cuál es el liberalismo que dice practicar? Porque lejos de representar la “amoral ley de la selva”, el liberalismo es en realidad “extremadamente difícil y restrictivo, demasiado para quienes no pueden soportar la contradicción, la complejidad, la diversidad y los riesgos de la libertad”, dice Shklar.
¿En qué momento este país repleto de kantianos abrazó el emblema de la caña y la terraza como absurdo ejemplo de liberalismo y libertad? Estos, liberalismo y libertad, son principios que solo pueden realizarse y preservarse en concierto con otros, la antítesis de la crueldad y el matonismo de Ayuso. Necesitamos líderes que al menos crean que podemos estar a la altura de esta idea filosófica, la de una sociedad que interactúa de forma humana y racional y lo proyecta a sus instituciones para garantizar que se respete la libertad y seguridad de todos. El primer resultado de la crueldad es el miedo, y el miedo invalida cualquier opción de vivir en libertad. Esa es la raíz del liberalismo político y con esos cimientos funcionaban las democracias. Un amigo me dijo hace poco que El ala oeste de la Casa Blanca mostraba el mundo pre-Trump, uno donde existía la idea de lo común, de premisas básicas que todos compartíamos, como el respeto a las reglas del juego. Se ve en el famoso debate de la última temporada, entre Santos, el Obama latino y el senador Vinick, un liberal-conservador de la estirpe de Lincoln, dos candidatos que muestran miradas ideológicas opuestas, pero coinciden en lo que respecta a la moral más básica.
Hoy es muy difícil entender una visión del mundo como la que defiende Ayuso, un pastiche ideológico a lo Milei, a caballo entre el anarcocapitalismo y el neoconservadurismo. Apesta a macarrismo pijo. Ayuso dijo que las personas mayores abandonadas deliberadamente por su Gobierno en las residencias, sin asistencia sanitaria ni tratamiento ni paliativos, “iban a morir igual”. Sumaba así a su crueldad moral la crueldad retórica de la pura frivolidad. Es rara la dosis inusitada a la que nos tiene acostumbrados. Esa falta absoluta de empatía es lo contrario al liberalismo, y Ayuso y sus muchos fans coquetean con la crueldad a diario. Si quieren que hablemos en serio de la estructura ética de nuestras democracias empecemos por ella. Una sociedad que se dice liberal sabría que la crueldad es el supremo mal, algo inexcusable, y como dice Shklar, deberíamos odiarla más intensamente que a cualquier otro mal. Si no, presidenta, no somos liberales. Somos otra cosa.
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