La furia de los rusos en Ucrania
El resentimiento que provocó la caída de la Unión Soviética sigue siendo el combustible con el que Putin alimenta su proyecto imperial
Las tropas rusas siguen avanzando en las provincias de Donetsk y Járkov. La guerra continúa en Ucrania, aunque cada vez resulte más lejana y extraña. Van a cumplirse dos años desde que las fuerzas de Vladímir Putin pretendieron llegar a Kiev para colocar allí un Gobierno títere que obedeciera sus designios, y aquella guerra que con sus idas y venidas seguía viva desde 2014 en las provincias de Donetsk y Lugansk se trasladó casi 10 años después, en febrero de 2022, al resto de Ucrania. Era algo que se podría haber visto venir de haber tomado en serio las fanfarronadas de algunos de los protagonistas de cuanto estaba ocurriendo en Donbás, en el este del país. “Deme dos años y en Ucrania nadie dirá que es ucraniano”, le dijo en marzo de 2017 el primer ministro de la República Popular de Donetsk (RPD), Aleksandr Zajárchenko, a Pilar Bonet durante una larga conversación que la periodista, que fue durante años corresponsal en la Unión Soviética y la Federación Rusa de este periódico —en el que sigue colaborando—, recoge en Náufragos del imperio (Galaxia Gutenberg).
Zajárchenko, que hablaba de sí mismo como de un héroe de “ojos ardientes y furiosos”, y que fue asesinado con una bomba en un atentado el 31 de agosto de 2018, le explicó a Pilar Bonet que los rusos tienen mucho más en común con los mongoles que con los suecos, y le dijo: “Rusia es un país de vencedores que hemos aprendido a sobrevivir. Sobrevivimos en todas partes; podemos pasar hambre una semana entera, estar heridos y cubiertos de fango, pero, arrastrándonos y a dentelladas, defenderemos nuestra tierra”. “La guerra es ya una realidad”, le comentó también. “Toda Ucrania debe transformarse en la RPD. Cuando lo consigamos, una riada de centenares de miles de ucranianos armados se precipitará sobre Europa, y no serán refugiados como los de Libia o Siria, sino gente con experiencia de combate, bien adiestrada y equipada”.
Náufragos del imperio está lleno de historias de personas que padecen el horror de la invasión rusa, y está construido a partir de los cuadernos de trabajo, los diarios de viaje y los materiales que Pilar Bonet fue acumulando desde entonces y que no llegó a publicar. “Los que quieran ir a Sajalín, a la derecha. Los que quieran ir a Vladivostok, a la izquierda”, gritaban en agosto de 2014 los empleados del servicio de protección civil de Simferópol, la capital de Crimea, frente al alud de refugiados que llegaban de Donbás. Tenían que decidir en un instante entre dos lugares para empezar de nuevo. Vidas rotas, masacradas, empujadas por la fuerza al destierro. Con la invasión de Putin en 2022, las cosas empeoraron aún más.
Zajárchenko todavía le reconocía a Pilar Bonet en su primer encuentro de 2014 que estaba “orgulloso de sentirse ucraniano”. Tres años después se había convertido en un ruso entusiasmado con el proyecto de Putin. Pilar Bonet mira hacia atrás, a la caída de la Unión Soviética, cuando se pasó “brutalmente de una economía planificada y centralizada a una economía capitalista”. Las privatizaciones fueron una oportunidad para que el viejo orden se modernizara, pero fueron “despiadadas”: “Industrias sólidamente establecidas se convirtieron en escombros y chatarra, trabajadores que creían gozar de un trabajo estable se quedaron en la calle y especialistas altamente cualificados tuvieron que reciclarse como comerciantes o taxistas”. La furia que dejó aquella caída sigue intacta, Putin la explota, y confía en prolongar la guerra en Ucrania hasta que pueda ganarla. En eso estamos.
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